Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Impresiones de una marcha

La marcha del 9 de abril me dejó un sabor de victoria, pero también de derrota.

Comienzo con lo que considero positivo. Carlos Vicente de Roux expresó muy bien la razón por la cual personas sin partido, como yo, haríamos bien en salir a marchar, como lo hicimos:

«Sabemos que en la marcha se mezclan muchas apuestas políticas. Por ejemplo, la de los amigos del gobierno nacional que están con la reelección de Santos, y la de quienes simpatizan con las Farc y no condenan con firmeza los delitos de la guerrilla. A pesar de eso, lo que está en juego es un propósito superior, la terminación del conflicto armado por la vía civilizada de la negociación política. El éxito de ese propósito requiere que todas/os nos manifestemos activamente en su respaldo.»

Como de Roux y como yo, muchas otras personas salieron a marchar. Nuestra presencia en ese escenario no le dio ni a Santos ni a las FARC más de lo que se merecen. Yo no fui a respaldar la reelección del actual presidente. Tampoco fui a saludar los esfuerzos de una auto-denominada vanguardia armada del movimiento popular. Fui a apoyar la solución política al conflicto armado.

Yo no comparto el proyecto de país del presidente Santos. Su locomotora minera me espanta. Me parece igualmente espantoso el proyecto de la guerrilla, la cual muestra no haber aprendido nada o casi nada de lo ocurrido en el mundo desde 1989. Aunque me considero de izquierda, nunca podré referirme al mercado con el desafortunado término de «asesino metafísico».

Mucho menos creo que la presencia de muchas personas como yo pueda significar un cheque en blanco a la actual administración de Gustavo Petro. Antes bien, espero que Miguel Gómez Martínez complete la recolección de firmas para que tengamos la oportunidad de decidir si le revocamos el mandato al actual alcalde de Bogotá. Creo que eso le daría un fuerte incentivo para rectificar un modo de gestión tan mamerto como el de Hugo Chávez. No quisiera votar en contra del alcalde Petro en esa ocasión. Sin embargo, no me dará pena ninguna hacerlo si no vemos una gestión menos autoritaria y más comprometida con la participación ciudadana y contra la corrupción.

Quisiera, por lo tanto, insistir en que personas como yo fuimos a la marcha del 9 de abril con el fin de expresar nuestro apoyo al propósito fundamental de ponerle fin a una lucha en la cual seres humanos matan otros seres humanos motivados por convicciones políticas opuestas.

A juzgar por sus números, alrededor de un millón en Bogotá, la marcha fue un éxito. Quizá haya quienes la comparen con la del 4 de febrero de 2008, muchísimo más numerosa. La comparación, empero, no hace sino resaltar su mérito. Recordemos que la gran mayoría de este país se había tragado la retórica de la lucha contra el terrorismo del gobierno de George W. Bush, del entonces presidente Uribe y de su asesor José Obdulio Gaviria. Que esa mayoría haya dado un viraje y que un buen número de ciudadanos haya decidido saludar el esfuerzo de encontrar una solución pacífica al conflicto armado es, desde todo punto de vista, una victoria.

A pesar del deplorable asesinato de Ever Antonio Cordero, la marcha del 9 de abril fue una victoria. Una victoria manchada por esa muerte, que no se nos olvide. Pero es por muertes como esa que fuimos a marchar.

Estoy seguro que los enemigos de la paz no pueden convocar a una marcha igual para rechazar la negociación entre el Gobierno Nacional y las FARC. Antes bien, a este respecto, están totalmente a la defensiva. Como lo puso de presente una tuitera, «en Corea del Norte esperan a todos los que quieren la guerra.»

A mí personalmente me dio mucho gusto ver gente joven, así como también un sinnúmero de trabajadores culturales. Lo que ví me hizo pensar, pero aquí ya estaba en el delirio, en la afortunada convergencia en 1988 de todos los íconos de la escena cultural chilena en contra de la permanencia en el poder de Augusto Pinochet. Delirio, porque no hay todavía una convergencia así en favor de la solución negociada al conflicto armado.

Aquí es donde la marcha del 9 de abril tiene para mí un sabor de derrota. Extrañé la presencia de representantes de las víctimas de la guerrilla. Habría querido oír especialmente a Herbin Hoyos, una de las personas con mayor autoridad moral para hablar del tema del secuestro y de las secuelas que ha dejado este crimen la sociedad colombiana. Habría querido verlo en el podio de la Plaza de Bolívar hablando de igual a igual con Piedad Córdoba y Manuel José Cepeda. La paz en Colombia será firme y duradera el día en que las víctimas de agentes del estado, de los grupos paramilitares y de la guerrilla, el día en que todos los colombianos podamos caminar juntos y de acuerdo en que no hay nada que justifique violaciones a los derechos humanos de ninguna persona.

Aquí es donde la marcha del 9 de abril la podemos medir con distintas varas. Las FARC quizá la vean como un éxito; yo, como un éxito parcial o como un parcial fracaso. La arrogancia de las FARC en relación con el tema de las víctimas que han causado durante el conflicto es uno de los grandes obstáculos para el logro de la paz. Quizá piensen, si es que lo han pensado, que el momento para pedir perdón por tanto sufrimiento inflingido en tantas personas será la víspera de la firma de los acuerdos de paz. Me parece, sin embargo, que ese gesto sería tardío y ayudaría poco a la consolidación del proceso en curso.

Como lo expresé en una anterior oportunidad, el expresidente Álvaro Uribe es al proceso de paz en Colombia lo que fue Roberto D’Aubuisson al proceso de paz en El Salvador. Su odio visceral a la izquierda, incluida la legal, es un obstáculo formidable a la consolidación de la paz, mas no es un obstáculo insalvable. El expresidente Uribe puede alimentar un odio como el suyo entre muchas víctimas de las FARC, personas que merecen de esta organización una expresión de contrición, de arrepentimiento por crímenes que no tienen justificación alguna. Empero, si desde ya las FARC comienzan un proceso de auto-reconocimiento como victimarios en el conflicto, el camino de la paz podrá ser allanado; buena parte del odio podrá ser superado.

En conflictos como el colombiano hay muchos victimarios que fueron primero víctimas, pero eso no los descarga de su deber de responder por los crímenes que cometieron. El que haya otros que también tengan que dar respuesta por el daño que le han hecho a la nación colombiana tampoco los descarga de esa responsabilidad.

Hay muchos tipos de daño. Además de la violencia, la corrupción le ha causado grandes males a nuestro país. Ya quisiéramos ver al Partido Liberal, de forma oficial, pedir perdón a la nación colombiana por haber apoyado contralores generales de la república, en las décadas de 1970, 1980 y 1990, que no contuvieron la corrupción sino que contribuyeron a exacerbarla. Pero no sólo por contralores: que ojalá respondiera el Partido Liberal por sus miti-mitis e incluso por un presidente de baja estofa que se quiere reencauchar con el tema de la paz. Ojalá el Partido Liberal le pidiera perdón a la nación colombiana por haberse equivocado al instituir subrepticiamente el principio de la herencia en los cargos públicos, como sucede en la actualidad con los nombres de Galán, Gaviria y Serpa.

Al Partido Liberal ya le llegará su hora. Pero en ésta, la de la paz, si quieren sembrar paz y no discordia, las FARC harían bien en ir plantando la semilla del perdón, del perdón que tienen que pedir, si es que quieren encontrar una sociedad dispuesta a perdonar y a olvidar.

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