Desde comienzos de mes circula un video en el que se cuestiona el aumento del precio del pasaje en Transmilenio. Yo quiero hacer eco a este cuestionamiento mediante una comparación con otros sistemas de transporte en varios lugares del mundo.
Una forma de saber si el pasaje de Transmilenio es caro es tomar como referencia el impacto que tiene en el salario mínimo. Este impacto se puede calcular de la siguiente manera: se toma una estimación conservadora del número de viajes que hace una persona al mes, se multiplica ese número por el precio del pasaje y luego se calcula el porcentaje del salario mínimo mensual que esa persona tiene que destinar al pago de su transporte. Esto es, si una persona hace 40 recorridos al mes en Transmilenio, entonces esa persona tiene que pagar $80.000. Dado que el salario mínimo mensual es de $689454, el porcentaje que esa persona tiene que destinar de ese salario al pago del transporte en Transmilenio es el 11,6%.
El trabajo de Adamo Bazani nos permite comparar ese porcentaje con el de otras ciudades del mundo. Se trata de un cálculo realizado con base en los precios de 2015. No obstante, incluso antes del aumento actual, podemos decir que Transmilenio era bastante caro. Hace un año, a $1800 el pasaje, el porcentaje del salario mínimo mensual destinada al transporte por una persona residente en Bogotá era el 11,19%.
Comparemos ahora ese porcentaje con algunas ciudades de Asia, Europa y Norteamérica: París 04,45%, Tokio 04,98%, Londres 05,48%, Tel Aviv 05,86%, Madrid 07,07%, Nueva York, 07,93% y Lisboa 08,45%. En las ciudades latinoamericanas el transporte es mucho más caro, siendo las ciudades brasileñas las más caras de todas. Sin embargo, conviene destacar que en la muestra de Bazani solamente esas ciudades están por encima de Bogotá. En efecto, los porcentajes en México y Santiago de Chile son 10,11% y 10,38%, respectivamente. En Belo Horizonte 15,74%, Rio de Janeiro 17,26% y São Paulo 17,77%.
En su texto, Bazani plantea una pregunta muy pertinente. ¿por qué, en vez de protestar por el alto precio del transporte, la gente no protesta por el bajo precio de su fuerza de trabajo? La pregunta es pertinente y tiene que ver con la ausencia de acuerdo en países como Brasil y como Colombia para reducir la desigualdad. Demostrativa de esta ausencia es el hecho de que a lo máximo a lo que aspiran los economistas que trabajan para el Ministerio de Hacienda, así como todos aquellos imbuidos de la doctrina neoliberal, es a reducir no la desigualdad sino la pobreza. En vez de promover una reforma tributaria progresiva, promueven una reforma regresiva, que esperan paliar con subsidios. En este contexto, cualquiera que hable de incrementos al ingreso de los trabajadores corre el riesgo de ser llamado “mamerto”.
En este terreno hay varios asuntos para discutir, comenzando por el efecto del salario mínimo en la generación de empleo. Muchos economistas afirman que ese efecto es negativo, pero lo hacen soslayando la evidencia que contradice sus afirmaciones, así como las discusiones metodológicas acerca de la forma como han llegado a esa conclusión. Al final del día, el tema es si hay o no una forma de interferencia política en el mercado que permita reducir la desigualdad y si esa reducción es deseable o no. El hecho de que haya sociedades menos desiguales con niveles de desarrollo humano mayor, a pesar de tener un menor producto interno bruto, es un testimonio de que el bienestar no se va a reducir sustancialmente si el pastel se achica un poco porque se reparta mejor.
Los méritos de esta discusión no agotan los del debate acerca del precio de Transmilenio. Transmilenio es un negocio que funciona sin mercado. Por tanto, la forma en la cual se fija el precio tiene mucho de política, en este caso, en el sentido de ejercicio del poder para extraer ganancias. Hay parámetros técnicos para evaluar si el ejercicio de ese poder le reporta beneficios no solamente a sus propietarios sino también a sus usuarios.
Por lo pronto, mi sospecha es que a los usuarios nos explotan y, por tanto, que es justo protestar contra Transmilenio. Las razones de mi sospecha provienen del hecho de que la única campaña cívica que ha realizado el sistema es contra quienes quieren usar los buses sin pagar el pasaje (los “colados”), una campaña con la cual estoy completamente de acuerdo. Defender los “colados” es justificar las soluciones individualistas que harían insostenible el sistema. Sin embargo, quisiera destacar que Transmilenio no ha hecho hasta ahora ni una sola campaña contra el abuso sexual, a pesar de innumberables denuncias al respecto. Tampoco ha hecho ninguna campaña acerca de las reglas que los usuarios tenemos que observar y que tienen como propósito hacer que nuestra experiencia en el sistema sea más amable. En otras palabras, los propietarios de Transmilenio solamente se preocupan de los problemas que tienen que ver directamente con sus ingresos, ignorando los problemas que tenemos los usuarios.
La respuesta de las autoridades distritales a estos problemas ha sido del todo insuficiente. Me limitaré a observar dos cosas: la primera es que esas autoridades han implementado un sistema que procura aliviar el impacto del costo del transporte entre los menos favorecidos. Se trata del subsidio a las personas registradas en el SISBÉN. Si bien el objetivo de este subsidio es loable, un efecto no intencionado es el de que las personas de escasos recursos prefieran mantenerse en la economía informal para no perder beneficios como éste. Por tanto, en vez de contribuir a solidificar el sector formal de la economía y la regulación universal, lo que se estimula es el rebusque y el paralelismo institucional.
La segunda cosa que quisiera destacar es que hasta ahora esas autoridades no han motivado a los usuarios a reconocer en el sistema una forma de espacio público en la cual todos tenemos derechos y deberes. El actual Alcalde parece estar dispuesto a corregir esta situación. Debería también contribuir a corregir el precio del pasaje.