A finales del siglo XIX en Alemania, en las manos del estudiante de medicina Paul Ehrlich, nació la quimioterapia: el uso de sustancias químicas para “sanar” un cuerpo enfermo.
Se concebía a las enfermedades como cerraduras a la espera de ser abiertas por moléculas químicas pertinentes. Ehrilch llamaba a sus drogas “balas mágicas”: balas por su capacidad de matar y mágicas por su especificidad.
La especificidad hacía referencia a la posibilidad de un medicamento de distinguir entre el objetivo (la malignidad) y su anfitrión, en otras palabras: ¿cómo una droga podía recorrer todo el cuerpo para atacar puntualmente un órgano enfermo, y no matar al paciente?
Se empezó a soñar que las “balas mágicas” tenían que alcanzar un blanco: el cáncer. Ehrilch quien ganó el premio Nobel por el descubrimiento del principio de afinidad específica, no tardó en darse cuenta que las células cancerosas son diferentes a las bacterianas, sus fármacos que habían atacado con éxito las bacterias, en el caso del cáncer no podían dar en el blanco, por la similitud existente entre la célula cancerosa y la célula humana normal. Ehrlich murió en 1915 sin encontrar la respuesta.
El gas mostaza de gran toxicidad, utilizado como arma bélica afectaba la médula ósea y barría poblaciones de glóbulos blancos en los cuerpos de los combatientes dejándolos ciegos, anémicos, con quemaduras en la piel y dificultades respiratorias. El gobierno americano decidió investigar los gases de guerra y el efecto sobre los soldados. El contrato correspondiente al gas mostaza se adjudicó a los científicos Goodman y Gilman. Fascinados por la capacidad del gas de diezmar los glóbulos blancos, persuadieron a un cirujano de tórax para que tratara con dosis continua de mostaza intravenosa a un paciente quien tenía un linfoma. El experimento funcionó, los ganglios inflamados desaparecieron, pero tras la respuesta vino inevitable, la recurrencia de la malignidad. Goodman y Gilman publicaron sus hallazgos en 1946.
La química Gertrude Elion, ganadora del Nobel, encontró en 1951 una molécula llamada 6─MP. Esta droga no pasó las pruebas toxicológicas preliminares en animales (es particularmente tóxica para los perros). Sin embargo, el tóxico se probó en niños con leucemia linfoblástica aguda. La droga 6─MP desvanecía las células leucémicas en la médula ósea y la sangre, pero estas remisiones duraban apenas pocas semanas.
El pionero de los trasplantes de médula ósea Georges Mathé, expresó en 1985: “hay cada vez más cánceres porque el diagnóstico es mucho más precoz. A pesar de que la quimioterapia es defendida por los oncólogos y por los laboratorios, por una razón: viven de ello; si yo tuviera un tumor, no iría a un centro oncológico”.
El oncólogo de la universidad de Montpellier Henri Joyeux, ha declarado que “son los intereses financieros los que permiten explicar que la verdad científica esté, todavía hoy en día, a menudo demasiado oculta: el 85 % de las quimioterapias son cuestionables, es decir, inútiles”.
El escritor Ralph Moss, quien estudia el cáncer desde hace lustros, expresó: “finalmente, no existe ninguna prueba de que la quimioterapia prolongue la vida en la mayoría de los casos. Es una gran mentira afirmar que existe una correlación entre la disminución de un tumor y el alargamiento de la vida del paciente”. Confiesa que él creía antes en la quimioterapia, pero la experiencia le ha demostrado su error: “El tratamiento convencional del cáncer es tan tóxico e inhumano que le temo más que morir de un cáncer”.
El doctor alemán Ulrich Abel, revisó minuciosamente todos los documentos publicados sobre la quimioterapia en más de 350 centros médicos en todo el mundo. Tras haber analizado, durante muchos años, millares de publicaciones, descubrió que la tasa global de éxito de la quimioterapia en todo el mundo era «lamentable», solamente el 3 %. El investigador calificó la quimioterapia de “terreno científico vago” y afirmó que al menos el 80% de la quimioterapia administrada en todo el mundo era inútil.