Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Fatou Diome

Fatou Diome, autora senegalesa de mi particular predilección, estuvo en Colonia y leyó el domingo en la Casa de Todos los Mundos. Yo tenía esa fecha anotada en mi agenda (desde hace meses, desde que me enteré que venía), para acudir a verla, oírla y, además, pedirle que me firmase y me dedicara mi ejemplar de la traducción al alemán de su novela Le ventre de l’Atlantique, pero

Pero no podía contar con que el sábado nos traerían a casa a Vincent, nuestro tercer nieto, para pasar con nosotros gran parte del fin de semana, y no sólo eso, el domingo mismo también iban a traernos a Henri, de poco menos que cuatro meses, porque sus papás querían visitar tranquilos un mercado de pulgas. Al final no vino Henri, pero esperándolo me quedé sin encontrarme con nuestra vieja amiga Luisa Futoranksy, la poeta argentina que vive en París y se dio el gusto de una excursión finisemanal a Colonia –¡tan justamente este mismo fin de semana!–, y me quedé asimismo sin ver ni oír a Fatou Diome, hélas!  Ahora, lo que no quiero es que ustedes se queden sin conocer a esta senegalesa de tan inmenso talento narrativo, así es que, además de los dos enlaces al principio del presente post, acá sigue una presentación en toda regla.

De ella, me encanta su libro de cuentos La préférence nationale, y como creo que todavía no ha sido traducido ni publicado en nuestro idioma, me provoca compartir con ustedes uno de ellos. Es un cuento largo, casi lo que los franceses llaman una “nouvelle”, una de las seis que incluye este libro, y su título es “Le visage de l’emploi”, que uno traduciría –no literalmente– como “Cara de sirvienta”.

Está contado en primera persona, por una chica africana que llega a Estrasburgo (no se nos dice para qué) en pleno invierno, conque la odisea comienza con el choque no sólo cultural sino también térmico. Pero por fin –voilá!– es ya verano… Y la chica tiene que trabajar, ganar  dinero, así es que busca un empleo, y se postula como baby sitter en una familia típicamente galo-burguesa, los Dupont. Monsieur es racista, o al menos no le gustan los negros, mientras que Madame –que también trabaja– no puede atender a su hija y necesita una “muchacha para todo”, y las contrata pero no le duran ni un mes, porque es una mujer imposible, y además celosa.

Cuando la protagonista se presenta en la casa, Madame certifica con un grito de triunfo: «Se lo descubrí por el acento, que era africana». Y le empieza a hablar en puros infinitivos y tuteándola:  «¿Tú poder comprender mí?» La protagonista asevera: «Sí, Madame». Llega el marido, Jean-Charles, y le pregunta a su esposa qué es lo que quiere hacer con “éso”. Pero al final Madame la contrata, como baby sitter, sólo que la hace venir media hora antes, a las 8.30 a.m. y además de llevar la niña a la escuela le encarga lavar la ropa, limpiar el piso, etc., en fin, la convierte en una esclava pagada, si es que no hay contradicción en ello.

Como la chica necesita la plata, aguanta dos años, y con una gracia indecible transmite sus observaciones sobre la vida de una familia francesa de la burguesía media provinciana: «Madame cultivaba consecuentemente el estilo de la reina inglesa: un peinado como una lechuga y una apariencia como la de una col. Si esta mujer excita a su hombre, me dije, entonces también debe de haber hombres que encuentren sexy a la Madre Teresa de Calcuta».

Para hacerlo corto : Un viernes, la niña se empeña en ver el video de La Cenicienta y le pide a la protagonista que lo instale en la casetera. Ella se niega, porque no es muy ducha en electrónica y teme dañar el aparato. Entonces Madame salta: «¿Tú poder conectar video?» «No, madame» «¿Tú, cabeza para pensar?» le pregunta Madame, y añade dirigiéndose a monsieur: «”Cogitum sum”, “lo había pensado”, como dijo Descartes». Y aquí la protagonista se dice (y nos dice): «Esta vez había ido demasiado lejos, la ofensa era demasiado grande, y el legado de Descartes estaba en peligro». E ilustra a Madame: «No, Madame, lo que dijo Descartes fue “Cogito ergo sum”, “Pienso, luego existo”, como puede leerse en su Discurso del método».

Tableau!

El primero que reacciona es Monsieur, preguntándole airado que si pretende darles lecciones. Madame, más circunspecta, le pregunta, siempre tuteándola, pero ya sin infinitivos, que si está haciendo el bachillerato. «No, Madame, hace dos meses terminé mi maestría en Literatura. Sí, Madame, los niños del cholocate Suchard también saben hoy leer y escribir». El matrimonio Dupont desaparece escaleras arriba, él queriéndose escabullir de la vergüenza, ella de él en pos, pero sabiendo que necesita que la protagonista siga en la casa porque ya es indispensable. La chica les grita «Au revoir!» y se marcha cerrando la puerta.

El lunes regresa, pero no a las 8.30, sino a las 9.00, que es la hora laboral correcta. «Bonjour, Madame!» «Bonjour. La estaba esperando, la niña tiene que ir a la escuela y si la llevo yo, llego tarde al trabajo. ¿No podría venir media hora antes, como hasta ahora? Naturalmente, se la pagaría». Como ven, ya no hay infinitivos ni tuteo. Y el final lo resumo casi sin resumir nada, porque es delicioso:

«La primera semana transcurrió más bien fría. Pero el tiempo fue borrando la vergüenza y el encono. Un par de meses después le di algunas lecciones gratuitas de francés a Madame, que tenía que rendir unos exámenes. Hablaba completamente normal conmigo, nos tuteábamos y nos llamábamos por nuestros nombres. Hasta su esposo Jean-Charles condescendió a hacerlo. A veces comemos juntos. Las recetas senegalesas parece que les gustan, y a las personas de piel negra no las llaman más “esos” sino “africanos”»

La última frase: «Sólo hay un problema. Desde que Jean-Charles sabe que he leído a Descartes, tiene la seguridad de que mis vigorosos muslos de chocolate también saben latín».

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