Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

La crisis de los misiles en Cuba, cincuenta años después (I)

Hace cincuenta años el mundo pudo haberse condenado a su propia destrucción. Durante trece días del mes de octubre de 1962, los Estados Unidos y la Unión Soviética estuvieron al borde de una guerra nuclear. Por esta razón, la crisis de los misiles en Cuba puede ser considerada como la crisis política más grave en la historia de la humanidad.

Hoy vivimos en medio de otra crisis no menos grave: la causada por el calentamiento global. Sin embargo, no somos conscientes de su gravedad en parte porque su causa y su solución dependen de las decisiones de muchos individuos, y en parte también porque sus efectos no son tan inmediatos. En contraste con nuestro predicamento actual en el cual la responsabilidad está tan diluida, en octubre de 1962 el futuro del mundo estaba en las manos de dos hombres: el Premier de la Unión Soviética y el Presidente de los Estados Unidos.

¿Por qué ocurrió la crisis de los misiles? ¿Cómo se resolvió? ¿Qué consecuencias tuvo? ¿Qué hemos aprendido de ella? En esta entrada quisiera ocuparme de las dos primeras preguntas y en la siguiente entrada de las dos últimas.

La crisis de los misiles en Cuba puede ser vista como un drama en tres actos:

Acto I, Nikita Jruschev decide desplegar los misiles en Cuba.

Acto II, John F. Kennedy decide imponer un bloqueo naval a la isla, demandar el retiro de los misiles y amenazar con acciones ulteriores si la Unión Soviética no respondía favorablemente a su demanda.

Acto III, Nikita Jruschev dedice retirar los misiles de Cuba.

La sustancia de la trama tiene que ver con el inveterado recurso al uso de la fuerza y a la amenaza del uso de la fuerza como instrumentos de resolución de los conflictos. Lo nuevo era, sin duda, el uso de medios de destrucción a una escala aterradora.

La carrera nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética comenzó con la fabricación misma de las primeras bombas atómicas. En una conversación con Stalin en Potsdam, Harry Truman aludió a una nueva arma superpoderosa. Stalin ni parpadeó enterado como estaba del Proyecto Manhattan, pero los soviéticos no descansaron hasta producir ellos mismos su propia bomba atómica. Pero ni a los soviéticos ni a los estadounidenses la bomba atómica les dió seguridad alguna. Bien conocemos la historia: ambos se embarcaron en la carrera por contar con el mayor número de bombas de toda clase y con los medios para poderlas usar más eficientemente contra su enemigo. Cada uno se aferró a la esperanza de que, después de la destrucción total del mundo, los sobrevivientes quizá pudiesen refundar su civilización encima de sus propias ruinas y las de su oponente. Quizá esto último sea exagerado, pero sin una esperanza como ésta, ¿qué sentido habría tenido toda esa carrera nuclear?

La amenaza del uso de armas nucleares era parte del repertorio de recursos para alcanzar ciertos objetivos políticos. Para cuando ocurrió la crisis, los soviéticos habían abandonado la convicción de que el fin del capitalismo era inminente y habían elaborado la doctrina, no exenta de ambigüedades y de inconsistencias, de la coexistencia pacífica. Como lo hicieron desde la revolución bolchevique, luchaban afanosamente por modificar a su favor la existente correlación de fuerzas. En 1957 impresionaron al mundo con el lanzamiento del primer satélite espacial y en 1961 con el primer vuelo tripulado. A finales de 1962 querían impresionar al Presidente de los Estados Unidos con misiles nucleares en Cuba para que accediera a una solución acerca del status de Berlín.

