Por: Juan Diego Perdomo Alaba
Todo acto humano es un ejercicio político en potencia. Marchar, protestar, gobernar, votar, dejar de votar, debatir, discrepar, rebatir. Analizar, pensar. El arte en sí es de los más potentes. La politiquería de los autoritarismos subregionales, no obstante, es otra cosa.
A continuación haré un análisis tranquilo, quizá precario, a propósito de los últimos acontecimientos acaecidos en Bogotá donde se han enfrentado el Distrito y la llamada ‘Primera línea’.
A no ser que sean ‘anarcos’, estos últimos son sujetos políticos con unas demandas sociales que exigen sean atendidas por el gobierno de turno. Igual lo hizo el Comité de Paro, quien puso sobre la mesa de negociación con el gobierno Duque un pliego de peticiones para ser concertado. Esto se hace en el marco de la democracia directa ya que los canales que existen con la representativa no dan respuestas. Mala cosa. Congreso mediocre. Culpa nuestra.
Pero para nadie es un secreto que ambos, en un legítimo ejercicio político de ciudadanía activa, quisieran llegar a instancias de democracia participativa, es decir, hacerce elegir, para poder ejecutar las transformaciones sociales que tanto alegan en la calle. Válido. Hacer uso, por supuesto, de la democracia representativa desde el ejecutivo o legislativo: Gobernar o legislar.
Claro, el activismo político es cómodo pues no gestiona, no ejecuta ni decide, sólo observa, cuestiona y se toma la foto, hace sus envivos de indignación vacua y queda bien con todos; algunos pocos proponen, la mayoría sólo se queda en el qué. Pero gobernar es otra cosa. Muchos, salvo gratas excepciones, se vuelven agua cuando de administrar se trata.
Cuando se gobierna, los personalismos pasan a un segundo plano, no se actúa para sí o para un grupo o nicho afín, se gobierna para TODOS, los que están de acuerdo y los que no. Se gobierna con base en la constitución y la ley, y no con los estatutos o el ideario de unidad del partido, y mucho menos con las percepciones o el prejucio. Guatavo Petro, Claudia López, Daniel Quintero, Jorge Iván Ospina, William Dau, todos han sido activistas fogosos y como gobernantes han echado mano del ESMAD y no necesariamente son Nazis por eso.
Los actores que participan en un estallido social como el que vivimos recientemente en Colombia, por la naturaleza del contexto, son tantos, tan diversos y con tan disímiles motivaciones que complejizan el escenario y dificultan el abordaje de la situación al ejecutivo en turno. Distinguirlos es difícil, aunque allí es precisamente donde está la clave para poder manejar correctamente y con tino la protesta social para evitar estigmatizarla y judicializar al que está reclamando con justa causa. Creo que López en Bogotá, junto a Luis Ernesto Gómez, su secretario de Gobierno, han hecho grandes esfuerzos en ese sentido.
Y es que desde el lente del gobernanate, siendo la primera autoridad de policía de un territorio y quien está en la obligación legal de garantizar la vida, honra y bienes de toda una ciudadanía a su cargo, y con sus contradictores esperando el resbalón y respirándole en la nuca, no es para nada fácil darle trámite a semejante escenario, pues gobernar es otra cosa.
Pero Claudia, con todo y sus virtudes y defectos, comete un error, quizá el más grave: meterle política electoral al cuento para abrirle camino a alguien que no lo merece y que para nada encarna a esa tercera vía alejada de los extremos que tantos reclamamos. En definitiva, la pelea no debería ser con Petro, pues todos los sectores alternativos se necesitarán mutuamente para ser opción real de poder. El contradictor a vencer es el anacrónico, lóbrego y macabro uribismo. Sin este en el gobierno, son posibles las transformaciones sociales profundas que le urgen al país y que están planteadas en el acuerdo de paz. Esperemos, ojalá, una oposición constructiva y no tóxica, si es que acaso quiere lo mejor para Colombia. Tan optimista yo…