Por: @Perdomoalaba
Hablar de que habrá un ‘cambio’ con Gustavo Petro es relativo. Él sería más de lo mismo pero desde el populimo. Daré un ejemplo soportado en evidencias: Durante su alcaldía en Bogotá, una ciudadanía enardecida le exigió mejoras en el servicio de TransMilenio. Él desde la campaña en 2011 mostró interés en que una empresa pública operara los buses del sistema al tiempo que decía que había una mafia determinando el precio del pasaje. Ya en Liévano, renegoció los contratos de los operadores privados y aunque logró reducirles las ganancias, terminó dándoles tres años más de contrato sin la obligación de mejorar el servicio a los usuarios.
Y aquí va un detalle muy diciente del por qué su discurso efectista me genera desconfianza. Resulta que a los pocos meses de iniciar su gobierno, sacó un decreto donde rebajó la tarifa de TransMilenio en horas pico y valle, pero lo hizo sin estudios previos y sin tener una fuente de sostenibilidad fiscal. De ahí la renuncia del entonces gerente. Bueno, en realidad le renunciaron tres en toda su administración por ‘discrepancias’.
Es decir, esos 350 pesos de rebaja en la tarifa valle, que le servían para inducir titulares de prensa y quedar bien con las clases populares, tenían que estar soportados o tener una fuente cierta de financiación para no incurrir en un detrimento a futuro. Finalmente terminaron ganando los privados porque tras la baja en la tarifa aumentó la demanda. Y claro, cuando llegó Enrique Peñalosa al gobierno de la capital en 2016, se encontró con un hueco fiscal de 600 mil millones de pesos que le tocó sacar al Distrito porque lo que pagaban los usuarios era insuficiente para cubrir los costos de operación. Entonces el pasaje que costaba 1.800 tocó subirlo de un batacazo a 2.300 pesos, eso y asumir el tremendo costo político que ese tipo decisiones genera. El malo del paseo entonces terminó siendo Peñalosa, asumiendo la responsabilidad política de las torpezas de su antecesor.
Petro es un político brillante, inteligente, habilidoso. Digamos que cohorente. Pragmático por sobrevencia política, pues no tiene reparos en aliarse con quien toque con tal del alcanzar fines. Lo ha hecho a lo largo de su vida pública. Ha interpretado como ninguno el descontento social poscuarentena. Pero es, finalmente, un político más. Uno que adapta el discurso de acuerdo a las circunstancias. Por ahí se le escuchó en una intervención pública reciente que no era «Proaborto«, y la complementó con un mensaje ambiguo sobre autonomía de la mujer. Claro, no quiere incomodar al polémico líder religioso antiderechos Alfredo Saade, quien entró al Pacto Histórico como precandidato presidencial.
Ha dado unas batallas supremamente valiosas contra los abusos del establecimiento y ha generado desde su prolífica labor legislativa unos debates de control político importantes para el país. Es un líder necesario y valiente. Gran candidato. Llena plazas. Posee un discurso seductor, grandilocuente pero atractivo. Pero gobernar es otra cosa. Entre el diagnóstico y la ejecución es donde se quedan estos líderes mediatizados que hablan mucho y gobiernan poco: máxima grandilocuencia y mínima eficacia.
Su soberbia lo lleva al individualismo y eso es peligroso. Rasgo genérico en los caudillos, en los líderes totalitaristas. Le cuesta gobernar con equipos técnicos porque riñe con su visión siempre politica del funcionamiento del Estado, donde todo lo plantea a patir de un criterio electoral, verbigracia el caso que plantee arriba sobre TransMilenio, donde pensó en los votos y no en la solución a un problema estructural. Y llevamos décadas bajo esa macabra premisa que nos lleva a la inacción, por eso aquello de que alguien encarne o invoque un ‘cambio’ es relativo, y se me antoja además una idea tan pretenciosa como mesiánica. Prefiero, en particular, hablar de reformismo democrático.
