Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

El patriotismo de los disidentes

Que los disidentes sean acusados de antipatriotas no es noticia. La forma del argumento empleado contra ellos es siempre la misma: “Quien no está conmigo está contra mí. Quien no está conmigo tampoco está con la patria. Ergo…” El celo con que se utiliza es propio de los conversos. También es de los conversos de donde proviene la premisa fundamental del argumento (Mateo 12:30; Lucas 11:23).

Noticia es quién usa el argumento contra los disidentes, cuándo y dónde. Para una colección de variaciones sobre el mismo tema, acaso interese tomar también en cuenta el repertorio de símbolos y valores que invoca el acusador para parecer más persuasivo y para mostrar que la supuesta traición de los disidentes es más terrible que cualquier otro crimen.

Una colección semejante puede hacerse con la defensa de los disidentes no porque ellos se den a la tarea de probar que son patriotas cuando se les pone esa prueba. Se puede hacer porque desde una celda, desde el exilio o desde la soledad de un estudio cada uno de ellos ha dado testimonio de su desgarradura. Cada uno ha tenido que juntar los trozos de lo que odia y de lo que ama porque todos esos trozos son parte de lo mismo: la comunidad nacional a la que cada uno pertenece. Odian la iniquidad que denuncian; odian los símbolos nacionales en los que esa iniquidad se arropa; odian la hipocresía; pero no pueden dejar de amar la nación en nombre de la cual se han cometido los crímenes por los cuales el disidente se aparta.

De esa colección, que todavía está por hacer, quisiera traer a colación el testimonio de Carl von Ossietzky cuando decidió aceptar el Premio Nobel de Paz; de Karl Tucholsky, amigo de Ossietzky, un extracto de la conclusión de su análisis del deplorable clima político-cultural de Alemania cuatro años antes de que Adolf Hitler se hiciera con el poder del Estado.

“Luego de una larga reflexión, he tomado la decisión de aceptar el Premio Nobel de Paz que ha recaído en mí. No puedo compartir la visión que los representantes de la Policía Secreta del Estado me han expuesto de que al hacerlo yo mismo me excluyo de la comunidad nacional alemana. El Premio Nobel de Paz no es un símbolo de una lucha política interna sino del entendimiento entre los pueblos. Como recipiente del premio haré lo que más pueda para promover este entendimiento y como alemán siempre tendré presente en mi mente los intereses justificables de Alemania en Europa.” (*)

Para los Nazis, el Premio Nobel a Ossietzky era un insulto. Tenían razón. Ese reconocimiento era un insulto a su vocación agresiva. Pero como ellos decían ser la patria, Ossietzky tenía que dar el testimonio de su patriotismo porque un patriotismo pacifista, humanista en la época de un insano guerrerismo parecía una enfermedad, una perversión.

“Ni el representante del gobierno en su traje de levita ni el profesor de los últimos cursos de escuela secundaria ni los señores y señoras de los cascos de acero son ellos solos Alemania. También nosotros estamos aquí (…)
“Alemania es un país dividido. Somos una parte de él.
“Y en cualquier situación, calladamente amamos nuestro país, inquebrantables, sin bandera, sin organeta, sin sentimentalismos y sin la espada desenvainada.”

Tucholsky enfermó al ver que su llamado a La Otra Alemania quedó sin respuesta. El ruido que hacía el resentimiento parecía la melodía de la victoria. Sin embargo, Tucholsky recuperó el ánimo para hacer campaña en favor del otorgamiento del Premio Nobel de Paz a su amigo Ossietzky, pero no vivió para ver cómo alumbró esa lámpara en la oscuridad de esos tiempos.

De Bradley Manning no tenemos ningún testimonio semejante. A mí me basta el registro de las circunstancias que causaron su epifanía.

Manning reportó ante su superior que quince personas fueron detenidas por la policía iraquí por imprimir “literatura anti-iraquí”. Al revisar su contenido, Manning encontró que la literatura en cuestión era simplemente una crítica académica del régimen del primer ministro Nuri Kamal al-Maliki. Su superior desestimó el informe de Manning y le dijo que se ocupara de encontrar más gente a quien se pudiera detener.

Manning, sin embargo, sabía muy bien cuál era el destino de los detenidos. Como oficial de inteligencia, él tenía acceso a los informes de la forma como la policía iraquí procedía, y quizá todavía procede, con los detenidos. Muchos de esos informes, ahora filtrados, dan cuenta de las torturas a las que han sido sometidas muchas personas acusadas de hacerle oposición a un régimen manchado por la corrupción.

(*) Werner Boldt, un profesor retirado de la Universidad de Oldenburg, localizó la cita de Ossietzky en sus obras completas. Está en el volumen 7, en la página 807, bajo el numeral D 650. El profesor Wolfgang Nitsch amablemente me transmitió esta información después de que le pidiera la fuente de esta cita de Ossietzky que encontré en el artículo a él dedicado en la edición en inglés y en alemán en Wikipedia. Ossietzky redactó el texto citado el 11 de noviembre de 1936. Sin embargo, temiendo las represalias que se seguirían de parte de los Nazis si lo entregaba a la imprenta, lo dejó inédito.

El extracto de Tucholsky fue tomado de “Patria”, la conclusión de su libro “Alemania, Alemania por encima de todo.”

El registro de la epifanía de Manning está disponible en el artículo “Qué hemos aprendido de WikiLeaks” en The Nation del 29 de noviembre de 2010.

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