Ocupada la mitad de la ciudad por los aliados occidentales, Berlín era en el bloque socialista una suerte de “tumor maligno”. Con el fin de resolver el status de Berlín y, de contera, de toda Alemania, Jruschev había presionado a Estados Unidos, Francia y Reino Unido con toda suerte de ultimatums cuya credibilidad él mismo había socavado: ante la renuencia de Occidente a aceptar los términos del premier soviético, él mismo modificó todos los plazos. El despliegue de los misiles en Cuba era la manera de añadir más presión a Occidente. A juicio de Jruschev aquello era, en sus propios términos, la respuesta a la Realpolitik practicada por los capitalistas: no realizar ninguna concesión sino bajo presión o amenaza.

La defensa de Cuba, la cual había enfrentado exitosamente un intento de invasión apoyado por la CIA el año anterior, no era lo principal. Por lo menos, esa es la conclusión que uno puede sacar luego de considerar el intercambio de mensajes entre Jruschev y Kennedy previo a la crisis. Berlín, no Cuba, era el objetivo de la riesgosa jugada del premier soviético.

Una vez enterado del despliegue de los misiles, John F. Kennedy tenía varias opciones que iban desde no hacer nada, esto es, aceptar impasible la modificación del statu quo hasta atacar las bases soviéticas e invadir la isla, lo cual habría desencadenado la guerra del fin del mundo. Como ya lo mencioné, Kennedy optó por el bloqueo naval y la amenaza indeterminada de usar la fuerza si los soviéticos no retiraban misiles de la isla caribeña. La escogencia de esta opción fue el resultado de un angustioso proceso de deliberación de Kennedy con sus asesores, de un tire y afloje con el premier soviético, así como de compromisos previos asumidos públicamente por el presidente estadounidense.

Los asesores de Kennedy estaban profundamente divididos con respecto a cuál era el mejor camino a seguir. Algunos dieron su apoyo a las opciones diplomáticas y otros a las militares. De hecho, la expresión halcones y palomas proviene de esta crisis. Aunque no capta la complejidad del proceso de deliberación, sirvió para caracterizar ciertos modos de abordar la resolución de los conflictos. En efecto, una vez finalizada la crisis, el mismo presidente Kennedy observó que si varios de sus asesores hubiesen estado en su lugar, el desenlace habría sido bastante cruento.

Kennedy no era ninguna paloma. Jruschev se sintió aliviado cuando supo que los estadounidenses habían descubierto los misiles y se abstuvieron de atacar. El anuncio del bloqueo naval era una mejor noticia que la de una invasión. Sin embargo, al presentar un ultimátum público al premier soviético, Kennedy endureció los términos del entendimiento entre las dos superpotencias.

El momento más dramático de la crisis fue el día sábado 27 de octubre. El día anterior Kennedy había recibido un largo mensaje de Jruschev en el que lo instaba a comprometerse a no invadir a Cuba a cambio de la retirada de los misiles. Ese mensaje fue seguido por otro en el cual Jruschev, en una declaración pública entregada a la radio, exigía como compensación adicional la retirada de los misiles Jupiter emplazados en Turquía.

Estos dos mensajes fueron fuente de confusión entre los asesores de Kennedy. Algunos especularon que el mensaje más reciente había sido dictado a Jruschev por los halcones del otro bando, mientras que el primero reflejaba la política más conciliadora del premier. Kennedy y sus asesores estaban pues enfrentados a un dilema. Tenían que escoger a qué mensaje responder: al de tono conciliador o al sazonado intento de extraer concesiones.

El rol jugado en este asunto por algunos participantes, particularmente por el embajador Llewellyn E. “Tommy” Thompson, es materia de distintas interpretaciones. Según Graham Allison y Philip Zetkow, ese rol consistió principalmente en disuadir a Kennedy de retirar los misiles en Turquía en los términos del intercambio propuesto por Jruschev. Thompson se apartó de la opinión del jefe de la CIA, John A. McCone, quien se había pronunciado a favor del acuerdo como una forma de resolver la crisis. Según Thompson, una concesión a Jruschev en este punto habría significado abrir la puerta para un incesante regateo del cual Jruschev habría procurado extraer más y más concesiones.

