Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Nosotros, los Talibanes

Que duda cabe de que Al Jazeera es un elemento fundamental del proceso de cambio político que está ocurriendo en el mundo árabe.


Uno podría ser todavía más preciso y afirmar que Al Jazeera es una condición necesaria de ese proceso de cambio político: sin Al Jazeera, ese cambio no habría ocurrido. Desde luego, uno no puede hacer afirmaciones de este calibre sin sustentarlas. Eso quiero hacer en esta entrada… y también algo más. Quiero que nos miremos en ese proceso como en un espejo.


Creo que deberíamos fijarnos bien en la manera como Al Jazeera ha promovido una cultura de discusión pública, de debate. También creo que es importante considerar la manera como ese cambio cultural contribuyó a socavar las bases de los regímenes autoritarios. Además creo que es necesario que realicemos un ejercicio de contraste entre los cambios promovidos por Al Jazeera y la ausencia total de debate en nuestra televisión.


De esta comparación, creo yo, uno puede sacar la siguiente conclusión: si alguna vez tuvimos alguna cultura de discusión pública, hemos involucionado lo suficiente para quedar muy por debajo de los estándares que tiene este canal de televisión. Lejos de encontrar un reflejo en las voces de razón y de deliberación que existen en el mundo musulmán, nuestra cultura televisiva tiene más los visos del fundamentalismo de los talibanes. Juzgada por la ausencia de debates, al mirar el estado de nuestra, podemos decir, “Nosotros, los talibanes.”


No quiero decir con esto que no haya debates en Colombia en los cuales sus interlocutores intercambien argumentos de una forma razonable en favor de una y otra posición. Debates hay y muchos en la prensa y en la radio. Hora 20 de Caracol o El Gran Debate con Adolfo Beck de Radio Santafé, por ejemplo, son foros donde los participantes replican a sus contradictores a veces con humor, a veces no tanto; a veces con un buen fundamento en los hechos y con suficiente claridad acerca de los valores que hay en juego, a veces sin mucha claridad y un poco fuera del tiesto, pero en general de una forma muy animada como corresponde a una sociedad democrática.


Y uno puede seguir con los buenos ejemplos. El 7 de abril tuvo lugar el lanzamiento del libro Relaciones Militares Colombia-Estados Unidos (Bogotá: Norma-Semana. 225 pp). Escrito por Marta Lucía Ramírez y por Jorge Enrique Robledo, el libro ofrece dos puntos de vista opuestos acerca de la conveniencia de los acuerdos de cooperación militar que Colombia ha suscrito con Estados Unidos y acerca del frustrado acuerdo de cooperación que la Corte Constitucional declaró contrario a la Constitución Política. El lanzamiento fue la ocasión para un vivo debate entre los autores, animado por Álvaro Sierra, periodista de Semana.


En contraste con todo esto, los programas de opinión de la televisión colombiana son una continua reedición del “monólogo nacional”. El personaje invitado a La Noche o a El Radar diserta sobre esto y aquello sin que nadie más que su entrevistador lo interpele ni lo cuestione. El “monólogo” se acerca a veces, muchas veces en algunos casos, a la idea de una verdad única que presenta el experto o la experta de turno (las entrevistas de Claudia Gurisati a Enrique Krauze son el mejor ejemplo de lo que aquí me refiero). Así son los talibanes. Así somos los colombianos. Por eso es que el contraste que ofrece Al Jazeera es tan fuerte.


Al Jazeera fue creado como un canal de televisión para el mundo árabe. Con sede en Doha, Qatar, se ha beneficiado de la política liberal del Emir que gobierna ese país y de los extraordinarios cambios en la manera de transmitir información que han ocurrido durante los últimos años. La idea de un canal árabe, como tal, no es nueva. Un canal internacional de los países árabes había sido creado antes. Lo nuevo fue la visión de Al Jazeera, su política editorial, sus estándares informativos y su convicción de que sin debate las sociedades árabes seguirían atrapadas en la modorra de sus gobiernos autocráticos.


