Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Las maneras coloniales de la Vieja Europa

Europa envejece, como el resto del mundo es verdad, pero a una velocidad mayor. Y mientras lo hace, más patentes se hacen sus maneras coloniales. Un incidente que de otro modo podría considerarse trivial arroja luz sobre su decadente estado.
Hace poco menos de un mes, el 23 de agosto, una amiga colombiana y su novio fueron a un concierto organizado por L’Associazione Colombia Es Onlus en Florencia, Italia. Esa noche, en la Piazza de la Signoria, se presentaron la orquesta juvenil Batuta de Bogotá y la Sinfónica Juvenil del Valle. Junto con otras orquestas venidas de España, Hungría, Turquía, etc., las orquestas juveniles colombianas participaban en la segunda edición de La Via dei Concerti.
Hasta aquí, todo acorde con los patrones tradicionales de la vieja Europa. Durante el concierto, una de las orquestas colombianas tocó una pieza de salsa y mi amiga colombiana y su novio se pararon a bailar. La pieza terminó y ellos dos se sentaron a seguir escuchando las demás piezas.
Una escena como ésta no habría sorprendido a nadie en estas latitudes. “La música se hizo para bailar”, dice Driss, un personaje de la película Amigos. Sin embargo, mi amiga y su novio no tuvieron la misma suerte que Driss. En vez de suscitar entusiasmo y alegría, provocaron inintencionadamente censura. Un guardia de una compañía de seguridad se les acercó y les espetó “Nada de bailar. Este es un museo. No una discoteca.” ¿Discoteca? Claro que mi amiga y su novio sabían que la Piazza no es una discoteca. Lo de museo es discutible. Si uno asumiera que la ciudad de Florencia con sus plazas es un museo y no una ciudad viva, okay, vaya y venga. A sentarse y a quedarse callao. Pero Florencia es una ciudad y una con una buena oferta de salsa, se los puedo asegurar (por si acaso, aquí hay una referencia).

Europa envejece, como el resto del mundo es verdad, pero a una velocidad mayor. Y mientras lo hace, más patentes se hacen sus maneras coloniales. Un incidente, que de otro modo podría considerarse trivial, arroja luz sobre su decadente estado.

Hace poco menos de un mes, el 23 de agosto, una amiga colombiana y su novio fueron a un concierto organizado por L’Associazione Colombia Es Onlus en Florencia, Italia. Esa noche, en la Piazza de la Signoria, se presentaron la orquesta juvenil Batuta de Bogotá y la Sinfónica Juvenil del Valle. Junto con otras orquestas venidas de España, Hungría, Turquía, etc., las orquestas juveniles colombianas participaban en la segunda edición de La Via dei Concerti.

Hasta aquí, todo acorde con los patrones tradicionales de la vieja Europa. Durante el concierto, una de las orquestas colombianas tocó una pieza de salsa y mi amiga colombiana y su novio se pararon a bailar. La pieza terminó y ellos dos se sentaron a seguir escuchando las demás piezas.

Una escena como ésta no habría sorprendido a nadie en estas latitudes. “La música se hizo para bailar”, dice Driss, un personaje de la película Amigos. Sin embargo, mi amiga y su novio no tuvieron la misma suerte que Driss. En vez de suscitar entusiasmo y alegría, provocaron inintencionadamente censura. Un guardia de una compañía de seguridad se les acercó y les espetó “Nada de bailar. Este es un museo. No una discoteca.”

¿Discoteca? Claro que mi amiga y su novio sabían que la Piazza no es una discoteca. Lo de museo es discutible. Si uno asumiera que la ciudad de Florencia con sus plazas es un museo y no una ciudad viva, okay, vaya y venga. A sentarse y a quedarse callao. Pero Florencia es una ciudad que se mueve todos los días y que tiene una buena oferta de salsa, se los puedo asegurar (por si acaso, aquí hay una referencia).

El guardia privado no sabía a quién le estaba hablando. Tal vez se imaginó que se encontraría con ciudadanos domesticados, prestos a hacerle reverencia a cualquiera que porta un uniforme y un arma. El tema, para ponerlo metafóricamente, es que mi amiga colombiana ha toreado en varias plazas y no le come cuento a nadie. En cuanto a su novio, es una persona que tiene una cualidad: la de hacer valer sus derechos civilmente.

El novio de mi amiga le pidió al guardia privado que se identificara, a lo cual el guardia se negó. No sólo eso: en tono intimidatorio le preguntó, “¿algún problema?” A lo cual el novio de mi amiga replicó, “Por supuesto que hay un problema con su manera agresiva y su negativa a identificarse.” El guardia privado se fue y retornó con un Carabinieri, quién sabe para qué, quizá para que arrestara a quienes se habían atrevido a bailar. El Carabinieri resultó ser un tipo bastante razonable a quien todo el embrollo armado por el guardia le pareció excesivo. Ustedes se pueden imaginar el resto de la escena: “Me dispiace…”.

¿Puede un guardia privado ir no más así dispuesto a intimidar turistas en un sitio público? Cuando leí el relato del novio de mi amiga pensé en la diferencia que hace S. N. Goenka entre la policía de un país colonizado y la de un país independiente. Según Goenka, la policía de un país colonizado es la que anda intimidando a los ciudadanos. Por el contrario, la policía de un país independiente es la que apela a la benevolencia y no usa la fuerza sino hasta cuando es estrictamente necesario.

Nosotros, aquí en la periferia, podemos dar testimonio de las maneras coloniales de nuestra policía (sin embargo, para bien, hay cosas que están cambiando: muchas interacciones que he tenido con miembros de la policía colombiana han sido bastante cordiales). Si uno ha sido formado para ver en la gente menores de edad que solamente entienden regaños, así se comportará. Pero si la educación que brindan las instituciones que prestan seguridad es la de que los guardias al tratar con la gente sepan que tratan con ciudadanos, entonces la cosa es distinta: muy amable.

¿Deberían ser distintas las cosas en las metrópolis, en la vieja y culta Europa? Hoy por hoy es un lugar común la idea de que las maneras imperiales al uso en las colonias siempre terminan por interiorizarse de tal modo que se vuelven costumbre en las metrópolis: restricciones a la libertad de prensa, restricciones a las garantías judiciales para combatir el terrorismo, trato infantil a los ciudadanos y, por supuesto, trato intimidatorio a las personas en los lugares públicos.

A esa realidad se enfrentaron mi amiga colombiana y su novio. Cuando fueron a quejarse de lo sucedido ante un alto funcionario de la Superintendencia para el Patrimonio Histórico, Artístico y Etno-antropológico de la Ciudad de Florencia, esta fue la respuesta que recibieron: “Si una persona baila en la Loggia della Signoria (parte de la Piazza) una noche, a la siguiente van a bailar mil.” A juicio del funcionario, el problema es la falta de respeto que muchos turistas muestran por la ciudad de Florencia.

¡Joder! ¡En Florencia bailar salsa en una plaza pública es una falta de respeto! Y, como es una falta de respeto, implícita en sus afirmaciones, está justificado que un guardia armado ponga orden entre los que se atreven a bailar.

Me dispiace… Questi sono le manieri coliniali della vecchia Europa.

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