Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

El costo no declarado de usar whatsapp

facebook pagó 19 mil millones de dólares por whatsapp. Estando de por medio una suma tan grande, ¿hay todavía alguien que piense que whatsapp es, según el caso, un servicio gratutito o un servicio de muy bajo costo? Hay mucha gente que, de partida, ni siquiera piensa en esto ni le interesa. Pero esto no es lo más grave. Lo más grave es que haya gente que, después de pensarlo un poco, no tiene reserva alguna en pagar un grave precio. Gente así me ha hecho recordar el opúsculo de Étienne de La Boétie Discurso de la Servidumbre Voluntaria.

En la primera parte de este escrito, quisiera mostrar cuál es el costo no declarado de whatsapp: por usar whatsapp, pagamos con nuestra intimidad y con nuestra libertad. En la segunda quisiera mostrar qué es lo que hace posible que haya gente dispuesta a pagar ese precio, algo que haré con la ayuda del ensayo de La Boétie.

Antes de entrar en materia, un poco de contexto. El apetito comercial de facebook es insaciable. De manera sistemática, facebook invita a sus usuarios a proporcionarle la mayor cantidad de información acerca de sus vidas. Si usted tiene una cuenta en facebook, quizá ya haya invertido algunos minutos en responder a insistentes preguntas acerca del lugar donde estudió su primaria, su secundaria, su universidad, etc. Si lo hizo, entonces le ha facilitado a facebook la recolección de información acerca de su vida, información que luego será traducida en dinero para facebook, no para usted. En efecto, esa información le sirve a facebook para refinar los perfiles demográficos de la población objetivo de las campañas publicitarias por las cuales recibe grandes utilidades.

facebook no vende directamente la información de los perfiles de sus usuarios. Si la vendiera, ya no tendría mucho que ofrecer. El negocio de facebook es permitirle a las empresas llegar con su publicidad a sectores muy específicos de la población, para quienes los mensajes han sido adaptados de un modo más refinado, más ajustado a su “identidad” particular. El siguiente gráfico, aunque en inglés, es bastante elocuente acerca de la elegancia del negocio de facebook.

El ecosistema de publicidad de facebook (imagen tomada de www.hastac.org)

Esta red social “no miente” cuando dice que no le vende la información de su vida a nadie. Simplemente le dice a las compañías que tiene información acerca de su vida y que sabe cómo usarla para que sus campañas de publicidad sean más efectivas.

whatsapp es una extraordinaria adición a todo este esquema comercial. facebook utiliza de modo sistemático toda la información que está en todas las aplicaciones de la cual es propietaria esta empresa, incluida whatsapp.

Le doy un ejemplo basado en mi propia experiencia. Al poco tiempo de haberse hecho efectiva la compra de whatsapp, empezaron a llegar a mi cuenta de correo mensajes de facebook animándome a establecer contacto en esa red social con las personas que estaban en mi lista de teléfono. Cuando uno descarga whatsapp, whatsapp copia para sí toda la lista de contactos. Esa lista, evidentemente, pasa a manos de facebook, lo cual explica lo que acabo de referir.

No hay que hacer un gran ejercicio de imaginación para concluir que aquí no para la cosa. Así como facebook convierte nuestra red de red social de familiares, amigos y conocidos en un objeto de análisis y control, que luego pone en venta, gracias a whatsapp facebook convierte en objeto de análisis y control la red social de familiares, amigos y conocidos que tenemos en nuestro teléfono para luego sacarle el mismo provecho. Ya no es necesario tener una cuenta en facebook para que facebook construya con la vida de uno perfiles demográficos para la venta. Basta tener whatsapp.

Gracias a un esquema como éste, facebook ha podido prescindir de publicar avisos de publicidad en este servicio de mensajería instantánea. Si lo hubiese hecho, mucha gente habría migrado hacia otros servicios similares. whatsapp sigue funcionando para sus usuarios casi del mismo modo. Los usuarios que teníamos whatsapp alcanzamos a ver algunos cambios. Lo nuevo no ha sido meramente la posibilidad de hacer llamadas sino también sacrificar todos los días nuestra intimidad y nuestra libertad.

En la actualidad, el gran hermano no necesita obligar a la gente a que le proporcione información acerca de sus vidas. La gente se la da voluntariamente, a cambio de la utilidad que whatsapp le brinda: resolver problemas de coordinación tales como dónde y cuándo encontrarse, compartir información o, simplemente, procurar entretenimiento – puede ser entretenimiento fabricado o entretenimiento compartido, como son muchos los mensajes lúdicos con los cuales mucha gente se divierte.

