República de colores

Publicado el colordecolombia

Prospectiva @PetronioFest: Alfredo Vanín sobre incluir la tradición oral

El escritor emblemático del Pacífico colombiano se imagina un espacio para la palabra oral en el Petronio. Tercera entrega.

Que «falta un espacio para la tradición oral: decimeros y narradores», fue contribución de un fotógrafo con credenciales a los «5 aspectos para afinar» del balance breve que del XVIII Petronio hizo El Espectador del Petronio, un producto en alianza con Color de Colombia.

Una observación llamativa, pues si bien el periódico había reseñado el «Encuentro de Decimeros» en la Biblioteca del Centenario, lo que Jorge Idárraga decía era llevar los decimeros a la ciudadela Petronio.

A quién pedirle ponerle imaginación a esa idea no fue una decisión difícil. Un escritor moderno con un pie, una pierna y el corazón anclados en las tradiciones ancestrales sería un lujo para la Prospectiva del Petronio. Alfredo Vanín.

Una noche se le llamó desde Bogotá, y la palabra oral no pareció persuadirlo. Un correo, la palabra escrita, sí. Pronto anunció que el texto existía, que iba a pulirlo, lo que incluyó darle un «swing un poco futurista».

Llegó el texto, como genuina expresión de la personalidad literaria y política del maestro Vanín, es decir, un río caudaloso en vez de un riachuelo. En vez de un horizonte de 2 y 7 años, uno de 100 con un «Festival que se narró a sí mismo».

Alfredo Vanín imagina subir la tradición oral al escenario principal del Petronio, en vez de crearle un escenario alterno, tal vez a la manera de los ‘cuenteros’.

Y establecer un primer día previo para «contar los relatos que traen los músicos de la orilla y compartirlos con los habitantes de la ciudad», en vez de disponer momentos en los días ya fijados del Festival.

La conversación con Vanín no es si se incluye o no la tradición oral del Pacífico en el complejo cultural del Petronio, sino cómo.

Probablemente él estará de acuerdo con que en los zonales también se busque a portadores de la literatura oral que se ha transmitido de generación en generación, y se traiga al Petronio a unos cuantos y se les lleve a emisoras universitarias.

La realidad suele ser menos poética, pero aquí deja el maestro Alfredo Vanín plantada en nuestra mente una idea de innovación para el Petronio, sobre la que habrá que volver con reportería. [DMV]

El Petronio Álvarez futuro

Por Alfredo Vanín

El Festival de Músicas del Pacífico “Petronio Álvarez” se creó en Cali para difundir las músicas de la costa occidental colombiana, de sur a norte.

Y nació para quedarse porque se ha fortalecido incluso con el peligro de convertirse en una vitrina internacional, permitiendo de manera rápida la fusión con músicas del mundo, bajo la influencia de los acordes de los grupos tradicionales de marimbas, violines y chirimías.

Alfredo Vanín blog

Si alguien pudiera dormirse y despertar, digamos en cien años, de seguro se encontraría con un evento diferente, que nació bajo la inspiración de las orillas del Pacífico, se instauró en Cali por la idea de un Secretario de Cultura y contagió a Colombia y al mundo.

Pero ese evento habrá modificado para entonces su nombre: no se anunciaría como 118 Festival de Músicas del Pacífico Petronio Álvarez, sino que posiblemente habrá adquirido el lenguaje de la época cibernética, y podría perfectamente llamarse Ftval Intertvo de Mscas y Rtales de los Desctes del Pco en la Cdad de Calida, que en el castellano de hoy se llamaría 118 Festival Interactivo de Músicas y Rituales hablados de los descendientes del Pacífico en la ciudad de Cali.

El plegable electrónico agregaría además que el Festival fue creado por una confederación de pueblos desplazados del occidente pantanoso, donde las selvas fueron taladas para la extracción del oro, los ríos convertidos en barro y arena y casi desaparecidos, y por último la población sobreviviente de los despojos y los genocidios emigró en masa, quedando allá muy pocos hombres y mujeres, luego de que bandas aliadas con los inversionistas de última generación hicieran un festín con la riqueza y luego las bandas se exterminaran entre ellas y los inversionistas desaparecieran por el mundo con las arcas llenas, como lo alcanzaron a contar los sobrevivientes, hombres y mujeres de más de noventa años que con ojos llorosos hablan todavía de las riquezas que conocieron de niños, de las músicas que escucharon y no esas electrónicas que suben al podio de los festivales de ese tiempo futuro en los que cambió para siempre la música y la palabra desde que desaparecieron Gualajo Torres, La Contundencia, el Grupo Bahía, y el nuevo grupo Choquibtown ganó el último Grammy con una canción remasterizada con el título “Devuélveme mi río (con todo el oro adentro)”.

