Coyuntura Política

Publicado el Renny Rueda Castañeda

Que tipo de sociedad queremos.

Aunque en ocasiones se suele pensar que la modernidad y la economía de mercado, llevan implícito un único destino de orden social. Los hechos, muchos de ellos desconocidos o inconscientemente ignorados, demuestran una realidad distinta. En apariencia, existe un consenso en el sentido de considerar que Colombia, como cualquier otro país con situaciones políticas, sociales o económicas similares, debe conducirse hacia una “modernidad”. No obstante, por la ambigüedad del término, con frecuencia se desconoce en el debate político convencional que clase de modernidad se desea, y en este sentido, si las políticas, las decisiones de gobierno o la ideología que representan las distintas administraciones se concilian con la “modernidad” que persigue una mayoría objetiva y bien informada.

El tema por su naturaleza, abarca un complejo abanico de variables, que dada su numerosidad y características escapan a un análisis sencillo, espontáneo y no académico. Sin embargo, a los efectos de plasmar algunos interrogantes, se puede afirmar que a grandes rasgos la sociedad que quieren los colombianos se nutre de dos grandes modelos o referentes de modernidad occidental. El primero de ellos, establecido por un sistema de verdades y una estructura política y social dominada por el país con mayor influencia durante todo el siglo pasado, los Estados Unidos. El segundo de ellos originado por visiones de orden social alternativas, que a pesar de sus aparentes similitudes con los Estados Unidos, presentan sustanciales diferencias con este en sus indicadores sociales, en su cultura, en sus estructuras institucionales y su sistema político, tales como  los países del norte de Europa, entre los cuales cabe citar a Noruega, Finlandia Suiza o Dinamarca.

Cuando a la fecha, los Estados Unidos representan para Colombia el país con la mayor influencia cultural y política, es necesario plantear, que en contraste con algunos países del norte de Europa y del mundo, sus realidades sociales rememoran más la situación de un país en vías de desarrollo que uno ya desarrollado. A junio 30 del año 2009, por ejemplo, la población total carcelaria de los Estados Unidos ascendía a la escandalosa cifra de 2.297.400 prisioneros –una tasa de 748 por cada 100.000 habitantes-, representando con ello el país con más ciudadanos tras las rejas, y con la mayor tasa de encarcelamiento en el mundo. En contraste con Dinamarca, con 3774 prisioneros, a una tasa de 59 por cada 100,000 habitantes, o la India, que con una población total de más de 1.129 millones de habitantes, cuenta con 281.000 prisioneros y una tasa de aproximadamente 40 por cada 100.000. Una de las más bajas del planeta. En otra perspectiva, los niveles de concentración de ingreso en los Estados Unidos, que representa el país más desigual entre los países desarrollados, se asemejan en contexto al caso colombiano, que a su vez, es uno de los países más desiguales del mundo y probablemente junto con Brasil, el más desigual de Latinoamérica. Hechos que representan con dramatismo dificultades sociales que palpitan en el interior de los habitantes del país del norte, pero que muchas veces son ignorados por lo hacedores de políticas públicas de los países del sur.

Ejemplos como los anteriores no solo se remiten a la desigualdad o la cantidad de delitos y la implementación de políticas sociales obtusas, anacrónicas y represivas, sino que se expanden a áreas tales como el sistema de salud, el acceso a la educación superior, las posibilidades de ascenso socioeconómico, el manejo de las políticas antidrogas, el grado de participación ciudadana en los asuntos políticos, la igualdad de ingresos y la participación política entre géneros, el sistema político institucional, la fragmentación social, la violencia urbana, el debilitamiento de la familia como estructura base de equilibrio social, el grado de contaminación medioambiental, la explotación de los recursos naturales o la violación a los derechos humanos. El caso es que en Colombia urge en la actualidad que exista un debate objetivo intelectualmente, en el que se replantee de forma crítica el tipo de sociedad que se desea, y los referentes internacionales que han servido históricamente como casos a emular, estableciendo paralelos honestos al análisis independiente de sociedades desarrolladas que han servido de ejemplo para la construcción de nuestro propio país.

Durante las últimas décadas, preocupa de la política colombiana, la falta de independencia en el sentido de sentar una posición crítica frente a influencias externas que han determinado la agenda de los gobiernos de turno, y que pareciera quisieran convertir a Colombia en un experimento social inclinado sin vacilación a Washington, de espaldas a un mundo que tiene tanto o más que aportar en materia de experiencia en implementación de políticas sociales, económicas, tecnológicas, educativas o culturales.

La gravedad de algunas problemáticas actuales globales plantea la necesidad urgente de revalorar incluso lo que la sociedad colombiana entiende por modernidad. Los gobiernos de turno, llevados por una inercia propia del sistema, han dejado de lado esta prioridad. Como consecuencia, Colombia hoy en día, pasa lentamente a experimentar un estado de letargo que le hace apreciar sin ojos críticos su propio modelo de desarrollo -como si existiera un consenso nacional acerca de este- o sus propias problemáticas, y reproducir en el tiempo taras sociales y políticas tales como el narcotráfico, la violencia, la desigualdad, la falta de educación, la pobreza y la corrupción.

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Renny Rueda Castañeda

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