A cambio de estas utilidades sociales e individuales, el gran hermano tiene a su disposición un gran dispositivo de información con el cual puede planear cómo nuevos objetos de consumo llegarán a ser parte de nuestras vidas de un modo dulcificado y atractivo, como lo saben presentar muchas agencias de publicidad. Además de la posiblidad de formatear bastantes aspectos de nuestras vidas, a cambio de los beneficios de whatsapp, le damos al gran hermano la posibilidad de vigilarnos.

De cara a esta situación hay quienes se encogen de hombros y soslayan su gravedad. Recurren al argumento de que nada de lo que hacen está fuera de la ley ni es lo suficientemente importante para que alguna agencia de seguridad en el mundo se preocupe por lo que hacen con sus vidas. Yo he intentado contrarrestar esta complacencia haciendo memoria de eventos ficticios y no ficticios en los cuales una persona ordinaria ha quedado atrapada por error en los laberintos kafkianos de quienes dicen luchar contra el terror, siendo estos en realidad una de sus encarnaciones. No he tenido mucho éxito. La historia de Archibald Buttle, un personaje de la película Brazil, los alcanza a conmover un poco, pero no mucho. Creo que tendría la misma suerte si contara que las agencias de seguridad estadounidenses monitorean las comunicaciones de whatsapp, un hecho que quedó en evidencia en junio de 2015 cuando las autoridades de Bélgica detuvieron a personas sospechosas de ser terroristas, luego de que sus mensajes en whatsapp fueran interceptados presumiblemente por el FBI.

¿De dónde proviene esta insólita docilidad, esta apocada voluntad para resistir la invasión de nuestra intimidad y nuestra libertad? Étienne de La Boétie propone una respuesta: esta aquiesencia, esta obediencia, la obtiene el gran hermano a cambio del provecho, de la propaganda y del hábito. Del primero ya he dicho bastante. Le damos al gran hermano ojos para que nos vea a cambio de la posibilidad de comunicarnos y de entrenernos. De lo segundo, quizá sea suficiente mencionar la campaña de relaciones públicas que le ha permitido ha Mark Zuckerberg presentarse como abanderado del acceso a internet. Con esa credencial, varios presidentes latinoamericanos, incluido el Presidente Santos, le han dado audiencia y se han tomado con Zuckerberg más de una foto. De lo tercero, la evidencia es fácil de recolectar.

En un corto tiempo, el uso de whatsapp se ha convertido en un hábito bastante arraigado, uno que linda en la adicción, bastante humana, al chiste y al cotilleo. Luchar contra lo último es casi imposible: perderíamos, si dejaramos de reírnos y de cuchichear, buena parte de nuestra humanidad. Luchar contra el hábito de whatsapp es menos difícil, pero lo es tanto como luchar contra el hábito de fumar. Hoy por hoy, la “nueva normalidad” es que los usuarios de teléfono celular seamos también whatsappodependientes. Yo ya he tenido que dar varias veces explicaciones acerca de mi comportamiento “anormal”, luego de que varias personas me enviaran sin éxito mensajes a la cuenta que alguna vez tuve. Aparentemente, whatsapp supone que si uno ha usado esta aplicación, entonces la seguirá usando siempre. Cortar con whatsapp es tan grave como cortar con los amigos. No es broma: si uno corta whatsapp, ¡hay amigos que llegan a pensar que uno cortó con ellos!

Socialmente, dejar la adicción a whatsapp lo convierte a uno en sospechoso de ser un neurótico paranoide. La sospecha se convierte en certidumbre si uno se atreve a confrontar a los usuarios de whatsapp con la realidad de su servidumbre voluntaria. Los whatsappodependientes muy frecuentemente echan mano de cualquier recurso para reducir su disonancia cognitiva, incluida la descalificación de quien se atreve a poner en cuestión su adicción. Incluso en los casos en los cuales el whatsappodependiente reconoce que paga por este servicio de mensajería instantánea con su intimidad y su libertad, ese whatsappodependiente se niega a cambiar su hábito. Se figura que es imposible vivir sin whatsapp.

Es poco provechoso argumentar contra una forma de vida dependiente de aplicaciones informáticas. La gran mayoría de nosotros no quiere prescindir de ellas. Sin embargo, uno puede argumentar que hay otros servicios de mensajería instantánea, cuyo funcionamiento no dan lugar al sacrificio de intimidad y libertad al cual me he referido. Luego de hacer una breve investigación, hace un par de días instalé en mi teléfono Telegram. Descarté Viber porque sus propietarios tienen vínculos con el sector de defensa del estado israelí y porque subcontratan varias actividades con empresas radicadas en Bielorrusia, otro país con un récord muy cuestionable en derechos humanos. Hasta ahora, ninguno de mis contactos ha migrado a Telegram. No obstante, por todo lo dicho hasta ahora, yo no pienso volver a whatsapp.

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