Una primera aproximación a lo que ha hecho Al Jazeera en el mundo árabe es poner atención al propósito que anima la programación de este canal de televisión. Samir Khader, su editor, lo definió muy bien en un segmento del documental Control Room (5’55» a 6’40»). En palabras de Khader,


Lo que yo siento es que el mensaje de Al Jazeera es, primero que todo, educativo. Se trata de educar al pueblo árabe acerca de algo llamado democracia, respeto por la opinión del otro, debate libre, verdadero debate libre, sin tabúes, nada ha de ser tabú, todo tiene que ser abordado de una forma inteligente, con franqueza, e intentar, al usar todas estas cosas, de sacudir estas sociedades rígidas, de despertarlas, de decirles, «¡despierten!, ¡despierten!, hay una guerra en torno de ustedes, hay algo que está ocurriendo en el mundo, ustedes todavía están somnolientos, ¡despierten!» Este es el mensaje de Al Jazeera.”


Khader no estaba pronunciando estas palabras en el vacío. La Guerra del Golfo, como se llama a la primera guerra contra el régimen de Sadam Hussein, luego de que éste invadiera a Kuwait, fue para muchos árabes una terrible sacudida. Muchos pusieron a un lado las dudas acerca de la legitimidad de las acciones de Hussein y vieron en todo ello una aventura imperialista de Occidente, luego de la caída del muro de Berlín y el derrumbe del bloque soviético. La segunda guerra contra Iraq fue mucho peor. Ya no era una mera “Tormenta del Desierto” sino una vasta ofensiva dirigida a colocar las sociedades árabes bajo la égida política, económica y cultural de los Estados Unidos.


En Control Room, Khader plantea que la ofensiva militar en Iraq tenía su correlato en un vasto dispositivo de propaganda. De ese dispositivo hacían parte muchos medios de comunicación que parecían haber abdicado completamente de su función crítica. Pocos eran los reporteros de medios estadounidenses o europeos dispuestos a hacer preguntas incómodas acerca del propósito de la guerra y acerca de la manera como fue conducida.


Al Jazeera, creada siete años antes, se convirtió en la piedra en el zapato de ese dispositivo de propaganda. Continuamente puso en entredicho la versión oficial de los hechos. Fue tan intensa su crítica que terminó pagando un precio muy caro: el 8 de abril de 2003, en Bagdad, misiles aire-tierra impactaron en el edificio desde donde el periodista Tareq Ayyoub y su camarógrafo Zouhair al-Iraqi hacían un cubrimiento de los hechos para Al Jazeera. Ayyoub murió a consecuencia de ese ataque.


Ese asesinato no silenció a Al Jazeera. Al contrario, reafirmó su propósito. Para que las sociedades árabes tuviesen alguna oportunidad de definir por sí mismas su propio destino, ellas tendrían que determinar por sí mismas qué estaba ocurriendo, qué era lo que impedía su desarrollo, qué había que cambiar y qué dirección debían tomar.


Desde luego, en todo este proceso, Al Jazeera ha tenido una agenda, una visión muy precisa del cambio que tenía que ocurrir en el mundo árabe. Esa visión, expresada por Khader, era la de que esas sociedades tenían que avanzar hacia un cambio democrático. Sin democracia, las sociedades árabes no podrían discutir acerca de su lugar en el mundo globalizado. Sin esa discusión, la agenda de cambio les seguiría llegando desde arriba, impuesta por autócratas dispuestos a escuchar la voz de tecnócratas e inversionistas de Occidente y prestos siempre a reprimir cualquier voz disidente dentro de sus propios pueblos.


Dos años después, en una entrevista con Dahr Jamail, Khader reiteró el compromiso de Al Jazeera con la democracia. Al ser preguntado por los desafíos de este canal de televisión, Khader dijo,


[Le doy] mi opinión personal, desde luego. Los problemas del Medio Oriente, los problemas de la gente, como la democracia y los derechos humanos. En todos los países del Medio Oriente todo el mundo habla de democracia. Y cuando usted tiene elecciones en un país determinado, el gobierno comienza a decir, ‘¡Miren nuestra democracia!’ Pero las elecciones no son la democracia. La democracia es algo diferente.


Pienso que tenemos que enfocarnos en las necesidades de nuestra gente en estos tiempos en términos de democracia y de derechos humanos. Decirles, «No crean que democracia significa elecciones. No, es algo diferente.» Y los derechos humanos, no creo que haya un sólo país árabe que realmente respete los derechos humanos. ¿Libertad de prensa? ¿Dónde hay? No la veo, la libertad de prensa. La podemos disfrutar en Al Jazeera, pero somos una pequeñísima parte de la prensa en el mundo árabe. Son pues todas estas cosas en las que yo creo que nos tenemos que enfocar más y más.”

