Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

¿Qué queda de la ideología liberal?

Hubo una época en la que ser liberal significaba luchar por la libertad.

Parece que esa época ya pasó. Las amenazas contra la libertad no dejan de crecer, pero la estatura moral e intelectual de los liberales parece más bien que disminuye.

No me refiero a los miembros del Partido Liberal, aunque la ocasión amerita que uno diga al menos una palabra. Para luchar contra la corrupción no se necesita de funcionarios adictos a la cacería de brujas. Sin embargo, el presidente de la Cámara, el “liberal” Simón Gaviria le ha dado su respaldo a la reelección de un Procurador que se identifica, por decir lo menos, con los ataques contra la separación de la iglesia y el estado.

Nuestros liberales se han quedado cortos de estatura en todo el sentido de la palabra. Si no son capaces de lo mínimo, de defender un principio tan caro a la ideología liberal como es el del carácter laico del estado, ¿qué podrá uno esperar en otras materias como la defensa de libertad de expresión o del libre acceso a la información?

La compra del 88% de las acciones de la Casa Editorial El Tiempo por parte del grupo empresarial de Luis Carlos Sarmiento Angulo es una pésima noticia para la libertad de prensa. Ya varios columnistas han expresado sus preocupaciones en relación con la forma como ha quedado comprometida la imparcialidad de los medios propiedad de esta casa editorial. Temen, con razón, que cualquier noticia que comprometa los intereses de ese grupo empresarial va a ser publicada luego de una cuidadosa auto-censura.

Esto debería ser motivo de escándalo. Pero no lo es. Hay cierta aquiesencia con respecto al hecho de que los conglomerados económicos se echen al bolsillo a los medios de comunicación. Frente a estos temas, ¿qué dicen los liberales?
En el pasado, el liberalismo luchó contra la concentración del poder político. Como antídoto contra el despotismo y la corrupción inventó la separación de poderes y el imperio de la ley. ¿No deberían aplicarse esos principios en relación con la concentración del poder económico y mediático?

En muchos países se han aprobado legislaciones anti-monopólicas. Pero a nadie se le ha ocurrido aprobar una legislación que impida que un conglomerado económico controle uno o varios medios de comunicación. Parece que aquí se razonara bajo la premisa de que el derecho a la propiedad prevalece sobre el derecho a la verdad o que, para ser benevolente en la interpretación, sólo habría lugar a aplicar la legislación anti-monopólica en el caso en el cual un conglomerado concentrara en sus manos la propiedad de todos o de muchos medios de comunicación.

El error de fondo consiste en considerar la producción de la información únicamente desde el punto de vista del mercado. Sin duda, los diarios están en el mercado de la noticia: compiten fieramente entre sí por la primicia (la chiva) y hacen ingentes esfuerzos por capturar la atención de sus lectores como lo hace una firma con sus clientes. Pero sería errado reducir la actividad periodística a una actividad productiva como la que realiza una empresa cualquiera.

La pluralidad de medios de comunicación sirve a la pluralidad de opiniones. Pero todos los medios deben informar con arreglo a la verdad. Este principio es el que quedó expresado en la fórmula “la opinión es libre, pero los hechos son sagrados”, acuñada en 1921 por Charles Prestwich Scott, editor del periódico The Guardian.

Tomarse en serio este principio significa poner talanqueras a la capacidad de los conglomerados económicos para interferir en las decisiones que día a día toman los medios de comunicación. En una sociedad capitalista no tiene sentido que se les prohiba buscar ganancias. Pero en un estado de derecho no lo pueden hacer a expensas de la verdad. Eso significa que debería haber un régimen que garantice la estricta separación e independencia de los medios y los conglomerados o que, por lo menos, reduzca al mínimo la ingerencia de estos últimos. Se les debería prohibir que removieran directores, editores y periodistas que publiquen noticias que afecten sus intereses.

Y, sin embargo, todo esto puede resultar insuficiente. Un conglomerado simplemente puede acabar con un medio como lo hizo Planeta con la revista Cambio. Que no se nos olvide.

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