En el documental The Fog of War (La Niebla de la Guerra), Robert S. Mcnamara, a la sazón Secretario de Defensa, presenta el rol de Thompson de un modo muy diferente. Thompson, quien había servido como embajador en la Unión Soviética, urgió al presidente Kennedy a responder al mensaje conciliador, fundado en su conocimiento personal de Jruschev. Según Thompson, Jruschev necesitaba una salida digna para guardar las apariencias. Esa salida era la garantía de que los Estados Unidos no invadirían Cuba. Tal concesión sería la mejor manera de evitar una confrontación a gran escala.

Kennedy razonó que no había forma de justificar una guerra si la concesión adicional exigida por Jruschev era la retirada de los misiles Jupiter de Turquía. Sin embargo, este punto no fue incluido explícitamente en el mensaje público de respuesta enviado a Jruschev en el cual se reiteraba la demanda de desmantelar las bases y retirar los misiles como paso previo para cualquier acuerdo sobre los demás temas.

En el entretanto, Jruschev recibió un mensaje de Fidel Castro en el que le decía que la invasión de Estados Unidos a Cuba era inminente y que, por lo tanto, le pedía que usara las armas nucleares desplegadas en su país contra los estadounidenses. Jruschev le respondió que encontraba muy alarmante que Castro le propusiera que fuera él quien realizara el primer ataque nuclear contra el territorio del enemigo y agregó que Castro mismo debería comprender que eso no sería un simple ataque sino el comienzo de una guerra termonuclear. Cuando se instaló el Consejo de Ministros presidido por Jruschev, el premier soviético indicó que estaban de cara al peligro de una guerra y una catástrofe nuclear, con “el posible resultado de la destrucción de la raza humana.” Por esta razón, concluyó, “para salvar el mundo, debemos retirarnos [de Cuba].”

(Las citas de Jruschev provienen del libro escrito por dos historiadores que tuvieron acceso a los archivos del Consejo de Ministros luego de la disolución de la Unión Soviética: Fursenko, Alexandr. A. y Timothy J. Naftali. 1998. One Hell of Gamble: Khruschev, Castro and Kennedy, 1958-1964. New York: Norton, 282).

Jruschev envió un mensaje privado, transmitido el 29 de octubre por el embajador soviético en Washington, Anatoly Dobrynin, en el que aludía a todos los términos del acuerdo, el cual fue dado por no recibido. Robert Kennedy le dijo que si el asunto se mencionaba en público, el acuerdo sobre los misiles Jupiter se daría por cancelado. Jruschev envió otro mensaje el día siguiente omitiendo toda referencia al asunto y la crisis se dio por terminada defitivamente. A esas alturas, los informes de inteligencia que mencionaban la airada reacción de los cubanos y de los chinos a la reculada de Jruschev fueron tomados como evidencia del cumplimiento de la palabra dada por el premier soviético.

En un reciente artículo publicado en The Guardian, Noam Chomsky cuestionó con acritud la posición asumida por Washington frente a la propuesta de Jruschev, con el argumento de que cualquier observador la encontraría equitativa y razonable. No le falta razón pues el mismo presidente Kennedy se refirió a ella en esos términos.

Según Chomsky, al juzgar la posición de Washington, hay una forma de evitar cualquier acusación de inconsecuencia, desproporción o doble estándar: razonar bajo el presupuesto de que los Estados Unidos son siempre los buenos y de que el derecho internacional sirve, cuando sirve, meramente para legitimar el uso de la fuerza por parte de las potencias occidentales contra todos los demás.

¿Qué habría sucedido si Jruschev hubiese encontrado las condiciones de Kennedy irrazonables e inequitativas? ¿No estaban los Estados Unidos jugando a la ruleta rusa con la guerra nuclear? Chomsky cree que sí, lo cual proyecta una sombra negativa sobre la de otro modo luminosa imagen de un líder sobrio y diestro, capaz de haber prevenido una conflagración final.

