Coyuntura Política

Publicado el Renny Rueda Castañeda

Premodernidad y democracia. Colombia. II Parte

I Parte

 

La confianza en esquemas institucionales que se remontan al siglo 18, transidos por su inoperancia en muchos proyectos nacionales del siglo 21, es un resultado de la velocidad de dinámicas políticas surgidas a partir de la revolución industrial. Hoy, las limitaciones de las formas de gobernanza representativa no obstante se auscultan bajo complejas estructuras de comunicación que cumplen roles fundamentales de control ciudadano, y que a lo largo de las últimas décadas se han institucionalizado corporativamente cubriendo vastas áreas del globo. Las asimetrías que caracterizaron gran parte de los levantamientos políticos del siglo 20, no solo se han mantenido, sino que en muchos casos se han profundizado y complejizado.  En ese contexto, aun cuando a los ojos de la ciudadanía del común el concepto de la democracia se presenta como un vocablo de comunicación habitual, en la realidad de la política global, continua siendo un patrón definitorio del grado de comprensión del individuo de su momento histórico, y del grado de desarrollo civil de todo proyecto nacional.

A nivel local, ha sido precisamente el temor a incorporar en la vida civil el carácter de su propia naturaleza sofisticable, la que le ha imposibilitado madurar cultural y políticamente. La permanente presencia mediática de una representación de la democracia mutilada por el ejercicio del voto, y el reforzamiento de un imaginario cultural inocente  y antojadizo, ha convertido al proyecto democrático en lema de naturaleza romántica; descarnando su infinita potencialidad en el proyecto humano doméstico y transnacional. El desasosiego vivido por Europa con ocasión de la Segunda Guerra Mundial, se transfundió entonces en la sangre ideológica del que las culturas occidentales nutrieron sus moderadas visiones institucionales. Copiar lo meridianamente seguro, fue para los proyectos americanos el lema a seguir. Así, a lo largo del siglo 20, el proyecto de formas institucionales que contravinieran los intereses de los actores globales de centro, o que posibiliten aun cuando sea parcialmente un progreso institucional más ambicioso, derivó en medio del frenetismo en anodinas formulas domésticas.  Con ello, la sociedad permitió en su lenguaje la incorporación paulatina de formas civiles que ralentizaron la maduración de su propia cultura política. Un solo evento ha cambiado el panorama, la revolución tecnológica, de la información y la hibridación cultural y cognitiva de una nueva generación.

La influencia que durante el siglo pasado ejercieron Europa y los Estados Unidos en trazar para Latinoamerica un rumbo cultural y político, es aún un trazo indeleble que caracterizó la mentalidad de la región en su incapacidad para transgredir su rol de periferia en el contexto internacional. En su idiosincracia, la influencia mello en la construcción de patrones culturales que desconocieron el descubrimiento de su propio potencial científico, técnico y racional, adoptando paulatinamente formas de convivencia que de gran parte de los procesos liberales del siglo 20 adoptaron sus lemas emancipatorios, evadiendo las duras responsabilidades que encarna un genuino experimento moderno.

En el país, las aproximaciones tradicionales al concepto de la democracia, no incorporaron semánticamente la debida importancia que cumple la ciencia, la cultura y la técnica, como garantes coordinatorios de formas democráticas complejas. No obstante, la democracia es ante todo un constructo cultural, político y dialógico perfectible, que solo a partir del fortalecimiento de sus bases cognitivas, competenciales, investigativas e institucionales, posibilita estadios de organización realmente sostenibles. Por ello, las aproximaciones convencionales al concepto de la democracia, incluso para numerosas sociedades de renta alta, son experimentos incompletos que dependen en muchas ocasiones de prácticas no sostenibles medioambiental, política y sistémicamente.

Las posibilidades contemporáneas en adaptar por primera vez en la histórica mecanismos de coordinación y comunicación social complejos, que traspasen las barreras dejadas por formas institucionales anquilosadas, y que posibiliten la inclusión de las nuevas generaciones en un debate público copioso y coherente, se  perfilan como un paso embrionario a nuevas formas de gobernanza y de comprensión de la vida civil. Hoy sin embargo, las estructuras no permiten abrazar ese nuevo rumbo de manera colectiva. Exigir para Colombia una trasformación de las formas institucionales formales, más que un llamado ideológico, es una urgencia de gobernanza; una demanda cronológica. El reforzamiento de un imaginario democrático invalidado en el apego a una pre-modernidad que se publicita globalmente, es un error político y social grave. En medio de la más impactante revolución cultural y tecnológica de que se tenga registro en la historia planetaria, la posibilidad de incorporar nuevas formas civiles a los proyectos domésticos y transnacionales se avizora como un escalón más de un proceso civilizatorio real.

 

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