Mi Opinión

Publicado el Ben Bustillo

¡Para mi hijo gay!

holding handsLa verdad, ninguno de mis tres hijos tiene esa orientación sexual, pero se la escribo a un hijo imaginario por si de pronto lo es.

Solo tengo una duda de haber dejado una novia esperando, y eso fue en un episodio en Cartagena cuando trabajé para el censo del año 1971, si no estoy equivocado con la fecha. Fue un romance fugaz y ardiente motivado por la soledad de ambos y del calor tropical de las playas bolivarenses y el bosque espeso de las caminadas en el medio de una zona selvática que solo miraban carros o extranjeros, en las épocas de elecciones.

Cuando se terminó el contrato, salimos de Cartagena hacia Barranquilla, alquilamos un cuarto en un hotel del centro, tuvimos sexo, y hablamos de si se quedaba en Barranquilla conmigo o se regresaba a Bogotá y yo me iba con ella; duramos toda la noche planeando y saciándonos de cada quien; llegó la hora de salir del cuarto, bajamos las escaleras, nos abrazamos y nos despedimos; ella dobló hacia la izquierda y yo hacia la derecha y nunca más supe de ella, y la verdad sea dicha, ni su nombre recuerdo y no sé si ella alguna vez supo de mí. Solo recuerdo que era bogotana, lindísima, cabello rubio, delgada y alta. En el centro de Cartagena, todos volteaban sus cabezas para mirarla cuando caminaba con su cuerpo danzando al son de su belleza que sabía que tenía.

Este escrito es por si acaso quedó esperando, aunque repito, nunca supe, y por si acaso ese ser hubiese nacido, se enamora o enamoró de una persona de su mismo sexo.

Comienzo diciendo que si me hubiese enterado de tu estado emocional hace unos cuarenta años, te aseguro que lo hubiese combatido de alguna forma, porque el machismo costeño se hubiese antepuesto a la lógica de hoy, a pesar de haber sido liberal en mi época dorada, que hasta a las buenas y malas lenguas, les serví no solo de postre, pero hasta del plato principal. Al fin y al cabo, mi mundo siempre ha girado en torno a mí, y no en torno a la gente. En pocas palabras, me importó un carajo lo que pensaran de mí.

Tuve amigos gays que me trataron con respeto y los traté de la misma forma. Pero no sé ni lo sabré nunca, qué tan profunda hubiese sido la herida en el corazón, si hubiese sido, cuando se trata de alguien tan cercano.

Como fosforito que soy – así de rápido como me prendo me apago – una vez el berrinche se hubiese marchado, te hubiera abrazado y te habría dicho: “eres una parte de mí, te amo, y te amaré por siempre.” También te hubiese dado una guía como se las he dado a los hijos que sí tengo; una moralidad que nada tiene que ver con la apariencia animal, el colocarse en un renglón social donde te sintieras cómodo o cómoda, el sentido de superación personal, y la transmisión de estos sentimientos básicos de convivencia humana hacia una nueva generación.

Llego a un tema que todavía me cuesta trabajo discernir: hijos. Te soy franco, no tengo el conocimiento, ya no tengo el tiempo, y rehúso utilizar la poca parte de mi pensamiento que me queda para encontrar un razonamiento que sea lógico para mí y aceptar como “normalidad” que personas gays puedan adoptar.

Pero ese hubiese sido mi problema, no el tuyo; que me imagino que si hubieses seguido mis enseñanzas de moralidad y sentamiento en un núcleo social cómodo para ti, la idea te hubiese cruzado la cabeza y hubieses actuado en base a ella y a tu integridad.

Lo que sí te puedo asegurar es que, si lo hubieses hecho, yo hubiese recibido esos nietos con los brazos abiertos y los hubiese amado igual que amo a los que sí tengo. Los hubiese consentido, comprado juguetes que a ti te hubieran enojado porque eran demasiado caros, como lo hacen mis hijos ahora; los hubiese llevado a la playa, a parques y una que otra cosa les hubiese enseñado también, sin pasarme de la raya educacional que solamente deben tener los padres de la criatura, como lo hago con los nietos e hijos que sí tengo.

En tus momentos de desasosiego te hubiese apoyado, y te hubiese dado ideas de cómo conducirte ante los hipócritas religiosos y políticos que quieren imponer sus verdades cuando no son las tuyas; te hubiese ayudado a levantarte cuando caído estabas, te hubiese cargado y llevado en mis brazos cuando el peso era demasiado para ti de soportar.

En pocas palabras, ante cualquier circunstancia de tu vida que hubiese requerido mi presencia, ahí hubiese estado, como lo hago con los hijos que sí tengo.

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