Pero este viajero del tiempo tendría que reconocer que el lenguaje creado entre los desterrados de los grandes lechos de los ríos vueltos al revés siguió hablándose de manera clandestina en los barrios de la ciudad que ahora se conurbó con otra más antigua llamada Popayán y al norte con otra llamada Cartago, dos extremos de la misma tierra, ahora que el mar quedó más cerca y convirtió al pueblo del Dagua en Pueblo de Agua, por su cercanía al puerto de Buenaventura, que no tuvo título ni fecha de fundación, como lo divulgó un arquitecto francés que murió en las colinas de Cali, porque los charlatanes españoles nunca fundaron nada, solo refundaron en algunos casos.

Ese lenguaje se fue fortaleciendo, dirían, en los festivales donde ya no se escuchaba solo música, sino el habla de los hombres y mujeres que contaban que volvieron a sus territorios para rehacerlos y todavía tío Conejo engañaba a tío Tigre, que aún un abogado preso de la artritis decía que los compadres ricos se enfrentaban a los compadres pobres, que la Tortuga y la Zorra todavía sostenía un duelo de honor, que no todos ellos se habían hundido en los ríos revueltos, que seguían vivos en la memoria en virtud de la palabra que pudo escucharse en medio de las músicas.

Y porque no solo de animales vivía la palabra en las selvas, como indígenas y negros lo saben ahora. La palabra vivió también de extensos relatos de migraciones internas, de los plazos robados por la vida, de las carencias y abundancias, de los amores y desamores, de crímenes y actos de amor, de poesía hablada con el rumor de las hojas donde silba un viento cálido, lleno de presagios.

De manera pues que subir la palabra oral hasta los escenarios del Petronio, en este próximo Festival de 2015, al lado de la música, puede producir efectos imprevistos: que la memoria se plante de mejor manera, que los músicos tengan mayor tiempo para afinar sus instrumentos y tengan nuevos temas para sus canciones, que los oyentes se embelesen con los grandes y pequeños relatos y que aquellos que bailan “Kilele” cuando irrumpe desde las profundidades de los bombardinos y los clarinetes o cuando bailan un currulao que nace en las chontas de las marimbas que después serían sintéticas porque se acabaron las palmas (y ojalá nunca ocurra) y tuvieron que sembrarlas de nuevo.

Es cierto que quienes asisten al Festival están más entonados con la música. Pero la palabra podría instalarse en escenarios que sirvan de abrebocas a las presentaciones musicales que el Festival tiene en el centro de sus competencias (y ojalá dejara de ser competencia).

Podría ponerse, por ejemplo, un escenario el primer día previo para contar los relatos que traen los mismos músicos de la orilla y compartirlos con los habitantes de la ciudad, como una manera de llenar de imágenes habladas el mundo desaforado de las músicas ribereñas y urbanas que ahora dialogan sin palabras, porque en algún momento se acabó la costumbre de reunirse los músicos de todos los rincones del Pacífico, en las terrazas de los hoteles, después de los conciertos, a intercambiar historias y miradas del mundo.

Entonces sería más fácil recordar en cien años, por boca de los narradores futuros, cómo el Festival se narró a sí mismo, con una palabra que parecía no contagiarse con las argucias de la cibernética, mientras los cronistas de turno iban desmenuzando las palabras en un lenguaje que surgió de las postmodernas ciudades, a donde un día volverá un personaje vestido de traje de luces, como un Hojarasquín, salvo que las luces serán hojas fosforescentes.

Y dirán que a la marimba de los Torres se la llevó el diablo en un lance final que tuvo con los renacientes, pero el diablo era capaz también de contar una historia que empezaba pero no terminaba nunca, porque tenía tantos recovecos como los ríos que aunque vueltos al revés, jamás desaparecieron y los herederos de cimarrones fueron poco a poco poblando de nuevo sus orillas y sembrándolas de música y palabras, en una lucha que persiste contra la discriminación y el despojo.

[Foto: cortesía de Jorge Idárraga]

Comentarios