Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Superando el «Complejo de Nixon»

El entonces Presidente Nixon en su encuentro con estudiantes universitarios, en el Lincoln Memorial. Fotografía de Bettmann/Corbis.
El entonces Presidente Nixon en su encuentro con estudiantes universitarios, en el Lincoln Memorial. Fotografía de Bettmann/Corbis.

A veces, líderes políticos de todas las orillas se pueden sentir solos. Sin duda, este sentimiento se intensifica in regímenes en los cuales los ciudadanos han perdido sustancialmente su poder para demandarle una rendición de cuentas a los gobernantes. Esto es algo que ocurre no solamente en los regímenes totalitarios sino también las así llamadas democracias, donde el efecto corruptor del dinero distorsiona severamente el vínculo entre los electores y los elegidos. Rodeados de gente que se beneficia del status quo o de aquellos que meramente carecen de la voluntad de desafiar el consenso prevalente en un círculo exclusivo, los líderes políticos pueden sentir que todos los mensajes que reciben están sesgados por bajos motivos. De manera súbita entonces, esos líderes sienten el ansia de entrar en contacto con gente verdadera, con gente auténtica, incluso y precisamente con aquellos que vehementemente cuestionan la solidez de sus políticas. Ocurre entonces que esos líderes terminan haciendo cosas tales como visitar el Lincoln Memorial, que fue lo que hizo el Presidente de los Estados Unidos Richard Nixon el 9 de mayo de 1970.

El president Santos hizo una visita similar al Campamento de Paz instalado en frente del edificio del Congreso, el Capitolio, el 27 de octubre de 2016. ¿Logró él superar lo que podríamos llamar el “Complejo de Nixon”?

Ciertamente, hay un buen número de diferencias entre Nixon y Santos que deberíamos tener presentes. De partida, podemos decir que Nixon visitó el Lincoln Memorial y se involucró en un diálogo espontáneo con estudiantes universitarios porque estaba exhausto a cuenta de su propia angustia. Los días previos a su visita estuvieron llenos de eventos aciagos. El 20 de abril de 1970, Nixon había anunciado que había ordenado el retiro de 150.000 soldados estadounidenses de Vietnam como una prueba de su compromiso de encontrar una solución pacífica a la guerra en ese país. Sin embargo, diez días después, la opinión pública entró en shock luego del anuncio que hizo el propio Nixon de un inesperado escalamiento de esa guerra: la intervención de los Estados Unidos en Camboya. En todos los campus universitarios estallaron protestas. Una de ellas, la marcha de estudiantes en la Kent State University el 4 de mayo, tuvo un abominable final: 4 estudiantes fueron asesinados por la Guardia Nacional.

Santos, por el contrario, se ha montado en la corriente de las protestas populares en favor de un acuerdo final de paz. También se beneficia de haber recibido un respaldo contundente de la comunidad internacional. A través del Comité del Premio Nobel de Paz en Oslo, esa “comunidad” lo ungió como un Líder de Paz. Hasta ahora, nadie ha sido asesinado por estar a favor o en contra de los Acuerdos firmados con las FARC. De forma admirable, el cese al fuego con esta guerrilla se mantiene intacto y no se ha registrado ningún incidente que pudiera descarrilar el proceso. La única mácula es el oscuro asesinato de Miguel Ángel Perdomo, el conductor de Cecilia Orozco – Cecilia Orozco es una periodista que se ha caracterizado por ser muy crítica del expresidente Uribe y de mucha de la gente que se identifica muy de cerca con todo lo que él representa.

Entre la visita de Nixon y la de Santos hay otras diferencias relevantes de las cuales debemos estar atentos. Nixon parecía estar atrapado en su propio mundo por cuenta de sus propias decisiones y llegó casi que a delirar al recordar los intentos que hizo por escapar de su propio encierro. Santos, por el contrario, de manera consistente ha mostrado voluntad de escuchar a personas de diferentes creencias y de ajustar sus elecciones a nuevas realidades. El contraste entre la visita de Nixon al Lincoln Memorial y de Santos al Campamento de Paz es muy elocuente a este respecto.

