Soy nieto de una pareja de boyacenses, y una de santandereanos, nacidos en el área rural de sus respectivos departamentos. Como la mayoría de nuestros abuelos, nacieron en el campo colombiano. En el octogenario de mi abuela Amanda, nacida en el municipio de Sutamarchán, Boyacá, quiero hacerle una dedicatoria a ella, y a su inolvidable generación de humildes y valiosos principios.
Mi abuela, como sus contemporáneos, emigraron a los centros urbanos de Colombia en la década de los años cincuenta. Migraron esperanzados por las promesas de una vida citadina con más oportunidades para vivir mejor, educación, salud y trabajo, que aún no pasan de moda. Migraron en la denominada “época de la violencia”, pues desde ese entonces, el Estado sigue intentando llevar la república a todos los rincones de Colombia.
De la vida en Suta, mi abuela trajo consigo una perspectiva del mundo de estrictos valores. Valores cristianos muy exigentes con las mujeres de la época, quienes dirigieron la formación de sus hijos desde el tradicional hogar. Amanda Russi y esa generación de mujeres nació con limitados derechos políticos y de educación. Educar guiadas por principios sencillos y transparentes era la manera de hacer cumplir sus sueños. Sueños que venían acompañados de un principio básico para una persona de buena voluntad: Honestidad.
Irónico que debamos mirar atrás, a nuestros abuelos, para buscar elementos básicos de nuestra idealizada democracia. La miro a ella para buscar la honestidad que los colombianos le reclamamos al Estado, pero que no encontramos en nosotros mismos. Estamos tan sumergidos en la complejidad de las cosas que olvidamos darle prioridad a lo sencillo. Honestidad para administrar los recursos del Estado. No vale el título del doctor, si lo usa para engañar. Colombia necesita algo que nuestros abuelos tienen, la honestidad de la palabra. Tenemos mucho recurso y poca honestidad para aprovecharlo.
Mi abuelita tiene una posición crítica humilde en conocimiento científico, pero generosa en creación de valor. Su fuente de información para hacerse una idea de la realidad, que vive y necesita el planeta, es la radio, su ventana al universo. Disfruto oírla opinar sobre acontecimientos futbolísticos o políticos, y sobre todo, disfruto ver la honestidad en su dulce mirada cuando sueña en un mundo mejor. La miro a ella para que me recuerde que el comienzo de largos viajes comienzan con un profundo y honesto anhelo. La honestidad y honradez han acompañado los anhelos de mi abuelita desde que se fue de Suta, y la ayudaron a cumplir sus sueños. Eso es lo que pienso le hace falta a nuestra generación, seducidos por la trampa y el engaño del dinero rápido a cuesta del Estado. Necesitamos servidores públicos con capacidad de aplicar sus conocimientos sobre principios básicos como la honestidad de nuestras abuelas.
El último domingo de Mayo tenemos la oportunidad de manifestar lo que esperamos del estado colombiano y quien lo represente. Tenemos la oportunidad de elegir los principios que nos hace falta en la administración del Estado. Quiero elegir una nueva forma de comunicarse con las personas. Una forma más transparente de comunicar las decisiones del Estado, sin ocultar, ni subestimar la opinión de los electores. Quisiera ver servidores públicos guiados por la honestidad y honradez de mi abuelita Amanda, una mujer de Suta.