Desde hace varios meses el wokismo, corriente que en la ultima década se expande en el mundo occidental, es objeto de animados debates a nivel internacional, particularmente en países como Francia y Estados Unidos, donde feministas, académicos, periodistas y ciudadanos de diferentes sectores de la sociedad han venido tomando postura sobre esta tendencia que también ha llegado a Colombia, sin ser abordada con distancia crítica o rigor analítico.

El termino wokismo, de origen afro-americano, se deriva de la palabra inglesa Woke, que sugiere el “despertar” de un individuo de cara a las diferentes formas de injusticia y discriminación: tomar conciencia social de los privilegios propios y asumir la determinación de luchar activamente por la equidad. Su origen se remonta a los movimientos antirracistas y a otros tipos de injusticia que mediante el uso de hashtags como #staywoke, #BlackLivesMatters o #MeToo  pusieron en evidencia las graves violencias que a través de comportamientos racistas, clasistas y sexistas venían siendo normalizadas en sociedades democráticas del siglo XXI.

Ese “despertar”, respecto a todo tipo de violencias que no deben ser toleradas o normalizadas, ha conllevado un llamado a denunciarlas de manera vertiginosa, pretendiendo a través del rechazo contundente a cualquier signo de este tipo de discriminaciones o violencias “cortarlas de raíz”. No obstante, al mismo ritmo que se propaga esta suerte de fijación identitaria, frecuentemente asociada a lo “políticamente correcto” y que enfatiza la pertenencia de los individuos a alguno de los grupos tradicionalmente excluidos, sus detractores vislumbran en ella los riesgos de una ideología de corte totalitario, o incluso una formula perfecta para el dogmatismo[1]. Esto en la medida que se orienta  a la destrucción de la individualidad, que termina siendo reducida o predefinida a lo que se pueda determinar según su origen social, racial, o identidad sexual.

De otra parte, la también denominada “cultura woke” se encuentra entre otros al origen de la “culpabilización o persecución” a todo lo que tenga que ver con parte de las raíces históricas de la cultura occidental judeo-cristiana, que desafortunadamente estos movimientos tienden a generalizar enfatizando en sus practicas racistas, machistas y discriminatorias, sin reconocer los factores positivos de una tradición e identidad de la cual también formamos parte. Se trata en otros términos, de una suerte de fijación identitaria común, frecuentemente movilizada al interior de los partidos y movimientos de izquierda, que busca mediante acciones diversas —que van desde tumbar estatuas, cambiar los nombres de las calles, hasta linchar mediáticamente a quienes observen comportamientos presuntamente discriminantes—, reescribir la historia, cambiando la realidad de manera radical, mediante postulados que son cuestionados por actores señalados como “maniqueistas, resentidos y victimistas”[2], que han desembocando en la denominada  “Cultura de la cancelación”, la cual busca mediante el aleccionamiento ejemplarizante cambiar de tajo esas realidades de discriminación, las cuales son a todas luces reprochables, pero que si pretendemos cambiarlas de un brochazo, sin comprender la complejidad histórica y cultural que se encuentra detrás de ellas, podemos incurrir en ligerezas, reduccionismos y facilismos que no necesariamente se traducirán en beneficios para la sociedad. En palabras de Barck Obama: “Hacer el cambio no es lanzar juicios contra otros, porque aún la gente que hace cosas buenas a veces comete errores. Si hacemos fiesta de pureza, vamos a tener fiestas muy pequeñas”.