Cuando Nixon se encontró con los estudiantes que se habían reunido para protestar contra la guerra, se enredó en un discurso inconexo que exasperó a sus interlocutores. Algunos de ellos se sintieron impulsados a demandar del Presidente de los Estados Unidos que se concentrara en los efectos perturbadores que tenía la Guerra de Vietnam en los Estados Unidos. Por el contrario, Santos llegó al Campamento de Paz luego de que éste hubiese requerido su presencia, habiéndosele dirigido de una manera bastante específica. Luego de haber sido saludado de manera entusiasta, de manera muy atenta Santos escuchó la lectura de un comunicado de prensa del Campamento de Paz y participó en un ejercicio simbólico de desanudar el proceso de paz. Luego, con una gran compostura, se dirigió a la pequeña multitud reunida allí y, a través de ella, a toda la nación, pues era consciente de que un buen número de periodistas estaba presente, quienes luego nos informarían completamente acerca de todo lo sucedido. El Presidente Santos dijo que un nuevo acuerdo con las FARC sería alcanzado antes de Navidad y que el logro de ese objetivo era un asunto de semanas, no de meses. El núcleo de su discurso, sin embargo, fue su anuncio de que, con el fin de obtener la refrendación popular de los Acuerdos de Paz, escogería “la opción que menos polarice al país.”

Y esto, ¿qué quiere decir? Después de la victoria del NO en el Plebiscito, el Gobierno colombiano ha sostenido numerosas reuniones con críticos de los Acuerdos de Paz, críticos que tienen posiciones similares en un rango de temas que van desde el establecimiento de un mecanismo de justicia transicional llamado la Jurisdicción de Paz, la amnistía a los delitos de narcotráfico conexos con la rebelión, la restricción a participar en política a los miembros de las FARC responsables de crímenes de lesa humanidad hasta el contenido del Acuerdo Agrario que algunos ven como una amenaza a sus derechos de propiedad. En La Habana, el Secretariado de las FARC se reunió recientemente con miembros de una congregación evangélica quienes se oponían a lo que percibían como una ideología de género impuesta en el país por la vía de los Acuerdos de Paz. El resultado de esta reunión fue un comunicado de prensa conjunto en el cual ambas partes expresaron su acuerdo en un número de asuntos y, aparentemente, pusieron fin al mito de la ideología de género. Empero, un acuerdo de este tipo no ha sido alcanzado en los puntos más álgidos, aquellos a los que me referí anteriormente.

La percepción que el Gobierno colombiano tiene de Uribe y de su partido es que recurren a tácticas de dilación con el fin de presionar por un diferente tipo de acuerdo con las FARC y que también quieren capitalizar el momento político para las próximas elecciones legislativas y presidenciales, que tendrán lugar en el 2018. Alguna gente en la prensa especula que el Gobierno tomaría el paso de marginalizar a Uribe y se limitaría a buscar un acuerdo con otros líderes del NO (en una entrevista con el diario El Tiempo, Juan Fernando Cristo, Ministro del Interior, dijo exactamente lo opuesto). A su turno, Uribe y su partido se habrían radicalizado y habrían comenzado a hablar de abstenerse si se realiza un segundo plebiscito. Tal abstención no sería gentil sino malévola, como lo fue la campaña del NO, algo que uno de sus promotores admitió con mucha franqueza cuatro días después del 2 de octubre. Todo esto nos permite entender el llamativo que tiene para el Gobierno la opción que menos polarice al país. Tal opción puede incluir recurrir al Congreso, donde el Gobierno goza de una cómoda mayoría, en vez de convocar a un segundo plebiscito.

¿Cuál es el problema con esta opción? Colombia, como muchos otros países, hoy busca soluciones a sus problemas que están más allá de la capacidad de las actuales asambleas representativas. El grado de corrupción y captura de esas asambleas varía de país a país. Solamente recordemos el recuento devastador de la política congresional en los Estados Unidos, donde los legisladores se la pasan más tiempo recolectando fondos que legislando. Las cosas en Colombia pueden ser incluso peor que allá. Sin embargo, el punto a retener aquí es que el déficit democrático es uno de los obstáculos más formidables a superar para que el proceso de paz sea sostenible. Aunque la negociación de los Acuerdos de Paz se hace posible gracias a que ella se restringe a las élites de ambos lados, la refrendación popular de esos Acuerdos es la que garantizaría el éxito de su implementación.

