Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

El Hay Festival y el Calentamiento Global

El domingo 29 de enero de 2017 concluyó en Cartagena otra edición del Hay Festival. Quienes estuvieron el año pasado, quizá recuerden la maravillosa imagen de la Bahía de Cartagena, toda reluciente con un azul aguamarina, su color original, como pocas veces se la había podido ver durante los últimos 50 años. Gracias a la Sequía que, por cuenta del fenómeno El Niño, asoló al Río Magdalena, la Bahía de Cartagena, libre de todos los sedimentos que ordinariamente opacaban su color, lució esplendorosa. Es una pena que tanta belleza haya sido el resultado de tanta inclemencia climática. El contraste de las imágenes de la Bahía de Cartagena y del Río Magdalena es, a este respecto, bastante elocuente.

Bahía de Cartagena, enero de 2016, imagen tomada de El Espectador
Bahía de Cartagena, enero de 2016, imagen tomada de El Espectador
Río Magdalena entre Plato y Zambrano, enero de 2016, imagen tomada de El Universal
Río Magdalena entre Plato y Zambrano, enero de 2016, imagen tomada de El Universal
Sigue la alerta roja por sequía del Río Magdalena, imagen tomada de Vanguardia
Sigue la alerta roja por sequía del Río Magdalena, imagen tomada de Vanguardia

A la luz de estos hechos, uno supondría que los organizadores el Hay Festival habrían tomado nota de las dramáticas alteraciones climáticas provocadas por la acumulación de gases de efecto invernadero; que también habrían puesto su atención en el hecho de que esas alteraciones climáticas han sido causadas por la acción humana, una cuya envergadura es de tal magnitud que amerita que hablemos de una nueva época en el planeta Tierra: el Antropoceno. En consecuencia, uno habría esperado que esos organizadores del Hay Festival hubiesen incluido el tema del calentamiento global en el programa de este año. No lo hicieron. No hubo una sola discusión dedicada al tema. Espero que no cometan una omisión semejante en la edición del año 2018.

En “Arte Poética”, Jorge Luis Borges declara, “el arte debe ser como ese espejo / que nos revela nuestra propia cara.” Otro tanto afirma el personaje Oscar Ekhdal, en la película de Ingmar Bergman, “Fanny y Alexánder”. Sin embargo, Ekhdal añade al postulado de Borges un matiz que conviene retener. En efecto, luego de concluida una pieza de teatro, Ekhdal pronuncia un conmovedor discurso en el cual destaca la naturaleza dual del arte escénico (una observación que también aplica a la literatura): “Mi único talento, si se puede llamar así, en mi caso, es que yo amo este pequeño mundo, dentro de las gruesas parederes de este lugar y me encariñé con la gente que trabaja en este pequeño mundo. Afuera está el gran mundo y, algunas veces, el pequeño mundo tiene éxito al reflejar el más grande, para que lo entendamos mejor. O, quizá, a la gente que viene aquí le damos la oportunidad de olvidarse por un rato, por unos pocos y breves momentos, del duro mundo de allá afuera.”

El arte y la literatura divierten, en el sentido de alejar nuestra atención de todo lo adusto y prosaico que tiene la vida. Sin esa diversión, nuestro espíritu devendría esclerótico, rígido como una mueca, pesado de tanta seriedad. Sin embargo, demasiada diversión nos alejaría de las más profundas y verdaderas pulsiones de la vida, hasta convertir nuestro rostro en una máscara en la que sólo se apreciaría lo frívolo y lo banal. Por eso, en contradistinción, el más profundo arte y la más grande literatura también concentran nuestra atención, la dirigen hacia nuestros más graves problemas, independientemente de que ellos tengan solución.

Dicho esto, se comprende por qué encuentro grave la omisión del calentamiento global en el programa del Hay Festival del 2017. Se supone que una ocasión en la cual presentadores y espectadores pueden ejercer su capacidad intelectual, moral y emocional de forma colectiva ameritaría que esa capacidad fuese ocupada en discurrir acerca del desafío más importante que tiene hoy la humanidad en su conjunto: el calentamiento global.

No quisiera ser injusto. Para expresarlo con los términos acuñados en el párrafo anterior, reconozco que en el programa del Hay 2017 había mucha más concentración que diversión. No obstante, no puedo sino deplorar la ausencia de reflexiones dedicadas a ese gran desafío que hoy todos tenemos por delante.

La ocasión de esta ausencia me sirve para discutir las razones que da Amitav Gosh acerca del olvido de los novelistas del calentamiento global y, yo diría, en general, de la clase literaria (ie, aquellos que viven no sólo para la literatura, como productores y como críticos sino, sobre todo, quienes viven en tal carácter de la literatura). En su reciente libro The Great Derangement: Climate Change and The Unthinkable (El Gran Desorden: El Calentamiento Global y lo Impensable) Gosh arguye que las razones de ese olvido radican en la forma misma de la novela, una forma que, independientemente de sus contenidos, puede ser expresada en la fórmula que John Updike acuñó hace treinta años: la novela es una “aventura moral individual”.

Aunque en ocasiones Gosh pone en cuestión la fórmula de Updike, al final la valida. Gosh considera que una de las mayores dificultades para tomar al calentamiento global como tema de una novela radica en el hecho de que, en tanto forma propia de aventuras morales individuales, ella “destierra lo colectivo del territorio de la imaginación dedicada a la ficción.”

