La Perla

Publicado el Sebastián Gómez

¿La voz del Pueblo = La voz de Dios?

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La elección de Trump en Estados Unidos, el Brexit en Reino Unido y el triunfo del No en el último plebiscito en Colombia han dejado un sabor amargo en quienes creen que el Pueblo ha elegido equivocadamente y se ha dejado engañar.

Se cree que las elecciones populares democráticas están diseñadas para elegir gobiernos poseedores de la verdad y la bondad absoluta, o es lo que muchos podrían interpretar de la frase latina, “La voz del pueblo es la voz de Dios”. No se confundan, el Pueblo no somos Dios, y como no somos Dios, siempre estaremos expuestos a equivocarnos. No obstante, aunque es imposible pertenecer a un sistema político perfecto, lo que sí es posible es tener unas reglas de juego que hagan más difícil engañar a los votantes.

Enfoquemos el caso de Colombia, un país en el que nos hemos jodido bastante. Es necesario replantear la forma en que los ciudadanos entregamos el Poder, porque como cualquier máquina que se hace vieja, nuestro sistema electoral de dos siglos está necesitando cambios de fondo para evitar al máximo que jueguen con las necesidades e intereses de los colombianos.

Recordemos brevemente como ha sido la evolución de nuestro sistema electoral en la historia de Colombia. En 1832, solo podían votar quienes sabían leer y escribir, no eran esclavos y eran hombres casados mayores de 21 años y poseedores de propiedades. En 1853, sin esclavitud, ya podían votar todos los hombres casados mayores de 21 años. En 1936, es instaurado el sufragio universal para todos los hombres. En 1957, por primera vez en Colombia, todos los hombres y mujeres mayores de 21 años pudieron votar. Y en 1975, la mayoría de edad cambia a 18 años. Como podemos ver, hace cerca de medio siglo logramos que todos los seres humanos fuéramos reconocidos para participar en la entrega del Poder en Colombia.

Aunque satisfactoriamente logramos que sin discriminación todos puedan votar, parece que esto no es suficiente para bloquear los intereses de la élite corrupta. El reto ahora es lograr que la voluntad de los ciudadanos sea lo mejor interpretada posible por el Estado. En otras palabras, ¿Qué nos inventamos para que el acto sagrado del voto sea lo más eficiente y transparente posible?  ¿Cómo podemos evitar al máximo: el populismo, la publicidad engañosa o la compra-venta de votos? ¿Será momento de que los ciudadanos no marquemos personas en al tarjetón, sino grupos, intereses o ideas que nos representen?

Estas preguntas no se resuelven rápidamente, se necesita un profundo análisis para encontrar un mecanismo que convierta la voz de los ciudadanos en el Congreso y el Gobierno que queremos y necesitamos. Cuando se debate sobre implementar solo listas cerradas (se vota por el partido y no por el candidato) en las elecciones al congreso, nos acercamos levemente al planteamiento de soluciones a este problema. Pero porque no pensar, por ejemplo, en que las elecciones se conviertan en el día en que los ciudadanos podamos registrar una lista de nuestras preocupaciones y la forma en que queremos que estas sean resueltas, en lugar de solo ir a votar por un individuo. El Estado (representado por la Registraduría Nacional y el Consejo Nacional Electoral), así como hace un conteo de votos, podría  hacer un “conteo” de las preocupaciones del Pueblo. Después de hacer este “conteo” o interpretación de la voluntad popular, según los resultados serían elegidos los candidatos o grupos políticos alineados a dichos intereses.

Por supuesto, para que cualquier implementación al sistema electoral sea exitosa, se necesita tener un Estado confiable que no tergiverse la voluntad del Pueblo.

De cualquier manera, nuestro sistema electoral debería tener más protagonismo en la agenda política nacional. Tenemos elecciones legislativas, presidenciales y locales cada cuatro años, es decir, cada cuatro años, tenemos tres días en los que se decide todo. Se decide nuestro éxito o fracaso. En mi opinión, hacer una efectiva reforma a nuestro sistema electoral y abrir este debate, es más importante que debatir sobre nuestro sistema de salud o sistema tributario. Porque al final, por quienes votemos serán quienes decidan qué hacer con nuestra salud y nuestra plata.

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