Hay algo más para tomar en consideración. Gracias a una reforma constituconal aprobada por el Congreso el 7 de julio de 2016, todas las iniciativas legislativas relativas a la implementación de los Acuerdos de Paz serían discutidas y aprobadas de acuerdo con un procedimiento legislativo especial, uno que acorta los tiempos para deliberar y que reduce drásticamente el poder de veto del Congreso sobre el Presidente. No obstante, la misma reforma contiene la previsión de que ese procedimiento no será incorporado en el orden institucional sino hasta el momento en el cual los Acuerdos de Paz sean refrendados popularmente. Con un poco de leguleyismo, el Congreso colombiano podría aprobar una nueva ley que valdría por tal aprobación popular. Sin embargo, el fraude sería tan obvio que la mácula sobre el procedimiento finalmente afectaría la validez y eficacia política de sus resultados. Otra opción que el Presidente puede considerar es prescindir de ese procedimiento legislativo especial, pero entonces él mismo se expondría a todos los reveses resultantes del hecho de que todos los miembros del Congreso tendrían la oportunidad de explotar la ansiedad del Presidente de que se hicieran las cosas. Este escenario es ciertamente más horripilante dado que el período de Santos, y con él su capital político, llegarán muy rápido a su final.

Un segundo plebiscito no está exento de riesgos. Puede perderse de nuevo – solamente para mencionar un ejemplo, los islandeses votaron dos veces para rechazar los términos de un acuerdo económico que beneficiaba a los acreedores europeos a expensas de la gente de Islandia (los referendos en Islandia sobre las garantías de los préstamos de 2010 y 2011). ¿Podrían el Gobierno, las FARC y la Misión de Naciones Unidas que verifica el cese al fuego y el proceso de desmovilización superar el efecto desmoralizador de una segunda victoria del NO? Hasta ahora, la victoria del NO ha desencadenado movilizaciones espontáneas, así como un buen grado de imaginación de parte de gente dispuesta a ofrecer fórmulas de compromiso que salvarían los Acuerdos de Paz. ¡Quién sabe que impacto tendría otra victoria del NO en el país! ¿Motivaría otra ronda de negociaciones, esa vez sí exitosa? O, por el contrario, ¿polarizaría más al país? ¿Encendería la ansiedad entre los combatientes de las FARC y los conduciría a desertar al ELN, la otra guerrilla marxista todavía en armas, e incluso a las Bacrims (las sucesoras de los antiguos grupos paramiltares, que el son tenidas por el Gobierno colombiano como meras bandas)?

Yo fui un crítico acérrimo del Plebiscito por la forma en la cual fueron modificadas las reglas que gobiernan su implementación, de modo que el resultado buscado por el Gobierno se obtendría casi que ciertamente – después de que lo pidiera el Gobierno, el Congreso acordó reducir el umbral electoral de participantes para que el Plebiscito fuera válido del 50% más uno al 13% del censo electoral. Con la regla anterior, el Plebiscito del 2 de octubre no habría tenido validez. De un potencial de 34.899.945, solamente 13.066.047 de votantes concurrieron a las urnas, esto es, el 37.43% del censo electoral. Sin embargo, este resultado contribuyó a dirigir la atención de la gente hacia nuestras crónicas tasas de abstención. Hemos comenzado una conversación acerca del significado y las consecuencias de permitirnos a nosotros mismos vivir en un régimen en el cual solamente una pequeña fracción de la ciudadanía asume sobre sí la tarea de escoger quién nos gobernará. En el contexto de este ejercicio de introspección, un ciudadano propuso lanzar una campaña llamada adopte a un abstencionista”, consistente en hacernos responsables, cada uno de nosotros, de preguntarle de manera persistente a aquellos que no votan que consideren cuán importante es la democracia para él, para su familia y para su país.

Este no ha sido el único efecto benéfico del Plebiscito. Hubo numerosos llamados a la reconciliación, de carácter espontáneo, hechos por varias vícitimas de actos de violencia perpetrados por los actores armados, especialmente víctimas de las FARC – aquí quisiera destacar dos: el llamado hecho por las víctimas de un ataque terrorista de las FARC al selecto club El Nogal y el hecho por Suso el Paspi, un comediante de Medellín muy popular, quien publicó un recuento muy personal acerca de las heridas que espera que sanen si el proceso de paz tiene éxito. De un modo que recuerda la forma en la cual un jóven musulmán francés le pidió a sus compatriotas que distinguieran entre el Islam y el terrorismo, Antanas Mockus le ayudó a una antigua combatiente de las FARC a pedir perdón a los colombianos por su involucramiento en el conflicto armado. Estos llamados han tenido un gran encanto, aunque limitado como lo mostró la victoria del NO. Un nuevo acuerdo, apoyado por una base política y social más incluyente, ciertamente aumentaría el alcance y la intensidd de estos gestos espontáneos de reconciliación.

