Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Variedades del nihilismo contemporáneo

Vivimos en una época nihilista.

A primera vista, es difícil notarlo. Los titulares de la mañana, del mediodía y de la noche están atiborrados con referencias al terrorismo, la xenofobia, el estado de la economía, los escándalos de corrupción y los espectáculos de masas. Son estos aspectos de la realidad los que generan los acontecimientos más destacados. Por su parte, las crónicas cotidianas y personales registran otro tipo de hechos. La mayoría de las veces tienen como tema ansiedades individuales, que poco o nada tienen que ver con nuestro destino colectivo.

En esas crónicas, todo podría irse al carajo. No meramente por egoísmo, por ceguera, por afán de realizar los propios deseos sino, sobre todo, por impotencia. Tal es la interpretación que hago del breve relato de Stefano Benni, “La Adivina” (del libro La Grammatica di Dio: Storie di solitudine e allegria — La Gramática de Dios: Historias de soledad y alegría), que traduje y publico al final de estas notas.

Cuando leí el relato de Benni, pensé: En lo que concierne al sentido del mundo, esto es, a su dirección y a su significado, lo sensato sigue siendo que nadie se preocupe de lo que no puede cambiar. Empero, esta verdad de a puño oculta realmente una verdad a medias, la “verdad” según la cual no hay nada que podamos hacer. Se trata de una creencia que se confunde con la realidad porque casi nadie hace nada que pruebe que esa creencia sea errada. En un tiempo así podemos reconocer la marca del nihilismo.

Traduje también una parábola nihilista, que publico justo después del relato de Benni. Se trata de “El cuento del Tío Isak”, de la versión para televisión de Fanny y Alexander, de Ingmar BergmanSi Benni capta el lado pasivo del nihilismo, Bergman nos presenta su lado activo. Procura darnos una moraleja acerca del modo de asumir el sin-sentido del mundo. En su parábola, no hay nada más allá de nuestras esperanzas, miedos y añoranzas. Lo más que podemos hacer es saciar nuestra sed de sentido en el esfuerzo condensado de otros, que también quisieron saciar esa misma sed.

A este respecto, Bergman podría haber escogido para Fanny y Alexander el mismo epígrafe que Benni escogió para el volumen en el cual fue publicado “La Adivina”: “Entre todos los dioses que inventaron los hombres, el más generoso es aquél que uniendo muchas soledades hace de ellas un día de alegría.” En Bergman y en Benni, esa alegría surge de contar historias que nos revelan un sentido ejemplar.

Para un mundo acongojado, esas historias son un alivio, pero no una cura. Si el diagnóstico que hago es correcto, el mundo solamente podrá liberarse del nihilismo gracias a su propio poder, el que cada uno todavía no logra asumir, atrapado como está entre titulares, espectáculos y crónicas cotidianas y personales.

La adivina

La adivina Amalia, una famosa lectora del tarot, acogió al cliente en su estudio.

Sobre su escritorio había un estatuilla egipcia, el gato negro Pippo, tres paquetes de cigarrillos y una baraja.

Corte la baraja – dijo Amalia, con voz de barítono.

El cliente lo hizo.

La lectora de las cartas Amalia extrajo tres cartas y las descubrió lentamente delante suyo.

La primera carta dice que en marzo de este año ocurrirán horrendos atentados en Londres, París y Roma, y un artefacto atómico será lanzado en Washington.

El hombre tragó saliva.

La segunda carta dice que la reacción de los Estados Unidos provocará la Tercera Guerra Mundial con dos billones de muertos en el marco de una catástrofe climática que dejará dos tercios de la tierra bajo el agua.

El hombre se rascó la cabeza.

La tercera carta dice que la mujer en la cual está pensando lo ama y volverá con usted.

Gracias, gracias – dijo el hombre casi que con lágrimas en los ojos.

Pagó, salió y cuando estuvo en la calle, la gente, los árboles, el cielo, todo le pareció más bello y luminoso.

