Coyuntura Política

Publicado el Renny Rueda Castañeda

Estados Unidos y la desigualdad. Una reflexión ética para Latinoamérica.

Con ocasión de la importancia ideológica que para el continente latinoamericano tienen los Estados Unidos, vale la pena analizar, de una manera histórica, como la desigualdad económica y política, lejos de significar un elemento ajeno al sistema norteamericano, se convirtió en un prisma a partir del cual el país se construyó desde su raíz, y por ende desde su óptica, ha planteado  construir y visualizar un mundo a la medida de su singular y complejo sistema de valores.

Las problemáticas en materia de desigualdad en los Estados Unidos, aunque aparentemente recientes dado el papel informativo de los medios de comunicación –valga la pena resaltar el impacto global que tuvo el caso de los efectos del huracán Katrina sobre New Orleans o las diferencias en materia de acceso a un sistema de salud garantizado-, hacen parte no obstante de la historia norteamericana. Los orígenes de su sociedad dispusieron la existencia de grandes masas que buscaban formas de autorregulación y auto organización ciudadana en un país de reciente conformación, y el estado, como actor político principal, incapacitado en su época de atender las demandas de la población civil, era cooptado por intereses de acomodadas familias que buscaban reasentar su dominio económico en un territorio que por su extensión, hacía imposible la intervención y regulación institucional.

En el siglo 19, William Graham Summer, probablemente el académico y profesor más influyente de la Universidad de Yale, expresaba como hacia el año de 1850, “las instituciones y costumbres democráticas en la más avanzada “democracia” de la era (Los Estados Unidos) se encontraban bajo el control efectivo de plutócratas (capitalistas políticamente conectados). Con ello, la plutocracia se convertía en la verdadera forma de gobierno”[1]. Así, era natural pensar, a pesar de que la población ocupante se había asentado hacia más de tres siglos en suelo norteamericano, que las “modernas e industrializadas naciones occidentales –entre ellas particularmente los Estados Unidos- eran tan geográficamente extensas, pobladas  y diversas,  que era imposible considerarlas democráticas en algo más allá del sustantivo”. No era nuevo en la discusión política y académica norteamericana, realizar afirmaciones al respecto de esta problemática. De hecho, para la primera mitad del siglo 19 (1835), Condy Raguet, pensador y político liberal norteamericano, consideraba “la influencia de intereses especiales –de minorías políticamente dominantes- sobre el interés general, ”como un “riesgo mucho mayor que el representado por la tiranía de la mayoría” .

La concentración del poder económico y mediático y con ello, la concentración del poder político, tiene una larga cadena de antecedentes de los cuales tal vez el más conocido sea el protagonizado en 1913 por Louis Brandeis quien buscó generar mecanismos que posibilitaran la regulación del poder corporativo no solo sobre los medios de comunicación sino sobre la vida política del país. Para los años que corrieron “de 1897[2] a 1904 se produjo una espectacular ola de compras y fusiones que llevaron a 4.227 empresas a transformarse en 257. Para 1904, unos 318 trust controlaban dos quintos de la producción nacional”[3].  La banca era fundamentalmente la propietaria de los medios, y con ello, sus intereses tanto económicos como políticos se imponían ante el resto de la población. Para la gran mayoría de la población con los años, la situación se deterioraría. Tan solo era necesario esperar como con el tiempo, una nueva generación de familias vinculadas al sector del petróleo en la primera mitad del siglo 20, alcanzarían poder político como lo habían logrado los banqueros en las décadas precedentes.

Hoy en día, uno de los datos más escandalosos de la situación está representado en los niveles de desigualdad económica en todo el territorio, los cuales se destacan tanto local como internacionalmente. El coeficiente de Gini, el indicador más utilizado para determinar los niveles de concentración de ingreso, alcanzó para el año 2007 el guarismo de 0.45[4]. Muy por debajo de los niveles de desigualdad  de los países más desarrollados del mundo, y cómodamente superado en materia de equidad por países africanos, entre los cuales se distinguen Camerún o Uganda, que a pesar de su pobreza, gozaron de un nivel de distribución superior al estadounidense. O países como Mozambique, Irán, Ecuador, Jamaica o Ghana, entre otros. Lo más grave de la situación es que, particularmente desde la década del 60, y en contravía de la tendencia obligada de muchas naciones subdesarrolladas y casi sin excepción las desarrolladas, Estados Unidos en vez de mejorar su trayectoria a través de las décadas, la ha ido empeorando.

Para América Latina, el modelo político y social de los Estados Unidos ha significado voluntaria o involuntariamente un ejemplo a seguir durante décadas. La cercanía geográfica con el país del norte y la intensidad de las relaciones culturales, sociales, políticas y económicas de los dos bloques han implicado tácitamente tanto la adopción local de sincronías de gobierno con administraciones de los Estados Unidos, como la implementación de lógicas que en la práctica no se compatibilizan con realidades comunes para los territorios latinoamericanos. Algunos líderes de la vecindad no obstante, buscan expresamente llevar a extremos de irracionalidad, el desagrado que sienten ante muchos de los errores del sistema estadounidense, lo que ubica a latinoamericana en el reto de pensar en frío, las decisiones a tomar entre dos extremos ideológicos.

Para finalizar, es necesario redimensionar la complejidad de los retos que implica para América Latina, el labrar su propio camino en la búsqueda efectiva de modelos de orden social, político y económico que se armonicen con sus heterogéneas, complejas y diversas realidades. Sin duda la solución a largo plazo ha de pasar por la implementación de procesos de transformación social y cultural que posibiliten en la práctica la omnicomprensión de las variables que conforman la vida política, social y cultural de sus territorios, y en suma, la vida humana, entendida esta como el hecho tangible a partir del cual se plantea un edificio ético que permite una convivencia constructiva, y justa, que defienda equitativamente tanto los derechos individuales como los colectivos.

[1] Tomado de H.A Scout Trask. William Graham Sumner: Against Democracy, Plutocracy, and Imperialism. Journal of Libertarian Studies. Volume 18. No. 4. Ludwig von Mises Institute. 2004.

[2] Situación paradójicamente apoyada por la Corte Suprema en 1888, cuando considero que las “personas corporativas” no podía ser privadas de los beneficios a que los individuos tenían derecho por conducto de la Decimocuarta enmienda de la Constitución.

[3] McCraw, 1984. Tomado de Tomado de Ana I. Segovia y Fernando Quiroz. Plutocracia y Corporaciones de Medios en los Estados Unidos. CIC. Cuadernos de Información y Comunicación. Vol II 179-205. 2006.

[4] El último reporte presenta una leve mejoría para el resultado del año 2009. No obstante, con excepción de Singapur, se encuentra lejanamente detrás de los resultados en materia de desigualdad de los países de “ sustancialmente alto desarrollo humano”.

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Renny Rueda Castañeda

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