Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

El Escandaloso Solipsismo Moral de los Estados Unidos (II)

En un editorial de hace un poco más de una semana (29 de noviembre), el diario The New York Times celebró el hecho de que el gobierno de Obama avanzara en el proceso de formular reglas relativas a la realización de asesinatos mediante el uso de los llamados drones. Según ese editorial, si un ciudadano estadounidense se encuentra en suelo extranjero, su gobierno debe aplicar el debido proceso. El mencionado editorial no es igual de inequívoco acerca del derecho que tenemos al debido proceso las las demás personas que no somos ciudadanos de los Estados Unidos ni estamos bajo su jurisdicción. ¿Será éste otro signo del solipsismo moral de los Estados Unidos? Yo creo que sí.

Aparentemente, la prisa del gobierno de Obama por formular reglas acerca de la comisión de asesinatos selectivos tenía que ver con el hecho de que no sabía si iba ser reemplazado por el de Romney. Varios asesores se preguntaron con cuánta discreción usaría el nuevo presidente el poder de matar a otros in fórmula de juicio. El propósito de las reglas discutidas por los asesores de Obama es justamente el de limitar esa discreción. Sin embargo, por más regulado que sea ese poder no cambia su naturaleza: es tan contrario a derecho como la acción de los terroristas contra quienes se dirige.

Los drones han cobrado la vida de un buen número de personas acusadas de ser terroristas. Démole a los Estados Unidos el beneficio de la duda. Al menos, en gracia de discusión, aceptemos que muchas de las personas muertas mediante el uso de drones eran terroristas. Creo que en varios casos hay evidencia contundente de ello. Sin embargo, ¿quiere eso decir que deberíamos justificar el uso que Estados Unidos hace de los drones? Yo creo que no, por lo menos no irrestrictamente.

Pongámonos primero en los zapatos del gobierno de los Estados Unidos. En varios lugares del mundo hay individuos que se han propuesto usar medios de destrucción indiscriminados con el fin de aterrorizar a la opinión pública y, de ese modo, producir un cierto efecto político contrario a los intereses de ese país. Si usted estuviera al frente de ese gobierno y tuviera medios militares como los drones, ¿qué haría? Tenga presente que esos terroristas son enemigos que usan la perfidia para realizar sus acciones: se presentan como el resto de los ciudadanos con el fin de evadir la acción de la policía y de la justicia. Si usted tuviese información acerca de la planeación e inminente ejecución de un plan de acción letal contra una o varias personas, ¿no usaría usted la fuerza? Pienso que una apresurada respuesta negativa sería demostrativa de una enorme ingenuidad, un apego distorsionado a las formas legales o una extraordinaria hipocresía.

El apego a las formas legales no es en todo tiempo ingenuo, distorsionado o hipócrita. El uso de la fuerza letal debe ser siempre el último recurso. Uno puede creer que los gobiernos no tienen que ponerse en las sutilezas de pedirle a la Interpol que emita una orden para detener a las personas acusadas de terrorismo, como en su momento lo hizo el gobierno de este país. Puede ponerse del lado de quienes piensan que su gobierno bien puede mandarlos a matar en cualquier tiempo o, si los detiene, mantenerlos detenidos indefinidamente sin defensa y sin debido proceso. Quienes así piensan parten de la premisa de que los terroristas no tienen ningún derecho. Razonan exactamente como lo hace un terrorista.

Como lo hicieron algunos nihilistas rusos del siglo XIX, para quienes razonan así nada importa excepto su objetivo político. Nada importa significa que, encapsulados en sus justificaciones, la fuerza letal se emplea sin ninguna restricción. Nada importa es, sin embargo, una expresión equívoca porque importa sí la acción del individuo y los valores a cuya cuenta la realiza. Pero al oscurecer la mirada respecto de todo lo demás, el terrorista y el dronista, una especie del anterior, niegan el sentido que tiene la humanidad: la idea de que nada nos quita el derecho de ser tratados dignamente.