Mi miedo con Petro es el natural que puede tener cualquier demócrata sensato. Me da pavor ese discurso virulento de lucha de clases y de tener que acabar con todo porque las instituciones del Estado están «cooptadas por la corrupción». Así empezó Bukele en El Salvador y miren por dónde va la cosa. El adanismo en lo público es fatal, pues para avanzar no es necesario ‘acabar’ o desconocer lo construido; creo más en el reformismo gradual y constante que en las revoluciones abruptas o radicales.
Petro es un experto en el ‘qué‘ pero no en el ‘cómo‘. Y es ahí donde falla. Proponer, por ejemplo, que en un gobierno suyo decretaría de inmediato la suspensión de la exploración petrolera en Colombia es un error garrafal con gravísimas consecuencias para el país. Dijo, además, que supliría esos ingresos trayendo 12 millones de turistas. Hasta el mismo senador de izquierda, Jorge Enrique Robledo, le hizo un llamado urgente a la cordura para reconsiderar tal exabrupto. ¿De dónde va sacar esos 12 millones de turistas? Claro, es usual en el líder de la Colombia Humana tener más discurso que metodología.
No niega pero tampoco confirma esos antojos intermitentes de proponer una constituyente. El cambio social es constante; no obstante el cambio mesiánico en 4 años es imposible. Él sabe que su proyecto político no se agota en un período y tratará, a como dé lugar, de instalar dicha discusión en el Congreso -y en el país- hasta que cale. Muy ingenuo aquel que piense en que solo querrá cuatro años de ensayo mientras se acomoda en el puesto. Por eso el llamado a elegir un Congreso ‘amigo’. Yo prefiero uno diverso que genere consensos. Para un legislativo de igualitos mejor vámonos para Cuba, donde hay un parlamento únicameral dominado en su totalidad por el PCC. Aquí necesitamos uno renovado, pero diverso y dinámico que no sea un apéndice del ejecutivo en turno y que se anime a coadyuvar en la implementación de los Acuerdos de Paz, donde están consignadas las reformas sociales profundas que le urgen al país. Ahí es donde está la clave.
El uribismo ente Cabal, Zuluaga y Fico
La doctrina uribista es un modelo perverso y obsoleto de país. Una visión anacrónica que nunca se adaptó a nuestras realidades socioeconómicas. La pandemia, de hecho, mostró su carácter caduco. Está desconectada del debate público y sus conversaciones, sus temas, sus discusiones.
Y precisamente porque Álvaro Uribe Vélez jamás será comparable con su otro extremo político es que voté por Petro en las elecciones de 2018. Lo hice con desagrado, lo admito. Por eso lamento tener que contemplar la nefasta posibilidad de elegir entre dos miedos. El primero representa guerra y muerte, el otro incertidumbre, ambos desesperanza.
Los dos, Uribe y Petro, apelan al miedo, a la radicalización del discurso político, a la sobresimplificación de los asuntos más complejos del país, pues ellos saben que preferimos indignarnos a tener que pensar. Por eso es más fácil acudir a las respuestas fáciles, a la mentira repetida que confirma opiniones, a las categorías binarias y a las respuestas únicas.
María Fernanda Cabal dejó de ser un bufón de coyuntura a una realidad política que crece -quizá con techo bajito-. Descartarla es ingenuo y hasta torpe. Su modelo Bolsonaro sería una desgracia para Colombia, es la anulación de la razón y la justicia. Óscar Iván Zuluaga, es un cadáver político que intenta recoger sus restos sin suerte. Representa todo lo que Colombia quiere dejar atrás.
Pero ojo, el candidato de Uribe no estará en su partido. A él no le interesa más nadie sino él mismo. Tan megalómano como su contraparte ‘progre’. Él busca un candidato fresco sin ubicación partidista que recoja votos en todos los sectores pero que le sirva a sus intereses, defienda su legado y ponga en práctica sus tesis, y ese es el exalcalde de Medellín, Federico Gutiérrez. La verdadera continuidad. Un socialbacán seductor con posiciones ultraconservadoras. Eso sí, mejor que Iván Duque cualquiera.
Existen buenas y mejores opciones por fuera de los extremos. Ahí me mantengo. Ojalá no tengamos que decidir nuevamente ente dos miedos. ‘Probar a ver qué pasa‘ es jugar con el país. Este no es un tema de izquierdas o derechas, sino de sensatez. Colombia merece más.