Más allá de la medicina

Publicado el jgorthos

LA SALUD MENTAL Y LAS MANIFESTACIONES SOCIALES: ¿QUIÉN LE RESPONDE A LOS CIUDADANOS CORRIENTES?

Las marchas sociales han estado presente en la historia de la humanidad y siempre han fluctuado entre lo pacífico y lo violento. Unas logran reivindicaciones y otras solamente muertos y heridos. Sin embargo, cuando se mira un listado de las más conocidas encontramos:  Boston Tea Party, la revolución francesa, la Marcha de la Sal, la marcha sobre Washington, mayo del 68 en Francia, las marchas de los lunes y la victoria de la Revolución Cantada, entre otras.

A veces se olvida que detrás del impacto político de estas protestas están sus consecuencias en la salud de las personas.

Las marchas alteran la rutina de los ciudadanos y, en ocasiones, sus propios entornos. Aumentan la sensación de inseguridad del ciudadano corriente y si hay brotes de violencia se produce ansiedad por el riesgo de la vida; se altera el ritmo del trabajo y hasta las actividades al interior de los hogares se afectan, pues la zozobra se traslada a las casas esperando el retorno a la normalidad.

Los niños son des escolarizados por seguridad, los medios y horarios de transporte se perturban, la libre movilidad se menoscaba y el ruido de pitos, cornetas, coros y gritos de los marchistas, más la presencia de la fuerza pública provoca excitación en unos y otros. Y si a esto le sumamos el efecto de las redes sociales, la efervescencia sube.

De manera reactiva, a corto plazo, en la mayoría de las personas todo esto genera  insomnio, dolores de cabeza, dolores de estómago, parálisis y tics nerviosos.  El miedo, la ansiedad y la depresión ante la sensación de vulnerabilidad y de no poder controlar la situación hace que las personas se tornen irritables y preocupadas.

El cuerpo para defenderse aumenta la producción de catecolaminas y se pone en actitud de lucha; entonces, reacciona de distinta maneras. Algunos lo hacen desde las redes sociales y se tornan agresivos e intransigentes, pues quiere ganar desde su perspectiva y propia “trinchera”.

En la medida que no hay una solución rápida, empiezan las conversaciones negativas y en ocasiones catastróficas: abandonar el país, huir, enfrentarse a la incertidumbre de un futuro complicado… La desesperanza crece y, así mismo, la ansiedad.

Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS), publicado en junio de 2019 en la revista médica The Lancet menciona que “Los trastornos mentales afectan al 22% de las personas que viven en zonas de conflicto, pues la salud mental se deteriora de manera alarmante en los habitantes de escenarios violentos”.

Este estudio concluye que existe una incidencia importante de depresión, ansiedad y estrés post traumático.

¿Qué hacer con la custodia y protección de niños y menores de edad frente a estos fenómenos?  Cómo sustraerlos del conflicto, garantizar su seguridad y evitar sean instrumentalizados en los bandos en discusión.

Valdría la pena preguntar qué estamos haciendo en las instituciones de salud para atender estas nuevas consultas. ¿Cuál es la estrategia que se sigue en nuestros servicios asistenciales y aseguradoras? Mucho se habla de seguridad, del tema político y económico, del futuro de la educación, del panorama laboral y pensional, pero ¿qué sabemos del estado de la salud mental de los afectados?

Se dice que quien responde por los daños en los edificios, en el transporte y en el comercio… Sin embargo, la pregunta se especializa cuando se interroga sobre qué nivel de responsabilidad social se tiene ante una protesta prolongada, sostenida y sin acuerdos en el corto plazo frente a la salud mental de los colombianos.

En un estado de derecho que garantiza la libre protesta, también debe garantizar que esa protesta no afecte a las personas que quieren trabajar, estudiar y seguir moviendo el país . En este país de leyes;  será que alguien pueda pedirle a los responsables de organizar las protestas que responda entonces por los daños generados? Allí esta sobre el impacto en la paz y la salud mental de las personas que ahora tienen que acostumbrarse a salir temprano o tarde a caminar kilómetros pues les afectan el transporte, a cerrar sus negocios por miedo al vandalismo, a guardar los niños para que no sean afectados. Alguien me contaba en estos días de Navidad en un colegio que un niño le pedía al niño Dios: – que el año entrante las marchas lo dejaran ir a estudiar.

Reflexionemos entonces si es democrático que una primavera  minoritaria de marchas y una moda de solicitudes deba afectar a la mayoría de los colombianos.

 

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