Coyuntura Política

Publicado el Renny Rueda Castañeda

El medio ambiente en Colombia. Hacia otra democracia. VI/X

Destruir el medio ambiente no es propio de una nación desarrollada. Al contrario, en la actualidad es la muestra más tangible de un sistema político que hace agua tratando de controlar la presión de actores y dinámicas externas sobre la vida nacional. Un diagnóstico riguroso de los efectos de la deforestación sobre la riqueza biológica, ecosistémica, hídrica o cultural de los bosques húmedos y zonas de reserva natural estratégica en Colombia, es un proyecto que escapa a los recursos y capacidades nacionales actuales. No existe sin embargo duda respecto al balance negativo. En un mundo que requiere constantemente contener la emisión de gases invernadero que alteran el equilibrio geotérmico, la conservación de la Amazonía no solo es una necesidad, sino a su vez un activo que conforma la autoridad moral latinoamericana en la construcción de un modelo de desarrollo global sostenible. No solo en la retórica de las naciones de alta industrializacion, sino en la práctica vital de economías de periferia.

En la actualidad, la sociedad colombiana en general desconoce la dimensión del problema. Gran parte de la agenda nacional concentra el interés de la ciudadanía más en el día a día de los movimientos de poder en los estamentos gubernamentales, que en los requerimientos para lograr niveles de organización social alternativos y viables. El sistema de gobierno representativo, por otra parte, desplaza la responsabilidad cívica de los individuos a la esfera del voto. Con ello, la importancia del ejercicio constante del debate público y del dialogo ciudadano, queda franqueado por el esquema de participación política en el que la persona es aislada. Así, en temas fundamentales de organización nacional, la ciudadanía en general traslada sus responsabilidades al gobierno. En este escenario, el estamento implementa una agenda distante a la realidad que pretende organizar problemáticas altamente complejas desde la lejanía del poder.

En el caso del medio ambiente, las posibilidades de que el gobierno central actual logre controlar el existente proceso de destrucción de frágiles y ricos ecosistemas parte del territorio nacional son ínfimas. Gran parte de la instrucción cognitiva de la ciudadanía considera natural un proceso de “desarrollo” espontáneo, urbanístico y horizontal, cuyas consecuencias son devastadoras para el medio ambiente. Por otra parte el mensaje gubernamental en el que se presenta la minería expansiva como estrategia de desarrollo contradice elementales agendas de desarrollo de las sociedades más avanzadas políticamente en el mundo, así como estudios contemporáneos críticos de esquemas de desarrollo insostenibles medioambientalmente, como en los Estados Unidos o China, y los que tuvieron lugar en algunos países de Europa en el siglo pasado.

Mientras que los intereses de la ciudadanía se desplacen más a la esfera del consumo que a la esfera de una producción y organización social de base científica y tecnológica, las probabilidades de hacer frente a las demandas de un mercado actual omnipresente e invasivo culturalmente son dramáticamente bajas.

En Colombia, probablemente junto con la agenda educacional y competencial de la ciudadanía, existe otra de similar importancia, y es la inexistencia de mecanismos de democracia participativa en donde se redefina el rol de cada individuo en temas sensibles como el medio ambiente. Fácticamente se puede presumir que el gobierno está incapacitado en la actual configuración para contener el impacto de capital multinacional en la vida política del país. La potencial destrucción de la Amazonía por ejemplo, puede ser un camino crítico de esta patología.

Pretender convertir a Colombia en un nodo global de explotación de materias primas como Canadá, Rusia, los Estados Unidos, China o algunos países del África, cuyos territorios han sido reventados con inquina; no solo es un error. En pleno siglo 21 es sobre todo un acto de ignorancia.

La ubicación geográfica de la nación y sus características eco sistémicas, lo hacen el segundo (2do) país con mayor biodiversidad del mundo. Poseedora de más de la mitad de la superficie mundial de páramos, cubierta en más de un 40% de todo su territorio por la Amazonía, con el mayor número de especies vertebradas por área del globo (3,376 especies registradas). Con la mayor diversidad ornitológica del planeta -el número de especies de aves que habita la geografía supera las 1,880-. Después del Brasil, con el mayor número de especies de plantas del mundo. Muchas de ellas aún sin ser registradas y en claro peligro de extinción.