Antes de que Al Jazeera existiera, lo que podía verse en la televisión árabe eran las versiones oficiales de los gobiernos, telenovelas, así como un buen número de películas hechas en Egipto (un país con una industria cinematográfica bastante prolífica). Las telenovelas y las películas nunca abordaban los dramas de la gente ordinaria. A ninguna le podía faltar el componente maniqueo de buenos y malos, las numerosas representaciones esterotipadas y ni de peligro ninguna de ellas abordaría un tema espinoso como la corrupción, la situación de opresión de las mujeres y la demanda de respeto de sus derechos. Antes de Al Jazeera, la televisión de los países árabes era una ventana a la negación de la realidad. Eso lo sabían bien incluso los campesinos en Siria. En caso de problemas, muchos decían, “sintoniza BBC (la transmisión en árabe) para ver que está pasando en nuestra aldea.”


BBC le puso fin a sus emisiones en árabe y Al Jazeera rápidamente ocupó su lugar. Gracias a la televisión satelital, mucha gente en el mundo árabe tuvo por primera vez acceso a un canal de televisión árabe que no transmitía la versión oficial, que no hacía compromisos con la realidad para presentar una versión dulcificada de los hechos, que no evitaba temas polémicos y que presentaba voces distintas de aquellas a las cuales estaban habituadas a escuchar cotidianamente en sus medios de comunicación. Al Jazeera es el canal en el cual la gente en los países árabes pudo escuchar en televisión por primera vez a gente hablando en hebreo desde Israel. Ello hacía parte de su política editorial: para tener un reporte balanceado de los hechos era preciso que se escucharan las voces de todo el mundo. De allí su lema, “la opinión y la otra opinión.”


La sacudida en el mundo árabe fue muy fuerte. Los regímenes autocráticos acostumbrados a controlar el flujo de información en los medios se sintieron amenazados. Con un estilo paternalista, los autócratas sauditas, kuwaitíes, jordanos, marroquíes, tunecinos, etc., todos le pidieron al Emir de Qatar que callara a sus súbditos porque estaban causando mucho ruido y desorden en el vecindario. El Emir hizo caso omiso a esos pedidos y no quiso interferir en la política editorial de Al Jazeera. Los autócratas reaccionaron con furia cerrando las oficinas del canal en cada uno de sus países. (De acuerdo con una historia cuya veracidad no está confirmada, uno de esos autócratas llegó más lejos. Le dijo al presidente George W. Bush, “Señor Presidente, usted ha enviado demasiados misiles a Afganistán y a Iraq. ¿Por qué no le manda uno a Al Jazeera?) Sin embargo, ninguno de esos autócratas podía hacer algo para detener las emisiones desde Doha. Podían dárle órdenes a sus ministros del interior y de información pero no a los satélites que transmitían la señal de ese canal de televisión. Al final, no tuvieron otro remedio que aceptar que Al Jazeera ya se había convertido en una parte del paisaje político-cultural del mundo árabe.


En enero del 2006 Al Jazeera comenzó a emitir noticias y programas en inglés. Poco a poco ha conquistado audiencias diversas en todo el mundo. Los últimos en convertirse en sus fans han sido los líderes de los países occidentales. Un artículo publicado el 9 de abril en el Daily Telegraph da cuenta del hecho de que Barack Obama, Hillary Clinton y sus asesores consideran que hay que ver Al Jazeera para saber que está pasando en el mundo árabe. Y otro tanto dice el primer ministro inglés, David Cameron.


No creo que nadie pueda decir lo mismo de, por ejemplo, Russia Today en el caso de Rusia. Esta cadena, financiada por el gobierno ruso, emite en varios idiomas desde el 2004, incluido el español. Es una de las que más videos tiene publicados en YouTube. Sin embargo, muchos de sus reportajes tienen ese sabor de propaganda que tenían las revistas de las agencias soviéticas que, como Sputnik, daban línea tan sutilmente que al leerlas a uno le podían quedar los ojos alineados.


