Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

La Marcha de la Locura: diez años de la guerra contra Irak

Este martes se cumplen diez años de la invasión a Irak. Han sido diez años de las mayores iniquidades de la historia reciente.

Lo que ocurrió en Ruanda es una iniquidad feroz, pero uno puede decir que esa fue una iniquidad por omisión. La de Irak ha sido iniquidad deliberada.

En septiembre del 2001, Samantha Power publicó en The Atlantic la crónica definitiva acerca de cómo el Departamento de Estado hizo todo lo posible para evitar cualquier intervención que sirviera para detener el genocidio en Ruanda. Power puso en la esfera pública una información que no teníamos acerca de la responsabilidad de numerosos oficiales del Departamento de Estado en el diseño deliberado de una política consistente en no intervenir. Uno de esos oficiales es la infame Susan Rice, quien hoy funge de embajadora de los Estados Unidos en Naciones Unidas y a quien un escándalo le impidió ser Secretaria de Estado.

En el caso de la guerra contra Irak no hay falta de información. Hay muchísima acerca de la forma como se planeó la guerra y cómo se puso en marcha una extraordinaria maquinaria para justificarla. Contrario a lo que ocurrió en el caso de Vietnam, en el cual el gobierno de los Estados Unidos recurrió al secreto para organizar la intervención, en el de Irak todo parecía ser la crónica de una muerte anunciada.

La obsesión de la extrema derecha con Irak fue un asunto que esa misma extrema derecha puso en el debate público desde finales de los años 1990. Un grupo de intelectuales y políticos agrupados en lo que ellos mismos denominaron Project for the New American Century (El Proyecto para un Nuevo Siglo [de Hegemonía] Estadounidense) le plantearon repetidamente al gobierno de Bill Clinton que la única solución con respecto a Irak era deponer a Saddam Hussein. Con la victoria de George W. Bush en las elecciones del año 2000, el proyecto se concretó en una serie de decisiones que ya conocemos. Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz & Co, orquestaron una guerra injusta por la cual deberían ser llevados algún día ante un tribunal internacional.

Hoy está claro que el gobierno de Irak no tenía armas de destrucción masiva. El encargado de buscarlas, David Key, compareció en enero del 2004 ante un comité del Senado estadounidense y declaró, “Resultó que estábamos todos equivocados (…).” Sin embargo, durante los meses que precedieron a la invasión a Irak, la posesión de armas de destrucción masiva devino en el mantra con el cual se justificó la guerra contra ese país.

Creo que no hay otro caso en el cual los medios de comunicación le hallan fallado al público tan gravemente como en el caso de la guerra contra Irak. La complacencia con la versión oficial fue general. Sólo los llamados medios alternativos se atrevieron a ponerla en cuestión. A los ojos de la mayoría, esa era sin embargo la actitud de unos lunáticos o de unos traidores.

La confusión entre periodismo y propaganda alcanzó su grado máximo durante la misma guerra. Los periodistas fueron desplegados en unidades militares con el fin de asegurar un mayor cubrimiento. Terminaron cubriendo y refrendando la versión oficial.

Esta confusión fue, sin embargo, propiciada por otra: la del deseo y la realidad. Luego de una década de holgura económica y en el curubito de la indiscutible victoria sobre la Unión Soviética, la soberbia del poder oscureció todo asomo de razón. El resumen más elocuente del delirio político que permitió la guerra contra Irak es este testimonio de Ron Suskind cuando entrevistó a un asesor de George W. Bush (presumiblemente Karl Rove):

“En el verano del 2002, luego de haber escrito un artículo en Esquire acerca de la antigua directora de comunicaciones de Bush, Karen Hughes, que no le gustó a la Casa Blanca, tuve una reunión con un importante consejero de Bush. Me manifestó el disgusto de la Casa Blanca y luego me dijo algo que en ese momento no comprendí completamente – pero que ahora creo que revela el núcleo de la política del presidente Bush.

“El consejero dijo que tipos como yo pertenecíamos a «lo que llamamos la comunidad basada-en-la realidad», la cual él definió como la gente que «cree que las soluciones surgen del estudio juicioso de la realidad discernible.” Con un meneo de cabeza expresé mi asentimiento y murmuré algo acerca de los principios de la Ilustración y el empirismo. Él me cortó de una. «Esa ya no es la manera en la cual realmente funciona el mundo » y continuó, «Ahora somos un imperio y, cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras ustedes estudian esa realidad – juiciosamente, como ustedes lo hacen – nosotros actuaremos de nuevo, creando otras realidades nuevas que ustedes también pueden estudiar, y así es como las cosas terminan ocupando su lugar. Somos los actores de la historia … y usted, todos ustedes, quedarán a un lado simplemente para estudiar lo que hacemos.»”

Hace treinta años la historiadora Barbara Tuchman escribió un libro titulado La Marcha de la Locura. En ese libro Tuchman se propuso explicar cómo un gobierno puede tomar decisiones contrarias a sus propios intereses. Su lectura proporciona argumentos muy fuertes en favor del anarquismo pues caso tras caso uno encuentra que el poder corrompe y obnubila. Tuchman cita, y su análisis refrenda, la opinión de John Adams, “Mientras que todas las demás ciencias han avanzado, la del gobierno está detenida; se practica sólo un poco mejor ahora que hace tres mil o cuatro mil años.”

En un gesto que justifica todos los esfuerzos de los historiadores y científicos sociales, Tuchman hace referencia a un caso en el cual un gobernante pudo superar la oscuridad de su propio auto-engaño: la decisión de Anwar el-Sadat de hacer la paz con Israel. Con mucha esperanza, de este solo caso se podría concluir que los seres humanos podemos aprender de lo ocurrido en el pasado, lo cual valida la tarea de quienes se dedican a reconstruirlo y entenderlo. No obstante, Tuchman no parece ser tan optimista. Ella es adicta al aforismo de Voltaire, “La historia nunca se repite a sí misma; el hombre siempre lo hace.”

Hace diez años fue Irak. Hoy es Irán. ¿Quién puede detener esta marcha de locos?

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