En el mensaje enviado el 26 de octubre a Kennedy, Jruschev describió lúcidamente la gravedad de la crisis con esta metáfora:

“Si, empero, usted no ha perdido su autocontrol y sensatamente concibe a qué nos podría conducir todo esto, entonces, Señor Presidente, ahora usted y yo no debemos tirar de los extremos de la cuerda en la cual usted ha atado los nudos de la guerra porque entre más cada uno de los dos tire de ellos, más apretados van a quedar esos nudos. Y el momento puede llegar en el cual ese nudo esté tan apretado que incluso quien lo ató no tendrá la fuerza para desatarlo y entonces será necesario cortar ese nudo, y no me corresponde explicarle a usted lo que esto significaría porque usted mismo comprende perfectamente las fuerzas terribles de que disponen nuestros países.”

(El texto completo de la carta fue publicado por David L. Larson (1963) en The Cuban Crisis of 1962: Selected Documents and Chronology. Boston: Hofftlon Mifflin, 175-80. La cita la he tomado del libro de Graham Allison y Philip Zelikow. 1999. Essence of Decision: Explaining the Cuban Missile Crisis. New York: Longman.)

Uno puede racionalizar la situación descrita por Jruschev como un juego de estrategia en el cual cada líder, de lado y lado, considera fríamente los costos y beneficios de cada opción disponible, la posible respuesta de su oponente a cada una de esas opciones y el posible resultado final. Thomas Schelling, Premio Nobel de Economía en el 2005, así lo cree. Según Schelling, el modelo de actor racional sale vindicado del análisis que hizo Graham Allison de la crisis, lo cual explica por qué se ha extendido a muchas áreas del análisis político.

No todo el mundo está de acuerdo. De partida, el mismo análisis de Allison sirve para tomar en cuenta que las cosas se pueden explicar de otro modo en buena medida porque las cosas pudieron ocurrir de otro modo. Había muchos factores que los líderes de lado y lado no controlaban. Basta con mencionar tres incidentes: al comienzo de la crisis, algunos barcos soviéticos evitaron el bloqueo naval y llegaron a Cuba, un hecho que pudo ser interpretado por los mismos soviéticos como falta de resolución de los Estados Unidos para cumplir con su amenaza; en medio de la crisis, los soviéticos detectaron un vuelo rutinario de reconocimiento de un avión espía, pero afortunadamente obtuvieron la seguridad de que aquello no era el preludio de un ataque; en los últimos días de la crisis, sin que Jruschev hubiese dado ninguna orden al respecto, otro avión espía fue derribado por los cubanos con misiles antiáereos instalados por los rusos, lo cual hizo que el premier soviético se asegurara de que no ocurriera ningún otro incidente parecido que fuera interpretado por Washington como una provocación.

A comienzos de 1964 se estrenaron dos películas cuyo tema era la ocurrencia de un ataque nuclear a consecuencia de un accidente en las computadoras encargadas de los sistemas de defensa y ataque: Dr. Strangelove (Doctor Insólito) de Stanley Kubrick y Fail-Safe (Punto Límite) de Sydney Lumet. Las películas fueron hechas con base en novelas publicadas en 1958 (Red Alert) y 1962 (Fail-Safe), respectivamente. Los libros y las películas tienen un tema en común: la causa de una guerra nuclear puede ser el resultado de un error, el error puede ser causado por las máquinas y el error de los humanos es confiar demasiado en ellas. Podemos sustituir máquinas por organización o burocracia, en cuyo caso estaríamos muy cerca del análisis de Graham Allison: cuando se instala un complejo dispositivo militar, muchas son las cosas que quedan fuera de control, a pesar de que el propósito de ese complejo dispositivo sea controlarlas todas.

