La creencia generalizada de concebir el orden político actual como un legado inevitable de procesos previos, es la forma más fácil de caer en la distorsión de la realidad de los órdenes sociales, y en la legitimación de relaciones formadas en entornos inabordables. El mundo vive una dicotomía en la que busca conciliar los progresos técnicos y científicos con tensiones políticas que parecen inagotables. A diferencia de la gran mayoría de estimaciones, el siglo pasado con todo el conocimiento acumulado, lejos de representar un periodo de calma se marcó a sí mismo como el más sangriento registrado en la historia del hombre. En la transición en la que se vive, con cada día que pasa, con cada nuevo ser humano que existe sobre la tierra, el valor de la vida adquiere cada vez más una tendencia negativa. En las sociedades de consumo actuales las relaciones humanas genuinas pasan a un plano secundario.
La razón por la cual este fenómeno se hace difícil de elucidar reside en el hecho de que las tensiones originales entre hombres ocasionadas por escaseces materiales, han sido revestidas por el esquema de la sobreabundancia. Hoy sin embargo las diferencias materiales entre individuos son aún mayores que las que hayan existido en la historia. Estas ya no solo se manifiestan a nivel local sino a nivel global. Las estructuras de poder y dominación sobre la vida de las personas eleva a un plano superior la incapacidad de las nuevas generaciones de pertenecer a un orden social por fuera de una cadena de producción. El problema es que el esquema esta fundamentalmente diseñado para repetir el fortalecimiento de relaciones de poder asimétrico entre ciudadanos, que son veladas debido a la incapacidad cultural del individuo en reconocer la situación en vez de marginarse desde el plano de un nicho de consumo a la apatía política.
En la actualidad, lejos de concebir el proyecto del desarrollo político de las sociedades como una misión agotada, las nuevas generaciones deben reconocer que los esquemas de organización y administración del poder están extinguidos. El concepto de la democracia que para muchas personas consiste en el acto del voto es hoy en día un imaginario que parece ilusorio aún en países de renta alta. Con ello el grado de influencia de actores con capacidad de gasto sobre los sistemas políticos , deriva en patologías que se manifiestan con abierta regularidad a lo largo de la geografía mundial.
Problemas como el cambio climático, ocasionado principalmente por las emisiones de dióxido de naciones de desbordada industrialización, son aislados de una agenda política en la que las principales economías encaren su responsabilidad en el deterioro del equilibrio geotérmico. La explotación desbordada de recursos no renovables agotó las reservas fundamentales de los países con la mayor capacidad de gasto, buscando adoptar el mismo esquema de destrucción en países con menos influencia geopolítica y con necesidades de capital extranjero. Fenómenos como el mantenimiento del desempleo estructural experimentado en países como los Estados Unidos, España o Portugal, en vez de representar un problema social, se configura en una estrategia de eficiencia económica necesaria. Salvada por la tercerización de mano de obra en países de renta baja como China e India. El fenómeno sin embargo distorsiona por completo los proyectos de vida de millones de personas marginadas de pertenecer a una vida productiva digna y útil al aparato social. No obstante en órdenes políticos como el norteamericano con altos niveles de concentración de ingreso, se presenta como rentable, manteniendo a millones de personas por fuera del sistema productivo y desequilibrando la valía política de cada ciudadano. Solo en el año 2012, más de 47 millones de estadounidenses recibieron cupones de alimentación para aliviar necesidades nutricionales. El mismo esquema se repite con regularidad en la gran mayoría de países del mundo. El progreso técnico y productivo del siglo pasado convierte incrementalmente la cultura humana en hedonismo y al ciudadano en consumidor.
Un mínimo periodo de la historia
La aceptación del orden social actual como una inevitabilidad desconoce la complejidad y variabilidad que ha marcada previos periodos de existencia y desarrollo de las sociedades humanas. Incluso a pesar de lo que a los ojos de la generación joven puede parecer como comprensible, el sistema contemporáneo es probablemente uno de los más complicados de abordar, dada la invasividad de su lógica ideológica en cada una de las esferas de la vida. El periodo de la historia que nos ha tocado por vivir no obstante es humano, por ende efímero. Lo único que realmente lo hace trascendente es el hecho de estar marcado por un avance científico y tecnológico inusitado. Las preguntas sin embargo respecto a la naturaleza existencial y política del hombre se repiten incesantemente. Tal y como se han repetido por siglos.
Las dificultades en controlar las relaciones de capital sobre la vida de las personas a nivel global, llevan a patologías de gobernanza que cada vez se hacen más evidentes. La sociedad de consumo actual determinada culturalmente por prácticas de consumo de sociedades de renta alta, es imposible de ser sostenida en el tiempo. Solo en este momento harían falta numerosos planetas para poder llevar los mismos esquemas de vida de estas sociedades, a los más de 7 mil millones de habitantes del planeta. En los años recientes, recursos que hasta hace unas décadas parecían inagotables llegaron a su cenit de explotación, y los proyectos de vida de los ciudadanos se reducen sistemáticamente a una frenética empresa productiva. Un proyecto sin dirección ni sentido.
Ante los problemas de la modernidad, asumir un cambio en las estructuras de gobernanza y organización social se convierte lentamente en un punto político abordable en sociedades que han llegado a niveles tolerables de consumo y satisfacción de necesidades materiales dignas. La repetición en el tiempo de esquemas de vida dirigidos exclusivamente a copar demandas elementales del hombre y el goce sensual de la experiencia vital, se hace incrementalmente absurdo e insostenible en un mundo de recursos limitados con una ciudadanía capaz de discernir. Sumar a esas demandas la posibilidad de proyectar una organización social de base científica, apoyada en los recursos tecnológicos actuales, permite finalmente conjugar las motivaciones para abordar una transición política global. Que necesariamente ha de manifestarse en diversos intentos desde lo nacional.
El hecho de que nos toque por vida un mínimo periodo de la historia, no elimina el valor de esa fracción de tiempo para abordar un proyecto político que se hace cada día más imperativo. En el comienzo de este nuevo siglo, las sociedades deben estar en capacidad de aislarse de la influencia fútil de medios e ideologización de masas, para lentamente adentrarse en el estudio de su propia naturaleza. Las demandas históricas de una sociedad justa, que eleve la experiencia vital más allá de las posibilidades del hombre moderno, hoy en día adquieren una dimensión superior a la adquirida en décadas anteriores. Lo que urge es definir las tareas a seguir. Una hoja de ruta que integre a cada persona con derechos y responsabilidades en la construcción de un orden social por ser descubierto.
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Renny Rueda Castañeda