Hasta aquí uno podría quedarse con la impresión de que Al Jazeera sustituyó una autoridad por otra, que reemplazó la voz monótona y repetitiva de los autócratas por la voz profesional e imparcial de una prensa responsable. Si este fuera el cuadro, la contribución de Al Jazeera a la democracia habría sido muy buena, pero muy incompleta. Al Jazeera ha hecho mucho más: le dió aire a la tradición de discusión en el mundo musulmán que había sido completamente sofocada por sus gobiernos autoritarios.


En efecto, solamente hay que tomar en cuenta el hecho de que en el Islam, como en el Judaísmo, no hay una autoridad religiosa centralizada. Por lo tanto, los debates acerca de la interpretación de las escrituras que cada tradición reverencia como sagradas pueden ser interminables. Sin embargo, arropados con el manto de príncipes de la fe o con el de campeones del progreso, los autócratas árabes se arrogaron la prerrogativa de infalibilidad como si fueran una autoridad de origen divino, no secular. Reprimieron y muchos siguen reprimiendo (Arabia Saudita, Argelia, Bahrein, Jordán, Siria) cualquier intento de discusión acerca del fundamento de su autoridad, así también como acerca de la justeza de su ejercicio.


Al Jazeera ha transformado radicalmente esta situación. No se ha limitado a presentar las distintas voces que hay en el mundo árabe acerca de sus problemas. Continuamente ha promovido su contraste en el debate. Lo ha hecho sin arreglo a un guión prefijado que determinara de antemano quién era creíble y quién no. Le ha reconocido a los televidentes la posibilidad de formarse su propia opinión al dejar que cada uno saque sus conclusiones después de escuchar puntos de vista contrapuestos. Esta ha sido la contribución más importante del programa de debate La Dirección Opuesta.


Su anfitrión, Faisal al-Kasim (también escrito al-Qassem), estudió drama en Siria y luego hizo un doctorado en literatura inglesa en la Universidad de Hull. Se trata pues de alguien bien versado en varios temas. Pero al-Kasim es mucho más que una persona docta. Es alguien con un fuerte sentido crítico hacia su propia cultura, que no se muerde la lengua. Al-Kasim habla de corrido para decir que la historia árabe, desde los tiempos pre-islámicos hasta la actualidad, ha sido una “historia de sangre y asesinato.” Si hay un cambio que vale la pena en el mundo árabe, dice al-Kasim, es el de resolver los problemas hablando, así sea a gritos, en vez de usar el fuego y el hierro. “Es mucho más barato que pelear.”


Su compromiso con la construcción de una cultura de diálogo no es ingenuo. Al-Kasim ha sabido desde el principio que tendría que enfrentarse a enormes dificultades. Una de sus parábolas preferidas, una a la que recurre en muchas entrevistas, es la del comportamiento de una persona a quien por cincuenta años alguien le puso la mano en la boca y no le dejó hablar. “¿Qué espera usted? Que esa persona explote y diga muchas cosas.” Que sus invitados griten e incluso se insulten, que haya quienes se retiren del estudio indignados, como lo hiciera -entre tantos otros- un ministro de Argelia, son para al-Kasim gajes del oficio: eso es parte de su misión de educar al mundo árabe acerca de y en una cultura de discusión y de debate. Por eso al-Kasim ha insistido en su formato: porque a riesgo de alienar a algunos segmentos de su audiencia, de ser acusado de instigar tensiones entre los árabes, él está convencido de que no hay otra forma de abordar temas polémicos como, por ejemplo, la práctica bastante extendida de torturar a los opositores del régimen.


Vale la pena que reproduzca aquí, resumida, la historia de la emisión de La Dirección Opuesta dedicada a este tema, muy bien contada por Jeffrey Tayler en The Atlantic Monthly. En el año 2004 se conoció el horror de las torturas en la cárcel iraqí de Abu Ghraib, el lugar en el cual la soldado Lynndie England se hizo infamemente célebre. Lo ordinario en el mundo árabe habría sido condenar por enésima vez a los Estados Unidos por su hipocresía en relación con el tema de los derechos humanos. Al-Kasim planteó otra discusión. El tema no era Abu Ghraib sino Abu Qarib (una expresión que traduce algo así como “cerca al padre” o “cerca a casa”): la rutinaria práctica de la tortura en los países árabes.