Yo encuentro esta afirmación insostenible. La forma de la novela ha servido no sólo para tomar grandes acontecimientos colectivos como trasfondo de historias individuales sino también para reflexionar, por la vía de esas historias individuales, acerca de grandes acontecimientos colectivos. Si lo colectivo se agotara simplemente en servir de trasfondo para iluminar los dilemas y viscisitudes de unos cuantos personajes, como sucede, por ejemplo, en La reina Margot, de Alejandro Dumas, entonces Gosh tendría razón. No obstante, uno puede encontrar numerosos ejemplos en los cuales lo colectivo irrumpe directamente como objeto de reflexión central de los personajes principales de un modo que nutre la misma trama, así como otros ejemplos en los cuales lo colectivo y lo individual se entrelazan permanentemente pues tal es la estrategia del autor para poder aludir al sentido de lo que yace en una y otra dimensión. La lista de novelas históricas de la edición en inglés de Wikipedia es un catálogo en el cual uno puede encontrar novelas que pueden ser clasificadas en una u otra categoría.

Donde Gosh se aparta de Updike y articula su tesis central es en el lugar que tiene lo improbable en nuestra vida y en la literatura. Si entiendo bien su argumento, éste podría resumirse así: la suspensión de la incredulidad que la novela nos pide cuando la leemos solamente puede ser efectuada en el campo de lo probable. Todo lo improbable, todo aquello que desafía la lógica de la historia en la que nos ensimismamos, amenaza con ruina el edificio de cualquier narración. Hasta aquí, estoy de acuerdo con Gosh. El tema es que, de lo anterior Gosh extrae la afirmación, que presenta como un corolario, según la cual los fenómenos climáticos extremos tendrían un carácter improbable y, por tanto, serían los materiales más resistentes a ser incoporados de manera central en una novela.

La ciencia del clima a la que alude con tanta claridad Gosh es precisamente la herramienta que nos permite comprender el carácter probable de los fenómenos climáticos extremos. Gracias a la ciencia del clima sabemos que, con el calentamiento global, los huracanes han aumentado su intensidad y han tornado a ser más destructivos: El aumento de temperatura del mar hace que haya más evaporación de agua, la cual, al ser absorbida por los huracanes, les da una fuerza mucho mayor que la que tenían en el pasado. Las indundaciones en Nueva Orleáns y en Nueva York, en el 2005 y en el 2012, respectivamente, fueron acontecimientos que figuraban dentro de la categoría de lo improbable; no así la ocurrencia de huracanes devastadores. Después de esas inundaciones, de tantos otros fenómenos extremos, y del conocimiento científico acumulado en las últimas décadas, lo que pertenece al territorio de lo probable y de lo improbable ha sido modificado por completo. Un autor no necesita de ninguna “tempestas ex machina” para incorporar el calentamiento global en su producción literaria o artística.

Si no es la forma misma de la novela la que explica que los novelistas y, en general, la clase literaria continúen de espaldas al calentamiento global, ¿qué puede explicar entonces la ausencia de producciones y de crítica dedicadas al desafío más grave de la humanidad? En un escrito que publiqué en este medio hace un año, propuse una analogía entre la inacción de muchas personas medianamente buenas durante la ocurrencia de grandísimas tragedias humanitarias, como el Holocausto, y la inacción de muchas personas medianamente buenas de cara a la tragedia climática de nuestro tiempo. Tzvetan Todorov identificó la ceguera voluntaria y el fatalismo como los mecanismos psicológicos que permitieron a muchos individuos deshacerse de toda responsabilidad por el asesinato de muchos otros en campos de concentración. Creo que hoy, cuando muchas personas no logran poner su atención en el calentamiento global o, simplemente, cuando se rehúsan a discurrir sobre él, podemos ver en acción los mismos mecanismos.

“No es tan grave”, “hay otros asuntos que también son muy importantes”, “no es mucho lo que ciudadanos ordinarios podemos hacer”, son afirmaciones que pertenecen al repertorio de los mecanismos anteriormente referidos. Describir estos mecanismos es un primer paso para superarlos.

Esta descripción es una condición necesaria, pero no suficiente. Precisamos de ejemplos de acciones con las cuales ciudadanos ordinarios podamos mitigar el daño que le inflingimos a nuestro medio ambiente natural – y, de este modo, a nosotros mismos. Esos ejemplos deben aludir a un repertorio en el cual figuren las acciones que cada uno puede realizar por sí mismo y también aquellas que podemos llevar a cabo con otros de manera colectiva y, por tanto, política.

En la ciencia del clima hizo carrera la idea de que una pequeña perturbación en un sistema puede causar una gran transformación, una que puede ser catastrófica. Esta idea quedó capturada en la imagen del aleteo de una mariposa que, a miles de kilómetros, puede, sin embargo, desatar un huracán. Si esto es cierto, entonces incluso una modificación de nuestro patrón de acción individual podría provocar un cambio positivo en el destino de la tierra; por ejemplo, devenir vegetarianos y condenar toda forma de abuso animal (como la Tauromaquia en la que se mata a los toros).

El Hay Festival del 2018 podría hacerle un gran bien al planeta si incorporare en su programa reflexiones de este orden.

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