Sin verificación externa y sin propósito definido, un nuevo proceso de paz puede ser otra manera de engañarnos a nosotros mismos.
Como yo, hay muchas personas en este país cansadas de los artilugios y maniobras mediante las cuales las FARC y el ELN han tratado de sacar provecho de los diálogos de paz e incluso de las liberaciones de personas que permanecían secuestradas en su poder. ¿Provecho para qué? Para continuar la guerra.
Por esta razón, creo que ningún colombiano debe alentar diálogos con estas organizaciones guerrilleras para que luego los usen como escenario de su lucha contra el estado. Desde ya debemos prender las alertas para frenar todo intento de que la negociación sea una continuación de la confrontación.
¿Quiere esto decir que debemos cerrar todas las puertas a cualquier intento de buscar la paz mediante una negociación con la guerrilla? De ninguna manera. Pero tampoco podemos permitir que nos vuelvan a meter los dedos en la boca como lo hicieron en el pasado.
Un problema fundamental en cualquier escenario de negociación con las organizaciones guerrilleras es que no sabemos qué es lo que realmente quieren. Leemos entre líneas, hacemos conjeturas, apelamos a nuestros miedos y también a nuestras esperanzas para descifrar cuál es su intención.
En realidad, las cosas podrían ser más simples. No tendríamos que dar tantas vueltas. Si la guerrilla hace propuestas ambiciosas e impracticables, podemos estar seguros de que no tienen ninguna intención de ponerle fin a la confrontación mediante un acuerdo que incluya su desmovilización. Si, por el contrario, en el marco de un proceso concertado con el gobierno, la guerrilla permite que actores externos independientes verifiquen el cumplimiento de los compromisos suscritos en un proceso de negociación, podríamos inferir que su intención de paz es genuina.
Para infundir confianza en una eventual negociación esta es, desde luego, una condición necesaria mas no suficiente. Otra concierne al propósito de la misma: ¿contempla la guerrilla la posibilidad de renunciar a la lucha armada como resultado de un proceso de paz? Si no lo hace, no hay nada más de qué hablar. Sin ese componente, diálogo nacional, búsqueda de alternativas a la guerra, superación de la exclusión social, de la desigualdad, etc., lo que sea, solamente tendrá el carácter de instrumento para capitalizar a su favor la inconformidad que muchos colombianos tienen con respecto a sus condiciones de vida.
La desconfianza que expreso aquí no proviene solamente de considerar nuestra experiencia histórica, de revisar el largo catálogo de frustraciones, de engaños y auto-engaños. También surge del análisis de la política exterior de la extinta Unión Soviética, así como de la estrategia de varios movimientos comunistas armados en varios procesos de negociación. La complejidad de todos estos fenómenos no puede, desde luego, ser reducida a una fórmula esquemática. La variación histórica es tan rica que uno no la puede comprimir en una receta. Sin embargo, sí hay elementos comunes que pueden guiar la formulación de nuestras inferencias acerca de las intenciones de las FARC y el ELN.
Los diálogos en Caracas en 1992, en Tlaxcala en 1993 y luego en el Caguán tienen en común un elemento con la estrategia soviética en varios procesos de negociación: hacer propuestas impracticables que, sin embargo, no pueden ser ignoradas. Aquí no voy a considerar en detalle el fundamento y características de esta estrategia. Lo esencial del asunto es que si uno cree que el fin de la historia es la victoria del comunismo, entonces todo entendimiento con el campo capitalista no es más que un instrumento para el logro de ese fin. Se puede dialogar con los capitalistas e incluso firmar acuerdos con ellos, pero solamente en la medida en que sirvan para preparar las condiciones de advenimiento del socialismo.
Quién sabe qué lectura estén haciendo las FARC y el ELN de la coyuntura nacional y mundial. Creo que siguen muy de cerca todos los acontecimientos relativos a esta nueva crisis del capitalismo. Desafortunado sería que interpretaran esta crisis como la oportunidad histórica que siempre les ha sido esquiva de fomentar un descontento popular que sirva para derrocar al régimen. Si así fuera, otro proceso de paz sería más de lo mismo.
Con o sin diálogos con las organizaciones guerrilleras, hay una contribución que muchos colombianos podemos hacer a la paz: convencernos de que las condiciones de desigualdad existentes hoy pueden ser modificadas y convencernos también de que el camino para hacerlo es mediante la movilización social y la participación democrática.
La peor contribución que le podemos hacer a la paz es empeñarle a las FARC y al ELN nuestras banderas de cambio y de justicia social. Creer que de una negociación con las FARC y el ELN deben salir los cambios que requiere esta sociedad es hipotecarle a una vanguardia militarista de extrema izquierda una tarea que es de todos los ciudadanos.
Las organizaciones guerrillas ha alcanzado varios logros: han contribuido a fortalecer el autoritarismo, a justificar la violencia y a propagar la ciega obstinación entre sus militantes y entre quienes les odian. Bien lo dijo en su momento Íngrid Betancur luego de su liberación: “sin FARC, no hay Uribe.”
La extrema izquierda y la extrema derecha son parte de este país. Ojalá pudiésemos llegar a un entendimiento y un acuerdo acerca de metas de cambio y justicia social con todos los que vivimos en esta tierra. Pero, si no se puede, lo más sensato es caminar juntos con los que sí quieren vivir en un país sin violencia, con democracia y con justicia. Ojalá no me equivoque al pensar que los que sí queremos somos la inmensa mayoría.