Políticamente insurrecto

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Trump, Twitter y la paradoja de la tolerancia

Por: Juan Diego Perdomo Alaba

Tras el asalto al Capitolio en Washington por parte de fanáticos del presidente saliente Donald Trump, la red social Twitter suspendió este viernes su cuenta de forma definitiva, porque cree que existe un riesgo de que siga «incitando a la violencia».

Surge así un intenso, amplio y delicado debate sobre libertad de expresión y censura, provocado por la decisión de Twitter justificada en la supuesta violación a sus políticas de uso. No obstante miles de usuarios las infringen a diario. Concluye uno que ha de ser por la trascendencia del personaje y la influencia directa en sus seguidores de mayoría terraplanistas y supremasistas blancos, que no temen en agarrar un fusil de asalto y dispararle a un grupo de personas.

La pregunta es, ¿Qué define Twitter como incitación al odio y a la violencia?, ¿cuál es su sensor? En la Primavera Árabe, por ejemplo, se usaron las redes sociales como radio de guerra para la insurrección que comenzó con manifestaciones pacíficas y que terminaron, en muchos casos, en multitudinarias reyertas y enfrentamientos sangrientos con los regímenes hostigados. ¿De noble fin democrático? Quizá, o por lo menos así lo define la literatura. Pero al fin violencia. Y no pasó nada. ¿Es Twitter entonces un tribunal de censura?

En 2010, el derrocado expresidente egipcio Hosni Mubarak, consciente del poder de convocatoria y masificación del mensaje revolucionario en las plataformas digitales, ordenó el bloqueo de las comunicaciones por Internet y celular. ‘Tacó burro’ porque los egipcios al no poder usa la comunicación en aire, se fueron en masa a las calles. Al cabo de algunas semanas, Mubarak se vio obligado a renunciar.

Pero pongamos un ejemplo doméstico. Aquí en Colombia hay un par de caudillos que instigan las redes a veces de forma virulenta para exacerbar pasiones y generar climas de hostilidad política porque claro, necesitan radicalizar sus bases con fines electorales. Entonces unos y otros se trinan con cianuro. La sinrazón hace lo suyo. Lo fáctico pasa a un segundo plano y el insulto suple al argumento. La percepción con base en el prejuicio y la emoción se vuelve más trascendental que los hechos. Se debate con mentiras, amenazas y ad hominen. Y Twitter ni por ahí. Ahora resulta que con la amenaza latente del pirómano gringo que hace arder Troya con un par de trinos corrosivos, de la noche a la mañana se le despertó el espíritu democrático a Silicon Valley cerrándole las redes sociales a un presidente en ejercicio. Raro.

Otro ejemplo de abuso en el uso de redes según el tribunal de Twitter. El plebiscito por la paz colombiano estuvo plagado de ‘fakenews‘ para sabotear un proceso de paz que si bien fue imperfecto tenía un noble fin. Las redes se convirtieron en la plataforma de difusión usada para esparcir como pólvora cuanta mentira se dijo. El cuentazo del ‘castrochavismo’ que tanto caló en la ciudadanía hasta el mismo Trump lo usó contra Biden en campaña. ¿Dónde estuvo Twitter?

En lo que sí estoy de acuerdo, me puedo equivocar de golpe, es que uno de los límites que tiene la libertad de expresión es la promoción de mensajes de odio y violencia que pongan en riesgo la estabilidad y el orden público de los países. Nada justificaría permitir que un líder o dirigente político promueva el antisemitismo o la muerte por motivo de raza, credo, ideología u orientación sexual. O por lo menos, que no lo rechace de tajo.

Y bueno, la democracia se soporta en el pensamiento diferente, en el desacuerdo, en las voces disidentes a veces fogozas, cáusticas. En la sátira. El humor político. El unanimismo es torpe y malsano, y el buenismo impostado solo genera inacción de pensamiento; el bienpensante es por naturaleza sensible al disenso recio. Es hipersensible. De cristal.

Toca entonces, como dice el filósofo de origen austriaco Karl Popper, ser intolerante con la intolerancia. Pero también tenemos que definir a qué tipo de intolerancia debemos ser intolerantes sin pasarnos al extremo de la cancelación. O sino miremos el tema Cavani, que bueno…Es más un tema de connotación lingüística. «Negrito».

La paradoja de la tolerancia de Popper que da título a esta reflexión defiende que la sociedad, a través de las instituciones, debe prohibir a los intolerantes. «Una tolerancia ilimitada puede llevar a la desaparición de la tolerancia». Se preguntarán entonces, para Popper, ¿quién es el intolerante? Pues no es aquel que usa la razón y los argumentos, sino la VIOLENCIA. Entonces hay que tener cuidado en no malinterpretar dicha paradoja porque, como leí por ahí, basta con que un grupo mayoritario declare intolerante a otro, para prohibir así sus ideas; me reconozco en las diferencias del otro más no lo cancelo, elimino ni suprimo por tal motivo.

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