La geografía nacional se localiza en la región mundial de mayor precipitación de agua, cuyos efectos sobre el desarrollo de una biomasa densa y excepcional son estratégicos para la formación de vida. Junto con China, Indonesia (estos dos países con unas de las mayores tasas de destrucción del medioambiente y deforestación contemporánea), Kenia, Brasil, Congo, Nueva Guinea y Australia, entre otros; Colombia es uno de los 15 países considerados megadiversos por la riqueza y excepcionalidad de su ecosistema. Parte de la lista del centro de monitoreo de conservación del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente.

Con apenas 1,1 millones de kilómetros cuadrados, a pesar de sus reducidas dimensiones en comparación con Rusia (17,1 mill.), Canadá (10 mill.) y Brasil (8,5 mill.), el país ocupaba hasta 1990 el cuarto lugar en riqueza hídrica. Una potencia. La deforestación la ha hecho rezagarse aceleradamente con cada año que pasa. La desaparición de los ríos es uno de los problemas de mayor impacto medioambiental, sanitario, agrícola y sistémico. La causa fundamental es la tala indiscriminada de los bosques del territorio, que ocasiona la disminución de la capacidad de absorción de precipitación de la tierra, y con ello el incremento de las inundaciones o en su defecto la sequía; una de las razones por las cuales grandes extensiones de África han perdido su capacidad de resistir el cambio climático. En los últimos 5 años, en toda Colombia la cifra de deforestación de bosques puede ascender a 800 kilómetros cuadrados por año. De entre todos los países del mundo, en donde la gran mayoría cuenta con medios ambientes áridos en comparación con el territorio nacional, Colombia tiene una de las mayores cinco tasas de deforestación de bosque húmedo tropical del mundo. Las cifras parecen empeorar con cada día que pasa.

En la actualidad el debate sobre lo que significa el desarrollo de una sociedad es aun parte de un dilema que solo contados esquemas de democracia moderna pueden encarar. Si la actual administración no tiene intención, o no esta en la capacidad de abordar este punto; debe al menos recordar que a través de los últimos años aún el país se ha mantenido rezagado en materia de crecimiento económico en Latinoamérica; no precisamente por no prestarse a los intereses de quienes pretender mostrar la minería como la solución, sino por desconocer la realidad de los tiempos. Una que demanda formar una sociedad capaz de encarar un futuro complejo, con mayores dificultades que definir si se convierte a un país único como Colombia en un nodo de industrias extractivas.

La ruina de la geografía, el paisaje, los procesos de equilibrio térmico y medioambiental, de las fuentes hídricas originales, y de las formas de vida humana y animal en ecosistemas naturales llevada a cabo por parte del capital internacional destinado a industrias extractivas o expansivas, no tiene ningún precio. Pretender intercambiar la Amazonía por dinero es no solo un mal negocio, sino un extremo de las crisis de los sistemas políticos contemporáneos.

Pensar en cambiar las dinámicas actuales es posible, pero ello implica llevar a cabo esfuerzos fundamentales en modificar modernas estructuras de gobernanza, patrones culturales y mecanismos de participación social corroídos. Este debate puede hacer parte de la agenda pública en tanto exista una voluntad social capaz de impulsar los mecanismos de concientización necesarios para establecer límites a las dinámicas de mercado. En capacidad a la vez de presentar alternativas democráticas de base científica. Otro futuro en suma es posible, pero tiene que ser parte de un nuevo dialogo nacional. Una reconfiguración del concepto del “desarrollo” desde el conocimiento científico y la democracia directa, participativa y de base tecnologica. Una dinámica que parta desde las bases de una ciudadanía activa, única fuente legitima de información para definir la dirección de un orden social futuro.

Renny Rueda Castañeda

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