Al-Kasim abrió el programa con una presentación de sus invitados y con una encuesta para la audiencia: “¿se abstienen los regímenes árabes de condenar los abusos en Abu Ghraib porque ellos cometen atrocidades mucho peores en sus prisiones?” Al final del programa, el 84% de quienes emitieron su opinión dijeron que sí. Los invitados al debate fueron Khaled Chouket, el director del Centro para la Promoción de la Democracia en los Países Árabes, y Fuad Alam, un general egipcio acusado de ser responsable de haber cometido él mismo numerosas torturas.


Chouket inció la discusión yendo directamente al grano: acusó a todos los regímenes árabes de basarse en la continua violación de los derechos humanos. El general Alam replicó que las afirmaciones de Chouket estaban totalmente alejadas de la realidad; que en todos los países hay excesos, abusos; que era el colmo que los Estados Unidos, que se decían defensores de la democracia, atacaran la civilización árabe y que apoyaran a Ariel Sharon.


Luego de esta intervención, la discusión quizá hubiese tomado otro giro, pero al-Kasim no dejó que el general Alam se escabullera. Le increpó preguntándole, “Pero los líderes árabes destruyen ciudades enteras y matan a miles de sus propios ciudadanos (…) ¿A cuántos israelíes ha matado Sharon?” La intensidad de la discusión alcanzó su punto máximo cuando Chouket acusó al general Alam de haber sido uno de los miembros de la mukhabarat egipcia, la agencia de inteligencia responsable de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.


Después de la emisión de este programa, Tayler le preguntó a al-Kasim si con este debate no había permitido que la responsabilidad de Estados Unidos por las torturas en Abu Ghraib se desvaneciera. Al-Kasim replicó de manera contundente: “Los Estados Unidos pusieron a los japoneses en campos [de concentración] durante la Segunda Guerra Mundial; tuvieron al macartismo y ahora tienen a Bush. Pero todo esto va a cambiar. La democracia se corrige a sí misma.”


No es de buena educación discutir ni de política ni de religión en buena compañía”, reza un dicho popular en los Estados Unidos. Se trata de un dicho antidemocrático. En los Estados Unidos es el reflejo de la degradación de la cultura liberal a cultura del consumo, de la reducción de los valores a meras preferencias personales. No sé si haya un dicho equivalente en el mundo árabe. Tal vez no porque la tradición autocrática no ha permitido ninguna política ni ninguna discusión acerca de la religión. En este campo, La Dirección Opuesta también ha hecho una contribución sustancial. Yo no soy un experto en el mundo árabe y por eso tengo que pedir que mis afirmaciones sean tomadas con un grano de sal. Solamente puedo decir que no conozco antecedentes similares a la forma como Faisal al-Kasim hizo posible que se incluyera el punto de vista de una agnóstica y crítica del Islam en la conversación social.


Wafa Sultan, una psiquiatra de origen sirio, quien actualmente reside en los Estados Unidos, fue invitada a participar en una discusión con Ibrahim al-Khouli, profesor de la universidad Al-Azhar de El Cairo, en febrero de 2006. Gracias a un segmento de ese debate disponible en YouTube (con traducción al inglés y al español), uno puede hacerse a una idea de lo radical que era poner a Sultan al aire en un canal de televisión en el mundo árabe. Sultan afirmó en esa ocasión que el choque de civilizaciones fue iniciado por el Islam, que ésta es una religión que divide el mundo entre creyentes e infieles y que no duda en recurrir a la violencia para imponer su fe.


El tono de su crítica era en realidad el de una diatriba cuidadosamente sazonada con varias referencias a versos del Corán. Uno de los blancos escogidos de esa diatriba es la expresión “pueblos del libro” frecuentemente usada por los musulmanes para referirse a los judíos y a los cristianos (para el Islam, unos y otros son pueblos del libro puesto que cada uno cuenta con un libro de oración en el cual se menciona a profetas que antecedieron a Mahoma y que merecen veneración, tales como Moisés y Jesús). Según Sultan, la gente de Occidente no es un pueblo del libro sino de muchos libros. “Todos los libros científicos que ustedes tienen hoy son de ellos, son el fruto de su pensamiento libre y creativo.”


En la siguiente emisión de su programa, al-Kasim tuvo que pedir disculpas por haber invitado a alguien que dijo blasfemias. La verdad, esa era la segunda vez que Sultan había estado en La Dirección Opuesta. En la primera, cuando al-Kasim le pidió que se limitara a hacer afirmaciones sobre política y no sobre religión, Sultan le replicó que él no le había advertido que tenía que confinar sus opiniones únicamente a la política. Al-Kasim le permitió seguir al aire y referirse a visiones arraigadas en el mundo árabe basadas en el odio hacia los no musulmanes, en particular, hacia los judíos.