El cuento del Tío Isak

Un hombre joven viaja por un camino interminable en la compañía de muchos otros. El camino los conduce a través de una llanura rocosa donde nada crece. El fuego del sol les quema desde la mañana hasta el atardecer. No pueden encontrar sombra ni frescura en ninguna parte. Un viento desgarrador levanta enormes nubes de polvo.

Al joven lo anima una ansiedad incomprensible y lo atormenta una sed abrasadora. Algunas veces le pregunta a sus compañeros de viaje y también se pregunta a sí mismo acerca del propósito de ese peregrinaje, pero la respuesta es incierta y tentativa. Él mismo ha olvidado por qué alguna vez emprendió este viaje. También ha olvidado su tierra nativa y el destino final de esta marcha.

Súbitamente, un día al caer la tarde, el joven se encuentra en un bosque. El día se apaga y todo permanece tranquilo. Acaso el viento de la tarde susurra a través de los altos árboles. El joven contempla el bosque asombrado, pero también con ansiedad y con sospecha. Está completamente solo. Descubre que su capacidad de escuchar se ha debilitado pues sus oídos están inflamados por la inmisericorde luz del día. Su boca y su garganta están resecas por el largo tiempo del peregrinaje. Sus labios están agrietados y los mantiene apretados en torno a maldiciones y palabras severas. Por tanto, no logra escuchar el rumor del agua que fluye y en el crepúsculo no logra notar su reflejo. Permanece sordo y ciego al borde de la primavera, sin saber de su existencia. Como un sonámbulo, camina inconsciente entre las centelleantes fuentes. Su habilidad ciega es notable y pronto está de regreso en el camino, bajo la abrasadora luz sin sombra.

Una noche, en la fogata del campamento de los peregrinos se sienta junto a un hombre viejo que le habla a algunos niños acerca de los bosques y las fuentes. El joven recuerda lo que le ha ocurrido, pero de una forma débil e indistinta, como si hubiese ocurrido en un sueño. Se vuelve hacia el hombre viejo y, de manera escéptica pero cortés, le pregunta, “¿De dónde proviene toda esa agua?” “Proviene de una montaña cuya cumbre está cubierta por una poderosa nube.” “¿Qué clase de nube?”, pregunta el joven. El hombre viejo responde, “Cada hombre lleva consigo sus esperanzas, sus miedos y sus añoranzas. Cada hombre grita su desespero o lo lleva dentro, en su mente. Algunos dirigen oraciones a algún dios particular. Otros le entregan sus gemidos al vacío. Durante miles y miles de años, este desespero, esta esperanza, este sueño de liberación, todos estos llantos, todas estas lágrimas se juntan y se condensan en una nube inmensurable en torno a una gran montaña. De esa nube cae la lluvia sobre la montaña, formando arroyos y ríos que fluyen a través de los grandes bosques. Así es como se forman las fuentes en las cuales usted puede saciar su sed, lavar su rostro ferozmente quemado por el sol y refrescar sus pies ampollados. Todo el mundo ha oído hablar alguna vez acerca de la montaña, de la nube y de las fuentes, pero la mayoría de la gente permanece ansiosa en el camino polvoriento bajo la luz abrasadora.” “¿Por qué continúan allí?”, pregunta el joven, con estupefacción. “Ciertamente, no lo sé”, responde el hombre viejo. “Tal vez se han convencido a sí mismos y a los demás de qué alcanzarán su desconocida meta al final del día.” “¿Cuál es esa meta desconocida?”, pregunta el hombre joven. El hombre viejo se encoge de hombros y dice, “Muy probablemente, esa meta no existe. Es un engaño o un invento. Yo mismo estoy en camino hacia los bosques y las fuentes. Estuve allí alguna vez cuando era joven y ahora intento encontrar el camino de regreso. Déjeme decirle, no es fácil encontrarlo.”

A la mañana siguiente, el hombre joven y el hombre viejo partieron a buscar la montaña, la nube, los bosques y las fuentes rumorosas.

 

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