Coyuntura Política

Publicado el Renny Rueda Castañeda

Premodernidad y democracia. Colombia. I Parte

Las rupturas históricas que determinaron el proceso de desarrollo de Colombia, aislado de los antecedentes culturales e industriales que posibilitaron el desarrollo de naciones de renta alta, le hizo construir una idea de sí misma que lograse en medio de la escasez, conciliar las tradiciones con un proceso de modernización violento. Quizás, la mayor manifestación sociológica del fenómeno, cuajó en el periodo de violencia que desde finales del siglo 19, exacerbó la vida política desde su propia institucionalidad. La guerra de los mil días entonces, en vez de haber representado la cúspide del desentendimiento entre dos tendencias ideológicas, podía haberse constituido como la prueba por excelencia, de que dos mundos estaban de acuerdo en que con el cambio de siglo, el país estaba en mora de tomar un nuevo rumbo institucional.

Las formas institucionales que en medio de la ruptura se corporeizaron, estuvieron marcadas por la constitución de 1886, que aún a pesar de ser en parte el detonante de la Guerra de los Mil Días, definió protagónicamente el rumbo de la vida política hasta el año de 1991.  Con ello, la nación en medio del temor del aún mayor descuajamiento de su orden civil, procedió a continuar una orientación histórica que a pesar de sus evidentes contradicciones, parecía mejor que cualquier experimentación institucional. La sociedad creyó entonces que la democracia la hacían las instituciones y las estructuras formales, con ello, a pesar de las delirantes argumentaciones que dieron lugar a la constitución de 1991 – después de la constituyente-,  el país vivió el mayor proceso de violencia organizada de su historia, marcada por una variopinta sofisticación de la criminalidad.

La apuesta por un estado político en donde la racionalidad, la coordinación de la vida civil, la ciencia y la técnica definan el futuro de la nación, aún hoy se avizora intimidante. Gran parte de las construcciones culturales que posibilitaron la convivencia patológica de dos visiones de mundo fragmentadas ontológica y geográficamente, se conservan en el imaginario de la idiosincrasia doméstica como si fuesen una ineludible impronta. Así, al progreso se le sigue representando con aproximaciones que posan en la vida mediática como notables, pero que carecen de la riqueza funcional y sociológica que ha caracterizado audaces –aunque parciales- proyectos políticos del globo.

La falta de fe en la promesa de un futuro que posibilite el tránsito hacia un proyecto realmente moderno, ha tullido funcional y ontológicamente el concepto de la democracia. La representación de la misma en formas institucionales formales, desprovistas de todo el contenido cronológico y semántico que la ha caracterizado en exclusivas experiencias históricas, la ha hecho deteriorarse en un prontuario operativo, que como si fuese una fórmula metafísica, permite el progreso de la sociedad en su conjunto ineluctablemente.

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