Un terrorista merece ser castigado. No hay duda. Pero, ¿merece ser detenido indefinidamente y torturado? ¿Merece ser matado aunque pudiese ser detenido y llevado a juicio? Uno puede justificar el trato humano de un terrorista desde varios puntos de vista, siendo una justificación teleológica relevante aquí. ¿En quién o qué deviene la persona que le niega un trato humano a otra? ¿No se deshumaniza? Ésta es sin duda una de las consecuencias del solipsismo.

El solipsista siempre se hace ciego con respecto a las consecuencias indeseadas del uso de la fuerza letal. Si hay que matar a un enemigo en medio de la población civil y si hacerlo conduce a la muerte de personas inocentes, el solipsista bien puede asumirlo todo porque para él las víctimas no tienen real significado. No hay escrúpulo ni escarnio moral que le haga actuar de modo diferente.

Desde luego, la manipulación de las cifras ayuda. Pero no es sólo la manipulación de las cifras. Es también la manipulación en cifras, como en seguida lo voy a mostrar.

Supongamos que en una discusión acerca del uso de los drones a usted le presentan el siguiente cuadro. En rojo están los miembros de Al Qaeda y los Talibanes que han sido asesinados y en azul las personas de la población civil. Los datos provienen de un sitio llamado The Long War Journal dedicado a monitorear los hechos relativos a la llamada guerra contra el terrorismo. El sitio incluye cifras más recientes, pero la tendencia descrita es la misma.

Es fácil incurrir en un lapsus solipsista frente a una gráfica como ésta. Reducidas a una cifra en un cálculo utilitarista, la dignidad de las víctimas se evapora. Por un momento al menos puede quedar en la conciencia la duda de que el uso de drones está justificado porque el costo en vidas civiles es mucho menor que el beneficio que se obtiene de esta forma de matar. Con el uso de la palabra costo la operación solipsista está completa porque ella es la que hace el trabajo de deshumanizar a las víctimas. Esta palabra hace parte del abuso político del lenguaje que haríamos bien en condenar, como en su momento lo hizo de modo general George Orwell.

(Quisiera invitar a los lectores a compartir su experiencia acerca de la ocurrencia o no del lapsus solipsista escribiéndome a mi cuenta de correo o dejando un comentario. Específicamente, quisiera que describieran su primera impresión luego de ver el cuadro anterior, la forma como lo interpretaron y el efecto que tuvo mi comentario, incluido su acuerdo o desacuerdo con esta definición de lapsus solipsista.)

Empero, como lo dije anteriormente, el asunto también tiene que ver con la manipulación de las cifras. The New York Times se refiere a las del sitio The Long War Journal. Desafortunadamente, no hace referencia a las de The Bureau of Investigative Journalism (TBIJ, Oficina del Periodismo Investigativo), con sede en Londres, la cual tiene tres veces más fuentes que The Long War Journal. Según éste, el número de civiles asesinados en ataques por drones entre 2004 y 2014 ha sido de 142. Por el contrario, TBIJ estima que ese número puede estar entre 482 y 849.

El informe Living Under Drones (Vivir Bajo los Drones), de la Universidad de Stanford y de la Universidad de Nueva York discute en detalle esta disparidad y considera, por varias razones dadas en ese informe, que la estimación realizada por el TBIJ es más creíble. En particular, Living Under Drones destaca la tendencia de las fuentes gubernamentales en Estados Unidos a soslayar la ocurrencia de muertes de civiles y, en consecuencia, a producir estimaciones mucho más bajas del daño causado a la población civil.

(El significado de este informe en los Estados Unidos se puede comprender mejor con una analogía: es como si la Universidad de la Sabana y la Universidad del Rosario hubiesen publicado un informe de investigación acerca de los asesinatos designados con el eufemismo de “falsos positivos”. Para el afianzamiento del valor de la vida en Colombia, sería muy bueno que un informe así fuera publicado precisamente por estas universidades.)

Una causa conspicua de la subestimación de víctimas civiles, recientemente expuesta por el mismo periódico The New York Times, es la premisa misma con la cual el gobierno de Obama analiza el impacto de los drones. Según este gobierno, toda persona del género masculino en edad de participar en una operación militar que aparezca muerta en una zona atacada con drones se considera un combatiente, a menos que informes explícitos de inteligencia obtenidos póstumamente demuestren lo contrario. El tema es que, como lo dice el mismo informe Living Under Drones, los Estados Unidos no se toman seriamente el trabajo de obtener esa información.

