Los defensores de la energía sucia deberían revisar sus cálculos. Recientes victorias ambientalistas muestran que el público está cambiando de visión acerca del uso de la energía de origen fósil.
La victoria más reciente ha sido la decisión del Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, el 6 de noviembre de 2015, de rechazar definitivamente la construcción del Oleoducto Keystone. Este oleoducto iba a transportar petróleo obtenido de arenas bituminosas desde el estado canadiense de Alberta a refinerías ubicadas en los estados de Illinois y Texas, en los Estados Unidos.
Las arenas bituminosas son formaciones que contien arcilla, arena, agua y bitumen, una sustancia compuesta de hidrocarburos. Para extraer estos últimos, es preciso emplear procedimientos que incrementan la emisión de dióxido de carbono. De acuerdo con la estimación realizada por Richard K. Lattanzio para el Congreso de los Estados Unidos en el 2014 (Canadian Oil Sands: Life-Cycle Assessments – Arenas Bituminosas Canadienses: Evaluaciones del Ciclo de Vida de las Emisiones de Gases de Efecto Invernadero), el petróleo obtenido de este modo contamina 17% más que el petróleo extraído de los pozos.
El efecto contaminante de las arenas bituminosas era algo sabido. Sabido era también el impacto negativo que iba a causar a los diferentes ecosistemas que serían afectados por el oleoducto. Sin embargo, la coalición de los defensores de la obra, aupada por un gran número de congresistas republicanos, logró mantener el proyecto con vida por buen tiempo. Esta coalición se enfrentó, sin embargo, a otra no menos determinada: la de ambientalistas, científicos, actores, políticos y residentes de las localidades por donde pasaría el oleoducto.
Bill McKibben, director de la organización 350.org, uno de los líderes de esta coalición, contó que al inicio de la campaña contra el oleoducto Keystone, en el verano de 2011, ningún medio les prestó atención. La opinión más extendida era la de que no tenían mucha oportunidad contra las grandes empresas de petróleo. Sin embargo, la conciencia del daño que podía provocar este proyecto tuvo un efecto expansivo y logró derrotar la campaña publicitaria en su contra.
Como lo dice el mismo McKibben en un artículo publicado el 7 de noviembre, “Algunas veces todo el dinero del mundo – el cual es casi el que tiene la industria de los combustibles fósiles – no puede salir triunfante. Algunas veces, con muchísimo espíritu y pasión y creatividad y sacrificio, los movimientos estallan. Este estalló ese verano, cuando 1253 personas fueron a la cárcel por protestar contra este proyecto. Poco después, 15.000 mil estaban llamando a la Casa Blanca. En el siguiente invierno, un mismo día, 800.000 personas le escribieron correos electrónicos a sus senadores – un nuevo record. El año siguiente, millones le enviaron sus comentarios públicos al Departamento de Estado.”
Al final, el Presidente Obama tuvo que ceder. Aunque hizo menciones al hecho de que los Estados Unidos podían absorber el impacto económico de cancelar el proyecto y a que el interés nacional de ese país estaba del lado de esa cancelación, Obama fundamentó su decisión en un argumento ambientalista contundente: “Si vamos a prevenir que enormes partes de esta Tierra se conviertan en lugares no solamente inhóspitos sino también inhabitables en el curso de nuestra vida, vamos a tener que mantener algunos combustibles fósiles en la tierra en vez de quemarlos y liberar en el cielo una contaminación más peligrosa.”
Lo del interés de Estados Unidos requiere un poco de elaboración. Se trata de un argumento que no está disociado del anterior. Para el gobierno de ese país, cancelar Keystone era la única forma de mantener el liderazgo global en la lucha por contener el calentamiento global y sus efectos. Según Obama, haber aprobado ese proyecto, “habría socavado ese liderazgo global y ese es el mayor riesgo que confrontamos: no actuar.” En otras palabras, el dirigente estadounidense tiene claro que la situación del planeta es crítica y que se requieren acciones urgentes, siendo una de ellas la de superar la dependencia con respecto a la energía sucia. De cara a la Cumbre de París sobre calentamiento global, el compromiso de Estados Unidos con la reducción de la emisión de dióxido de carbono se ha hecho más creíble y, por tanto, su posición moral más sólida. Esto quizá contribuya a llegar a un acuerdo global también creíble de reducción del consumo de energía sucia.
Lo ocurrido en el ámbito de la política nacional de los Estados Unidos tiene antecedentes en lo ocurrido en la industria del petróleo. A finales de septiembre de 2015, Shell anunció que había cancelado su proyecto de explotar petróleo en el Mar de Chukotka. Con esa decisión, esta empresa petrolera tuvo que asumir la pérdida de 7 mil millones de dólares invertidos en la exploración. De acuerdo con fuentes anónimas, Shell se sorprendió de la fuerza de la oposición a su proyecto de explotar petróleo en el Ártico. Una de esas fuentes dijo, “estuvimos conscientes de forma muy intesa del elemento reputacional de este programa.” Después de la victoria obtenida en el Ártico, Greenpeace anunció que el siguiente frente de lucha es la exploración y explotación de los pozos marinos en frente de la costa de los estados brasileños de Rio de Janeiro y Espiritu Santo.
Meses antes, en mayo, el 98.9% de los accionistas de Shell aprobaron la resolución que le ordena a la compañía informar si sus actividades son compatibles con el compromiso de los gobiernos de limitar el calentamiento global a un incremento de 2 grados Celsius. La resolución también incluyó la prohibición de otorgar bonos por actividades que dañen el clima, así como el requerimiento de invertir en energías renovables. Con ocasión de esta decisión, el fundador del grupo de accionistas verdes de Shell, Mark van Baal, dijo que si la compañía se demoraba en abandonar el negocio del petróleo y del gas, corría el riesgo de convertirse en redundante, algo así como “la siguiente Kodak o Nokia.”
Entre nosotros, sin embargo, todavía hay gente que cree que la industria del carbón, el gas y el petróleo puede seguir funcionando bajo las mismas premisas y con los mismos esquemas con los que ha funcionado hasta ahora. Están pifiados.