Tan importantes como estos gestos han sido los llamados hechos por aquellos que apoyan los Acuerdos de Paz a involucrarse en un diálogo con aquellos que no lo hacen. En un país que era rehén de una retórica polarizadora durante la Presidencia de Uribe – él no cesó en llamar a las FARC terroristas y continuamente demandó lealtad a sus políticas en una forma que recuerda a otros líderes autoritarios, los llamados también espontáneos a respetar la posición de aquellos que se oponían a los Acuerdos de Paz son indicaciones de un cambio en nuestra cultura política. Cierto, no son muestras de un cambio más amplio pues muchos de esos llamados provinieron de una clase media educada que puede estar fuera de sintonía con la cultura popular. Para referir a algunos de ellos, aquí hay un par de ejemplos: uno de Elvira María Restrepo, una profesora colombiana en la Universidad de Miami; otro de Hector Abad Faciolince, un reconocido escritor cuyo padre, un profesor universitario y activista de derechos humanos, fue asesinado en Medellín en 1987. Mucho menos numerosos fueron los ejercicios de despolarización en la base de la pirámide social. Uno de ellos, que yo encuentro notable, fue una conversación entre un partidario del NO y otro del SÍ, que tuvo lugar en una plaza de mercado, la cual concluyó con una reafirmación de su amistad.

Ciertamente, es más fácil predicar ser tolerante que serlo uno mismo. El opúsculo Como Conversar com um Fascista, de Marcia Tiburi, escrito para conjurar el discurso de odio que se ha generalizado en Brasil, ilustra muy bien este predicamento. Tiburi hace un gran trabajo al mostrar que la violencia es al final la única alternativa a involucrarnos en un diálogo con aquellos con quienes estamos en desacuerdo. Sin el diálogo, lo que queda es la nuda y cruda violencia, ese antiguo sustituto de argumentos y palabras. Ella presenta argumentos en favor de convertir el modelo del diálogo filosófico en una metodología política, una que nos permitiría penetrar la armadura mental que hace a los fascistas inmunes a los argumentos racionales. La clave de esta metodología es propiciar una apertura existencial que haría que los diálogos entre ciudadanos tuvieran éxito. Sin embargo, como por sí misma lo muestra esta línea de argumentación, este ejercicio estaría condenado al fracaso si ninguno de nosotros realiza previamente la tarea de revisar los prejuicios que nos llevan a llamar a otros fascistas, así como la tarea de comprometernos a no llamarlos más de esa manera.

Con o sin un segundo plebiscito, este es el desafío más exigente que tenemos por delante, uno que Jineth Bedoya, una periodista que fue torturada y violada por paramilitares en Bogotá en el año 2000, definió muy bien en esta entrevista: “Hay que empezar a desarmar a la gente; hay que desarmar la palabra de la gente porque nos estamos matando más con esas palabras que con lo que nos mataron los fusiles durante 52 años. Ese es el llamado: es necesario empezar a reflexionar sobre qué estoy haciendo yo por la paz – cada uno de nosotros qué está haciendo por la paz y seguramente ahí vamos a encontrar un camino para acabar con tanta polarización.””

En la hora presente, ¿estamos a la altura de esta tarea? ¿No sería irresponsable correr el riesgo de un segundo plebiscito polarizador? Si el expresidente Uribe no se sube al carro de la paz, la probabilidad de que su partido active las energías más bajas y más oscuras de este país es considerable. Alguna gente había puesto su esperanza en el efecto moderador que podía tener sobre Uribe, el más radical oponente a los Acuerdos de Paz, una llamada que el Secretario de Estado de los Estados Unidos John Kerry dijo que le iba a hacer. Nosotros solamente tenemos acceso a la formulación diplomática de lo que fue dicho en esa llamada y, a juzgar por lo que Uribe ha hecho desde entonces, el esperado efecto moderador está todavía por verse. Siendo incierto si el partido de Uribe finalmente aceptaría apoyar los Acuerdos de Paz, un segundo plebiscito podría convertirse en otra Caja de Pandora.

