“El tesoro más grande que tiene esta nación son las personas.” La afirmación la hace Kenji Orito Díaz, un colombo-japonés que ha sacado sus propias conclusiones sobre la pobreza y la riqueza en Colombia.
Kenji Orito Díaz también afirma que Colombia no es un país pobre, que la pobreza de los colombianos está en su mente.
Yo creo que él tiene razón. Solamente un pueblo con mentalidad de pobre está dispuesto a sacrificar los recursos naturales que tiene al boom minero que se nos viene encima.
Sin embargo, si el llamado de Kenji Orito Díaz no cae en el vacío, si entendemos que tenemos riqueza y también poder para hacer muchas cosas, y para evitar que se hagan las que no se deberían hacer, entonces podremos decirle no a muchos proyectos mineros que comprometen la vida de quienes hoy estamos vivos y de quienes lo estarán mañana. Me explico.
Tenemos una abultada deuda externa (e interna) que hay que pagar. Esa deuda es lo suficientemente grande como para comprometer un porcentaje significativo de nuestros recursos. Cada año, una buena porción del presupuesto público la destina el Congreso a pagar la deuda que soberanamente contraímos, una porción que podría usarse en muchas otras cosas. ¿En qué condiciones se ha tomado esa plata prestada? ¿Qué destino se le ha dado a ese dinero? Esas son preguntas legítimas que hay que hacer. En principio, sin embargo, es difícil discutir acerca del hecho de que quienes toman prestado son quienes no tienen recursos suficientes para poner en marcha todos los proyectos que quieren realizar.
No es solamente la deuda externa. Nuestra balanza de pagos ha estado en déficit varios si no muchos años. Si queremos consumir lo que se produce en otras partes del mundo, tenemos que producir mucho: lo suficiente para poder intercambiar lo que producimos por lo que otros producen. No solamente eso. Tenemos que producir lo que otros no tienen y quieren tener, y que nosotros sí tenemos. Hay mucha gente en China, en Canadá, en Europa, en Estados Unidos, etc., que quiere oro y otros metales, petróleo y carbón, que nosotros tenemos. Con la venta de esos recursos, podremos contar con las divisas necesarias para comprar más iPhones, iPads, Home Theaters, Video Beams, y hasta carros híbridos Toyota y Honda, que son más amables con el medio ambiente.
Con más divisas, podríamos adquirir la tecnología con la cual podríamos monitorear el estado de nuestros bosques naturales y con la cual cuidar nuestras fuentes de agua. Todo el mundo dice que este es un país rico en recursos hídricos. En un mundo en el cual el calentamiento global puede tener efectos catastróficos sobre las fuentes de agua, hay que ponerse las pilas con el cuidado de esas fuentes. La compra de tecnología para ese propósito seriá una plata gastada en un muy buen propósito.
La ironía, sin embargo, reside en el hecho de que para adquirir más divisas y, en general, estimular el crecimiento y aumentar nuestra riqueza, con la cual podríamos comprar todas esas cosas, estamos dispuestos a saltar al vacío. Estamos a tiro de montarnos en una locomotora que nos conduce al abismo.
¿De qué servirán los iPads y todas las demás tabletas digitales si nuestras fuentes de agua fuesen agotadas por la explotación minera o contaminadas por esa misma explotación? Sería un mal chiste del destino que pudiéramos ser lo suficientemente ricos para poder comprar aplicaciones que nos permitieran medir el nivel de arsénico, plomo y mercurio en el agua antes de tomarnos un vaso. Pero si nos descuidamos, nos quedaremos contando malos chistes. Con mentalidad de pobre, estamos dispuestos a vender nuestro presente y también nuestro futuro. Estamos dispuestos a cambiar los manantiales, los caños de agua, los árboles, todo eso por algo menos valioso que un plato de lentejas. Afortunadamente, no todos estamos tan dispuestos.
Muchos en este país han prendido ya las alarmas. Varias figuras de nuestra farándula respondieron a un llamado de Razón Pública y pusieron su voz al servicio de la causa de la riqueza, de la verdadera riqueza: la que proviene del trabajo respetuoso de la naturaleza. Esa voz la hicieron oír para ponernos en alerta acerca de las consecuencias que tendría montarnos en la locomotora minera. Esa es una voz que merece ser escuchada.
Después de escucharla, uno tiene que sacar conclusiones y ser coherente con ellas. La última palabra no está dicha. Siempre hay que seguir escuchando. Pero, por lo pronto, hay unas cuantas cosas que yo tengo en claro. Todas las elecciones entrañan sacrificios. Uno no puede tenerlo todo en la vida. Por eso hay que pensar muy bien en lo que uno escoge. Prefiero pagar más impuestos y tener menos divisas que más plata en mi bolsillo para comprar agua embotellada.
No exagero. Ese es el panorama. Después de que nuestras fuentes de agua queden exhaustas y contaminadas, lo único que va a quedar en el mercado va a ser agua embotellada.
Este es un prospecto nada halagüeño, sobre todo si uno piensa en las prácticas de algunas embotelladoras. En el Reino Unido, Coca-Cola retiró del mercado su marca Dasani después de un escándalo que reveló que el contenido de sus botellas era pura agua de la llave. Peor aun, las autoridades británicas encontraron que Dasani tenía concentraciones de bromato, un compuesto químico que en altas cantidades es potencialmente cancerígeno. Coca-Cola decidió entonces retirar a Dasani del mercado.
Somos ricos, no pobres. Un paseo en los cerros de Bogotá convence a cualquiera de que somos los depositarios de una riqueza que tenemos que cuidar. Allá el agua todavía corre libre en arroyos. Uno no la encuentra apresada en botellas.
Tenemos poder. Solamente hay que ejercerlo.
Por eso quiero hacerle eco a esta invitación: a que el viernes 25 de febrero, a partir de las once de la mañana, nos hagamos presentes en frente del Ministerio del Medio Ambiente, en la carrera 13 con calle 39, para decirle NO a la explotación minera en el Páramo de Santurbán, en el Departamento de Santander; en la Colosa, en Cajamarca, Tolima; y en muchos otros sitios de Colombia.