Ando mirando la serie Yellowstone en Paramount, y una de las escenas se trata acerca del negocio de caballería, que me trajo memorias de bustillito (mi padre).

Del otro lado del Río Magdalena, tenía una finca (la historia completa no la sé en absoluto), pero ahí tenía una manada de caballos, que a lo que recuerdo – la vi varias veces y como en dos o tres ocasiones – los trajo a la finca de Juan Mina.

Cuando fui a la finca del Magdalena, recuerdo dos veces atravesando el río por lancha, que se cogía en el mercado que quedaba por la planta de Cervecería Águila. En uno de esos viajes, en medio de una ola que mecía la lancha como si fuera una hoja de papel que vi en ese tiempo como gigante – tendría como 10 o 12 años, me pregunta: ¿“y tú sí sabes nadar”? Tremendo tiempo para preguntar ¿cierto? Le contesto que no, aferrándome al cascarón de la lancha con ambas manos, pero no pasó nada.

En esa finca tenía un cuidandero que vivía en Soledad, quien me nombró de padrino de uno de sus hijos, pero no recuerdo, ni el nombre ni el apellido. El día del bautizo, al que no fui, salí en camino para el festival hippie en Medellín en el Parque Ancón. Iba con Jimmy Hernández, el flaco Juan Carlos algo, no recuerdo el apellido, creo que era el baterista del grupo de Eduardo Jalube – su novia era Lilliana Becerra, una muchacha muy bonita (no nos acompañó en el viaje), y una muchacha bogotana que había sido compañera de uno de ellos, pero quien terminó conmigo.

Íbamos en la camioneta Chevrolet 1953 de bustillito, pero me la quitaron en Montería porque no llevaba la tarjeta de propiedad, y en esos tiempos, ni licencia de conducir tenía.

Volviendo al cuento de los caballos, la anécdota que quiero compartir es referente a mi falta de aprecio hacia el negocio de la ganadería y sus anexos, incluyendo caballerizas.

En una de las traídas a la finca de Juan Mina para herrar, vacunar, escoger reproductores y vender unos cuantos, primero los soltaban en el terreno de 170 hectáreas a pastar y acoplamiento al clima, y luego se llevaron al pedazo de 30 hectáreas donde quedaba el corral, la casa de nosotros al igual que la de los trabajadores.

Se recogieron los caballos – duraron más de 2 días – los encerraron en el corral – era entre 200 a 300 caballos, y comenzó el proceso de herraje y vacunación. Dentro de esa fase, soltaban a los que estaban listos.

En una de esas, bustillito me dice que me pare en el medio de uno de los portillos dizque para que aprendiera – el único abierto – con una vara para separar los que no estaban listos. Cada vez que recuerdo no puedo evitar una sonrisa de oreja a oreja.

Pues me planto en medio del portillo cuando de pronto veo que esa manada de caballos vienen por la derecha hacia mí corriendo como a mil millones de décimas de metros por millonésima de segundo, y por el lado izquierdo salgo corriendo hacia la casa de los trabajadores a esconderme.

¡Se salieron todos los caballos!

Ese fue el fin de mi carrera como criador de caballos, y otro día cuento el fin de mi carrera como ganadero.

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