Quizá es una suerte que estemos vivos. Y así lo es. Por fortuna, en los casos en los cuales ha habido accidentes causados por falsos reportes de ataques nucleares, la intervención de personas razonables ha salvado a la humanidad de su propia destrucción. El caso más notable ha sido el incidente en el cual en 1983 el teniente coronel Stanislav Petrov descartó el informe de un ataque nuclear generado por el sistema de satélites de la Unión Soviética.

Después de resuelta la crisis en Cuba, muchos han encomiado el papel que jugó el presidente Kennedy; otros, el de Nikita Jruschev; otros más, el de ambos. Líderes de gran estatura moral e intelectual habrían prevenido la catástrofe de una guerra nuclear. Yo no veo las cosas así. Jruschev actuó de una forma bastante temeraria: estaba jugando con fuego cuando decidió emplazar los misiles en Cuba para modificar el statu quo. De Kennnedy uno puede decir otro tanto: al expresar públicamente su ultimátum al premier soviético, hizo de ese compromiso previo una palanca que habría tenido que usar en su contra. Al atar los nudos de la guerra en la cuerda de la que tiraban estadounidenses y soviéticos en esa crisis, hizo más difícil resolverla.

Una mención especial merece Fidel Castro, así como Ernesto “el Che” Guevara. Afortunadamente ninguno de los dos estuvo al frente de la crisis: no estaban a la altura de las circunstancias. Dos años después de resuelta la crisis, en un discurso pronunciado ante la Asamblea General de Naciones Unidas en diciembre de 1964, el Che Guevara dejó claro que su postura seguía siendo la misma que la de Castro. Aunque abogó por el desarme, dejó bien claro que consideraba legítimo contar con armas nucleares y usarlas para defender Cuba de una invasión. Si usted se escandaliza con el aventurerismo romántico irresponsable del Che Guevara, ¿no debería hacerlo también con el de los líderes de todas las naciones que hoy tienen armas nucleares?

Una de las lecciones de la vida de Robert S. McNamara es la de una profunda desconfianza en la racionalidad de la especie humana. Su meditación final acerca de la manera como se resolvió la crisis amerita una pausada reflexión. Con sus palabras quisiera concluir este recuento de trece días terribles de octubre de 1962:

“Quiero decir esto, y es muy importante: al final estuvimos de suerte. Fue suerte lo que previno la ocurrencia de una guerra nuclear. Al final estuvimos a un pelo de una guerra nuclear. Individuos racionales: Kennedy era racional; Jruschev era racional; Castro era racional. Individuos racionales estuvieron muy cerca de la destrucción total de sus sociedades. Y ese peligro existe hoy.

“La principal lección de la crisis de los misiles en Cuba es esta: la combinación indefinida de la falibilidad humana y las armas nucleares destruirá naciones. ¿Es correcto y apropiado que hoy haya 7500 cabezas nucleares de carácter estratégico ofensivo, de las cuales 2500 están en una alerta de 15 minutos, para ser activadas por cuenta de la decisión de un sólo ser humano?”

(The Fog of War – Lesson  #2: Rationality will not save us. [La Niebla de la Guerra – Lección #2: La Racionalidad no nos salvará.])

Hoy
vivimos en medio de otra crisis no menos grave: la causada por el calentamiento global. Sin embargo, no somos conscientes de su gravedad en parte porque su causa y su solución depende de las decisiones de muchos individuos, y en parte también porque sus efectos no son tan inmediatos. En contraste con nuestro predicamento actual, en el cual la responsabilidad está tan diluida, en octubre de 1962 el futuro del mundo estaba en las manos de dos hombres: el Premier de la Unión Soviética y el Presidente de los Estados Unidos.
¿Por qué ocurrió la crisis de los misiles? ¿Cómo se resolvió? ¿Qué consecuencias tuvo? ¿Qué hemos aprendido de ella? En esta entrada quisiera ocuparme de las dos primeras preguntas y en la siguiente entrada de las dos últimas.

Comentarios