Quien oiga o lea a Sultan no dejará de sentir siempre un sesgo pro-occidental. Uno le puede dar la razón a Ibrahim al-Khouli cuando afirmó que ella se abstiene de tomar en consideración la intolerancia y las atrocidades que plagan la historia de Occidente. Más grave aún, Sultan muchas veces incurre en una actitud provocadora basada en generalizaciones tan desafortunadas como muchas de las cosas que ella critica. No en vano un rabino en los Estados Unidos la comparó con uno de los íconos de la extrema derecha: Ann Coulter. En un escrito titulado “La Belicosidad Seductora y Estrecha de Miras de Wafa Sultan”, Stephen J. Stein afirma que el problema con las diatribas de Sultan es que no le abren campo a ninguna de las alternativas que dentro del mismo Islam han surgido para reivindicar su contenido de paz y tolerancia. Se trata de una crítica muy pertinente. El punto de vista de Stein es que personas como Sultan contribuyen a romper un diálogo multicultural que se ha establecido con mucho esfuerzo. No obstante lo anterior, uno puede volver sobre lo dicho por al-Kasim acerca del efecto de una represión prolongada y de la necesidad de escuchar todas las voces, incluso las más estridentes.


Por la misma época en la que al-Kasim entrevistó a Sultan, Amy Goodman entrevistó a al-Kasim en Democracy Now. Después de hablar acerca de su experiencia en La Dirección Opuesta, Goodman le preguntó a al-Kasim cuál era su misión. Su respuesta evoca lo que dijo Samir Khader en Control Room:


Mi misión es (…) liberar al mundo árabe, liberar al mundo árabe de dictadores y de déspotas y de tradiciones horribles en lo político, en lo social, lo cultural, en esto y en aquello. Y creo que hemos tenido éxito, gracias a Dios. Recuerdo antes de empezar, antes de hacer este programa, hace diez años, honestamente yo pensaba acerca de ciertos temas en el mundo árabe y yo miraba alrededor mío pensando que alguien estaba escuchando en secreto mis pensamientos. Realmente me daba miedo incluso pensar. Me comportaba como un niño. No podíamos incluso pensar acerca de temas difíciles. Eso era tabú. Yo he quebrado o roto en pedazos muchos íconos musulmanes y árabes, sean ellos políticos, culturales, sociales, económicos, de aquí y de allá. Afortunadamente hemos degollado bastantes vacas sagradas.”


Desafortunadamente, no tengo evidencia a la mano acerca la recepción de los programas de Al Jazeera. El estudio de dicha recepción concierne a uno de los eslabones de la cadena causal que va de la política editorial de Al Jazeera al derrocamiento de autócratas como Ben-Ali en Túnez y de Mubarak en Egipto. Sin embargo, creo que todo lo dicho hasta ahora sirve para fundamentar la afirmación según la cual Al Jazeera ha sido una condición necesaria del cambio hacia la democracia que se está dando en el mundo árabe.


¿Qué nos dice toda esta historia acerca de la ausencia de programas de debate en nuestra televisión? Una primera respuesta consiste en dirigir la crítica hacia nuestros canales de televisión: hacia sus programadores y sus periodistas. A ellos se les puede criticar por su obsecuencia con Álvaro Uribe durante su doble mandato e incluso después. En efecto, la eficacia del mensaje político del presidente Uribe no se basa únicamente en su calidad retórica. En buena parte ha dependido del hecho de que muchos de sus interlocutores en la televisión nunca lograron poner en cuestión y controvertir muchas de sus afirmaciones.


Para la muestra un botón. Durante el ejercicio de su cargo como presidente, Uribe muchas veces definió su política de seguridad democrática con respecto a la amenaza de la guerrilla y del narcotráfico pero soslayó la responsabilidad de los grupos paramilitares en la grave situación de los derechos humanos. La eficacia de este mensaje del presidente Uribe habría sido menor en un contexto de debate en el cual muchas voces críticas pudiesen haber sido escuchadas. Esas voces podrían haber forzado incluso una redefinición de la política de seguridad democrática. Por lo tanto, a los programadores y periodistas de televisión les corresponde una buena cuota de responsabilidad por el tono monológico y autoritario que tiene nuestra televisión.