Algunas de las principales criticas que en el contexto global se han hecho a las prácticas que se desprenden de este “despertar” son: 1) Quienes promueven los linchamientos o aleccionamientos suelen ser mayoritariamente personas “blancas y privilegiadas” que se sienten moral e intelectualmente superiores al resto, por haber tomado conciencia de sus privilegios y ahora denuncian vehementemente todas esas injusticias de orden social. 2) Suelen ser prácticas de escarnio público como el “escrache” que no parecen servir para contrarrestar las realidades que pretenden denunciar, ni ayudan a bajar los márgenes de impunidad que se pretenden como forma alternativa o sustitutiva de la justicia. 3) Promueven una justicia de mano propia, el linchamiento y la cancelación social de las personas que se ponen en la mira para hacer de ellos casos ejemplarizantes o “chivos expiatorios”, arriesgando fundamentos propios del Estado de Derecho moderno, convirtiéndose en un sistema paralegal de justicia vindicativa, en la que se establecen máximas sanciones de facto sin que medie alguna garantía de justicia. 4) Orientan a personas con poder, pero sin crear consenso en cuanto a las conductas inapropiadas e incluso mucho más graves en otros niveles de la sociedad. 5) Este tipo de “cultura”, que reniega de las costumbres discriminatorias de sus antepasados, se alimenta de resentimientos y del desprecio confortándose en una narrativa victimista, de oprimidos versus opresores, que divide en buenos y malos a los individuos, negando la complejidad de los seres humanos y la necesidad de comprender y aceptar esa complejidad para poder sobre esa base avanzar hacia una realidad más justa[3].

Ahora bien, los detractores de esas críticas frecuentemente catalogan a quienes las realizan de “reaccionarios” y/o “militantes de extrema derecha”. No obstante nada mas lejos de estas afirmaciones a juzgar por quienes han tomado una distancia crítica de este movimiento, a lo largo y ancho del mundo occidental. En ese sentido, vale la pena documentarse particularmente del coloquio “anti-woke” denominado “Después de la deconstrucción: reconstruir las ciencias y la cultura”, realizado en enero de este año en la Universidad La Sorbona de París, con la participación de más de 100 académicos del mundo que lejos están de ser reaccionarios de extrema derecha[4].

En ese horizonte, el feminismo enfrenta un gran desafío como proyecto de justicia social, cuando un sector minoritario del mismo funda principalmente sus cimientos en una cultura identitaria de aleccionamiento, victimización y permanente confrontación, que se erige como sistema de venganza  y de justicia paralegal frente a cualquier tipo de señalamiento que implique una justificada sanción social.

Lo deseable sería apuntar al desarrollo de un “despertar” social generalizado, que mediante la comprensión, la empatía, el dialogo y la voluntad de transformar, (como lo hemos visto ha sido el camino emprendido por Francia Marquez) apunte a la consecución de una sociedad más armoniosa y justa, en la que pasemos del aleccionamiento y las ínfulas de una “superioridad moral” de unas personas respecto de otras, a la aceptación de la complejidad que se esconde detrás de cada uno de esos comportamientos discriminantes que históricamente han sido normalizados, y que por supuesto tenemos que mediante el dialogo y la educación sobre aspectos como la construcción de nuevas masculinidades transformar, y todas las veces que existan méritos a través de los procedimientos y garantías propias de cualquier Estado de derecho denunciar para adecuada y proporcionalmente corregir.

Se trata en últimas de un tema complejo que lejos estamos de pretender abordar completamente en un articulo somero de opinión. Esta breve reflexión es tan solo un abrebocas que con algo de suerte pretende dar algunos elementos básicos para robustecer el debate y reflexionar sobre el hecho de que en la vida social y política, nadie es dueño de la verdad ni puede reclamarse “moralmente superior a nadie”. La búsqueda de un discurso más autorizado que otros, aún en el terreno de la contestación y de los movimientos sociales, también es un juego de luchas que, por supuesto, no está exento de instrumentalizaciones políticas y de relaciones de poder, aún en sus pretendidas “resistencias”. Y mucha atención a estas dinámicas sociales, porque si no reconocemos que el que esté libre de prejuicios y relaciones de poder “que tire la primera piedra”, “ojo por ojo y el mundo terminará ciego”.

[1] Ver: https://elpais.com/ideas/2021-08-15/cultura-woke-ha-importado-europa-un-debate-propio-de-estados-unidos.html

[2] Ver GUTIERREZ PALACIO Javier, “Lo wok y el wokismoen Coordenadas ideológicas 2021.

[3]Ver:  https://elamerican.com/cultura-woke-colombia-tumbando-estatuas/?lang=es

[4] https://www.nouvelobs.com/idees/20220114.OBS53221/colloque-anti-woke-a-la-sorbonne-on-vous-dit-tout-sur-la-polemique-et-les-enjeux.html

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