No obstante, los efectos positivos y probables de un segundo plebiscito también son sustanciales. Con un alto grado de involucramiento ciudadano, el costo de hacerle trampa a los Acuerdos de Paz aumentaría de una forma considerable. Habría más ojos haciendo cumplir los Acuerdos mediante mecanismos informales de control, los que al final son mucho más efectivos que los mecanismos formales. En la medida en que la implementación de los Acuerdos depende de mucha gente, al final del día es el involucramiento ciudadano lo que haría que esa implementación funcione.

Además, con un marco más propicio y con una visión clara de los obstáculos a remontar, los partidiarios del SÍ de la sociedad civil, no de la clase política, podrían apelar exitosamente tanto a la razón como a la emoción de la gente. Esos partidarios estarían en una posición mejor para entrar en contacto con la gente ordinaria de un modo auténtico, algo que los políticos apenas son capaces de hacer. Sin embargo, para superar el Complejo de Nixon, el Presidente Santos necesitaría una dosis mayor de humildad, y también de audacia, para involucrarse con la gente común en sus propios términos y para motivarlos a considerar más cuidadosamente qué significa votar por el SÍ o por el NO. Esta tarea implicaría realizar un continuo ejercicio pedagógico, y también emocional, consistente en examinar los costos de la guerra (cuánta gente ha muerto; cuánto dinero se ha gastado en armas, entrenamiento, etc), los beneficios de la paz (la ausencia de asesinatos en las zonas donde operaba las FARC – algo que una observadora notó que los mayoría de los medios de comunicación erróneamente descontaban como un ‘no evento‘; cuántas escuelas, hospitales, universidades, etc., podrían construirse con dinero dirigido hacia inversiones sociales, etc.) y los costos de la paz (cómo funciona la reinserción, qué recursos se necesitan para que sea exitosa, etc.).

A su vez, este esfuerzo tiene que ser complementado con una continua humanización de toda la gente que se ha involucrado en el conflicto, tanto las víctimas como los victimarios, esto es, mostrando todas las cosas que los hacen humanos, especialmente su sufrimiento y sus esperanzas, a audiencias amplias. En este orden de ideas, compartir narraciones de todos ellos, bajo la consigna “Enemigos son aquellos cuya historia usted no ha escuchado y cuya cara usted no ha visto” (cita atribuída a Irene Butter), ciertamente proporcionaría un repertorio simbólico con el cual mucha gente encontraría motivos para entrar en contacto con aquellos a quienes percibe que están del otro lado. Aquí quisiera subrayar dos cosas. Primero, estas son acciones que requieren destrezas de las que usualmente carecen los políticos. Segundo, su efecto social dependerá parcialmente del compromiso de los medios de comiunicación de difundir esas narraciones y esas imágenes humanizadas de todos aquellos que tomaron partido en el conflicto.

Como Nixon, el Presidente Santos tiene que cruzar una frontera divisoria que lo separa de ciudadanos ordinarios de todo tipo. Como Nixon, él tiene que lidiar con el hecho de que los intermediarios tradicionales de la clase política no serían de mucha ayuda pues no tienen las habilidades con las cuales podrían llevar a cabo los actos extraordinarios que el proceso de paz requiere. Él podrá entrar en contacto con mucha más gente confiándole la tarea a los intermediarios de la sociedad civil que a los amigotes políticos usuales, como César Gaviria y Horacio Serpa, o más jóvenes como Armando Benedetti y Mauricio Lizcano, por lo sólo mencionar unos pocos.

Coda: De acuerdo con su propio recuento de qué fue lo que dijo en el Lincoln Memorial, Nixon compartió la siguiente reflexión con los estudiantes que se habían reunido allí. “Terminar la guerra y limpiar las calles de la ciudad y el aire y el agua no va a resolver el hambre espiritual que todos tenemos, la cual ha sido, por supuesto, el gran misterio de la vida desde el comienzo de los tiempos.” Sobre este punto, yo creo, Nixon sigue teniendo razón, lo que significa que superar el “Complejo de Nixon” es una nimiedad comparado con nuestra tarea más ardua y más personal.

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