Yo deploro que The New York Times omitiera la referencia a las estimaciones de TBIJ. Digo omitir y no ignorar porque me parece increíble que ese periódico no conozca el mencionado reporte. Su negocio es informar y, por lo tanto, ha de estar informado acerca de la disparidad de las estimaciones de los daños a civiles causados por los drones. Increíble sería que en asunto en el cual están involucrados directamente los intereses de los Estados Unidos yo estuviera más informado que ese diario neoyorkino.

El editorial que comento no es terriblemente obcecado. En el antepenúltimo párrafo se lee, “Recolectar dinero para grupos terroristas o hacer grabaciones llamando a otros a matar no justifica el asesinato, ni tampoco lo haría la amenaza o la revuelta contra otro gobierno. Matar debe ser el último recurso, cuando quede demostrado que la captura es imposible. Los estándares para prevenir el asesinato de inocentes que podrían estar cerca deben estar detallados y completos. (La mayoría de estas reglas ya son parte del derecho internacional.”

Sin embargo, en conjunción con la omisión de las estimaciones de TBIJ, el editorial concluye con la no menos deplorable afirmación, mencionada al inicio de esta entrada, según la cual, si el objetivo de una operación antiterrorista es un ciudadano estadounidense, se requiere la aplicación del debido proceso. Como bien lo indicó Paul Cohen, comentando esta afirmación, “¿Por qué el debido proceso aplica únicamente a los estadounidenses especialmente cuando está el asesinato de por medio? (…) La mejor manera de poner esto en perspectiva es preguntar: ¿Permitirán nuestro gobierno y sus ciudadanos que cualquier nación extranjera haga lo mismo dentro de nuestras fronteras?”

Esta clase de preguntas es la que un solipsista no se formula o no entiende o, si se las formulan y las entiende, las rechaza. Un componente fundamental de nuestra inserción en el mundo como seres humanos es nuestra capacidad para considerar los asuntos en los que estamos involucrados desde el punto de vista de las personas a quienes afectamos con nuestras acciones. Este ponerse en el lugar del otro es lo que el solipsista no logra realizar a cabalidad.

Cabe desde luego la siguiente posibilidad, una que fue considerada en la crítica demoledora que Schopenhauer le hizo a la moral kantiana: uno se puede poner en el lugar de otro y, sin embargo, convencido de que mantendrá indefinidamente su posición dominante en una relación asimétrica, querer que esa relación se universalice. En otras palabras, mientras uno sea el hegemón, estará convencido de que tiene que haber un hegemón. Consecuentemente, mientras ciertas acciones sean necesarias para mantener la hegemonía, el hegemón las aceptará en todas sus consecuencias, lo cual es equivalente a una suerte de solipsismo por la puerta de atrás.

Una de esas consecuencias que casi nadie más desea, excepto el hegemón, es que los responsables de asesinatos mediante el uso de drones tengan inmunidad frente a la Corte Penal Internacional. Casi todo el mundo está de acuerdo en que, si los tribunales nacionales fallan para perseguir a los responsables de ejecuciones sumarias y ataques selectivos, la Corte Penal Internacional los debe juzgar. Al sustraerse a esa competencia, los Estados Unidos hacen de su excepcionalismo una cosa distinta de lo que originalmente era. Su antorcha ya no sirve como faro de la libertad. Antes bien, se ha convertido en la amenaza de que con ella le prenda fuego al resto del mundo.

No quisiera que nada de lo dicho aquí se interpretara como un voto a favor de otras entidades políticas como la Unión Europea, la que hoy recibe en Oslo el Premio Nobel de la Paz. Como el gobierno canadiense, el europeo es uno de los más hipócritas que hay sobre la faz de la tierra. ¿Acaso no es cierto que, aparte de las bibliotecas y los salones de clase, en ninguna otra parte es posible encontrar su tan cacareado humanismo?

 

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