La Perla

Publicado el Sebastián Gómez

El enemigo es corrupto, pero no es bruto

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En Colombia tenemos muy claro que nuestro principal enemigo es la corrupción. Y particularmente, nos referimos a la corrupción política. Sin embargo, me atrevo a decir que subestimamos al enemigo y no tenemos muy claro como vencerlo.

Pongamos la lupa en el cuello de botella de nuestro proceso político, las campañas electorales. Esos 3 o 6 meses que se vuelven fundamentales para los 4 años en que nuestros presidentes, gobernadores, alcaldes, congresistas, etc. tomarán decisiones para nuestro país.

¿En estos meses de campaña que ocurre? 

Diferentes grupos, o podríamos decir pandillas, con cualquier identidad política de papel, se organizan para empezar a trabajar en algo que han hecho por décadas. Alinear contratistas, líderes de barrio, periodistas oportunistas, empleados del Estado, políticos de menor rango, entre otros, para formar una pirámide de compromisos, en donde el candidato está en la cúspide y debe salir victorioso. Por supuesto, todo este grupo organizado de personas se vale de mercados, cemento, bazares, puestos públicos pequeños y demás baratijas para entregarle a los ingenuos electores, y hacerlos votar por cualquier lagarto que, posiblemente, ni tenga gracia al hablar en público.

Estas pirámides se mueven como un reloj, ya saben con precisión en que momento de la campaña y como tienen que gastar la plata, cuantos buses deben contratar para el día de elecciones o cuánto dinero en efectivo necesitan por líder para  “regalar” en la entrada de los puestos de votación. No los subestimemos, estas son empresas informales organizadas con mucha experiencia en domesticar a sus votantes.

¿Cómo ganarle a este sistema corrupto tan arraigado?

No es fácil, pero tampoco imposible. Y señalo dos puntos débiles del enemigo, de los cuales se pueden sacar ventaja.

El primero, el rechazo a la clase política existente. Los colombianos estamos notablemente cansados de la élite política, y un discurso anticorrupción vendido apropiadamente puede ser un éxito. Y digo apropiadamente, porque no se puede manejar el mismo lenguaje  en Bogotá, Barranquilla y Cúcuta. En cada región el discurso anticorrupción debe tener un lenguaje acorde a su gente. Dicho de otra forma, a las personas se les debe hablar de lo corrosivos que son los corruptos en palabras que les gusten y peguen en la gente.

El segundo, la ineficiencia con que la mayoría de campañas políticas tradicionales administran sus recursos. El político tradicional se acostumbró a despilfarrar plata y favores, comprometiéndose con lo que va y no va a cumplir. No se preocupan por optimizar el dinero, tiempo y personal de campaña disponible. En estos temas son muy poco innovadores y no se apoyan en la tecnología disponible. Su forma de trabajo cada vez será más obsoleta.

En el segundo punto débil es donde más les hace falta trabajar a las nuevas campañas anticorrupción. Deben centrarse en observar técnicamente como aprovechar los recursos de la campaña al máximo. Obviamente, hasta las campañas más honestas necesitan mucho dinero, y será necesario aprovechar los recursos al máximo para movilizar a los electores. Porque no necesariamente el que tiene más plata gana.

¿Qué pasará en las elecciones del 2018?

No me hago ilusiones con que venceremos al enemigo corrupto en las elecciones legislativas y presidenciales del 2018, pero creo que es una gran oportunidad de empezar a mover la balanza de nuestro lado y demostrar fuerza. Por lo menos, con una derrota más digna que la de Mockus en el 2010. Sergio Fajardo, Claudia López, Jorge Robledo y los demás candidatos en contra del sistema tendrán que focalizar los puntos débiles del enemigo para quitarles los votos. Sus campañas no se deben volver a confiar solo del ruido en los medios de comunicación y redes sociales, sino planear muy bien la técnica de movilización en todo el país. No será fácil pelear contra mercados, dinero en efectivo y puestos a punta de discurso, pero no es imposible.

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