Creo que esta respuesta a la pregunta por la ausencia de programas de debate es inadecuada. Hace parte de la lógica de chivos expiatorios con la cual cada uno salva su responsabilidad. Lo dicho no niega que los programadores y periodistas de televisión tengan que asumir su mea culpa. Sin embargo, a quien uno no puede dejar escabullir en esta discusión es a cada uno de los colombianos que saltó del entusiasmo de los diálogos de paz en el Caguán al fervoroso apoyo a la mano dura y a la polarización político-cultural de este país. Ese salto se hizo con toda la frustración y la rabia de quien se siente defraudado y con toda la fe ciega de quien no admite matices, comentarios ni críticas un vez que ha encontrado un objeto amoroso que reemplaza al anterior. Para personas así, solamente valen los aplausos y los elogios. ¡Cómo podría haber debate si muchos no querían debate! El punto es, pues, que sin cada uno de los colombianos monológicos el monólogo nacional no funcionaría. Es de ellos de quien se compone la mayoría de la audiencia a la que responden los programadores.


En gracia de discusión, supongamos que los programadores y periodistas de televisión hubiesen querido educar a su público, que se hubiesen decidido a cumplir el papel pedagógico que asumieron Samir Khader y Faisal al-Kasim en el mundo árabe. Aquí se habrían enfrentado a un obstáculo descomunal. En las condiciones de polarización política existentes en Colombia hasta el año pasado, habría sido muy difícil conducir un debate sobre cualquier tema importante con quienes tuvieran en verdad visiones contrapuestas.


Por decir lo menos, creo que sentarse en frente de las cámaras a debatir con representantes de un gobierno responsable de chuzar a la oposición habría sido muy difícil. Tal fue, por ejemplo la situación de los demócratas con el gobierno republicano en la época de Watergate, algo que le costó el puesto al entonces presidente Richard Nixon. Aunque esto era sumamente grave, aquí las cosas eran aun más graves. En la medida en la que los partidos de oposición como el Liberal y el Polo Democrático Alternativo no se mostraron complacientes con el gobierno, el presidente Uribe no escatimó esfuerzos para deslegitimar a la oposición minando con ello las bases ya bastante defectuosas de nuestra democracia. Como se dice coloquialmente, no estaba el palo pa’ cucharas.


Ya ha pasado un poco más de un semestre desde el fin del doble cuatrenio del presidente Álvaro Uribe. ¿No es hora ya de reparar nuestra cultura política con una buena dosis de debate en la televisión colombiana? El entorno político hace posible un giro favorable a la contraposición pública de puntos de vista opuestos de una forma civilizada y razonable. E incluso si la contraposición no es amable y ni siquiera cortés, solamente hace falta recordar la parábola favorita de al-Kasim, una historia que hace eco a una idea preconizada por John Stuart Mill en el siglo XIX: el efecto atribuiblemente educador de la participación política. No importa que las voces sean estridentes. No importa que, incluso después de un largo período de afinamiento, sigan siendo disonantes. Con ellas se podrá construir una nueva armonía polifónica, mucho más rica y poderosa que la monofonía altisonante a la que hemos estado acostumbrados.


A modo de coda, quisiera hacer referencia a la forma como las filtraciones de WikiLeaks han involucrado a Al Jazeera y a la coherencia de esta cadena en medio del turbulento proceso de cambio político al cual ya he hecho referencia. El 6 de diciembre de 2010 el periódico The Guardian publicó una nota basada en un cable enviado por el embajador de Estados Unidos en Qatar en la que se afirmaba que esa cadena era un instrumento de la política exterior del Emir qatarí. Entre otras cosas, el embajador estadounidense decía que un cubrimiento más favorable de la familia real saudita había contribuido a mejorar las relaciones entre Arabia Saudita y Qatar. Un cable previo mencionó que el primer ministro qatarí, Sheikh Hamad bin Jassim al-Thani le había ofrecido a Hosni Mubarak un tratamiento más favorable de Egipto por parte de Al Jazeera durante un año a cambio de que el gobierno de este país obtuviera un acuerdo de paz favorable a los palestinos.


Peor aun, un cable del 24 de junio de 2009 decía explícitamente, “El gobierno qatarí oficialmente defiende la libertad de los medios en otras partes, pero generalmente no la acepta en casa.” La afirmación la hacía el embajador estadounidense en el contexto de un reporte sobre la renuncia de Robert Menard a su cargo como director del recién creado Centro Doha para la Libertad de los Medios. El cable propociona una extensa cita de las razones de la renuncia de Menard, entre las cuales se destaca la imposibilidad de pronunciarse acerca de las restricciones a la libertad de prensa en su país anfitrión. Menard no es ningún pintado en la pared. Durante mucho tiempo fue el director de Reporteros Sin Fronteras, una organización dedicada a proteger la integridad de los periodistas y a defender la libertad de prensa en todo el mundo.


Después de leer la nota de The Guardian y los cables a los cuales hace referencia, fui al sitio de Al Jazeera en inglés e hice una búsqueda acerca de Menard. No encontré nada. A primera vista, parecía que había gente que quería echar el mugre por debajo de la alfombra. Sin embargo, encontré otras informaciones que arrojan una luz distinta sobre la renuncia de Menard. Una nota escrita por Magda Abu-Fadil, profesora de la American University de Beirut, publicada en el Hufftington Post, indica que las razones de la renuncia de Menard podrían haber sido otras. Al parecer, Menard arruinó el ambiente del centro con su estilo arrogante, su concentración de poder, su actitud de privilegio hacia su entourage francés, así como con su falta de transparencia en relación con el manejo del presupuesto del centro.


En relación con el uso de Al Jazeera como instrumento de la política exterior de Qatar, no vale la pena citar aquí la nota de protesta de esta cadena noticiosa. Se trata sin duda de una declaración auto-interesada. Prefiero citar otro testimonio que no esté bajo esa sospecha. El mismo día que The Guardian publicó la nota acerca de los cables mencionados, un periodista que trabajó para la cadena árabe y que lo hace ahora para este periódico británico, Mark Seddon, publicó un artículo titulado Al Jazeera no es el perrito faldero del Emir qatarí. Seddon afirma que nunca fue testigo de ninguna interferencia del Emir ni de su gobierno en la política editorial de Al Jazeera. En cambio, si quería volver a poner de presente que el ministro del interior británico, David Blunkett, le pidió en el 2003 a Tony Blair que bombardeara la sede de Al Jazeera. Seddon le escribió a Blunkett pidiéndole que bombardeara la sede de Al Jazeera en los Estados Unidos y le indicó que sus oficinas estaban ubicadas en Times Square.


Puede ser que esto no convenza a nadie del todo. “Ahhg, Seddon trabajó para Al Jazeera, ¿no es así? Se le nota todavía el espíritu de cuerpo.” A todos los Santo Tomases que quieren meter el dedo en la llaga, aquí tienen esta herida a la libertad de prensa y ojalá hagan con ese dedo algo más que hurgar bajo la piel. El 5 de marzo Al Jazeera publicó esta nota acerca de la acción urgente requerida por Amnistía Internacional en favor del bloguero Sultan al-Khalaifi. Al-Khalaifi fue detenido por la policía qatarí y desde entonces permanece incomunicado. En la página de Amnistía Internacional, a la cual remite la de Al Jazeera, está la dirección electrónica del primer ministro qatarí a quien le pueden escribir demandando el respeto a la vida, la integridad personal y las garantías judiciales de Sultan al-Khalaifi.


El 4 de mayo de 2008 Al Jazeera emitió un documental titulado “Una Nación a la Espera: un programa especial acerca de Egipto bajo el poder de Hosni Mubarak.” El 11 de febrero de 2011, luego de un continuo ejercicio de desobediencia civil, no violenta, la ciudadanía egipcia depuso a Mubarak. En la noche de ese día fui al concierto inaugural de la Filarmónica de Bogotá: Mozart, Scarlatti, Mahler, Blanca Uribe, Enrique Diemecke y toda la Orquesta me colmaron de una alegría que había comenzado al mediodía, después de que supe la noticia del fin del régimen de Mubarak. Cuando regresé a mi casa y entré a la página de elespectador.com no cabía de la dicha. El Espectador había puesto en streaming la transmisión que Al Jazeera hacía desde la plaza Tahrir. Era testigo, literalmente, de un nuevo amanecer. Gracias El Espectador. Gracias Al Jazeera.

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