Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Dr. Strangelove, o cómo aprendí a dejar de preocuparme y a amar la bomba en el Medio Oriente

Este no es el título de un refrito del clásico de hace ya medio siglo de Stanley Kubrick. No tengo tampoco el propósito de cambiar el oficio de estudioso de la política por el de crítico de cine (aunque hacer esto último es algo también me gusta). Nada de eso. Dejar de preocuparse y amar la bomba es una de las opciones que hoy se barajan para resolver la crisis desatada por la decisión del régimen iraní de seguir adelante con su programa nuclear.

Este régimen ha negado rotundamente que tiene intenciones de construir bombas atómicas. Pocos países, entre los que se cuentan Cuba y Ecuador, le creen. Entre el 2006 y el 2010, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha proferido 5 resoluciones imponiendo sanciones a Irán en relación con el desarrollo de su programa nuclear. Por primera vez en muchos años, en noviembre del 2011, la Agencia Internacional de Energía Atómica emitió un reporte con un amplio respaldo de los países miembros en el que se indica que Irán ha llevado a cabo investigaciones y experimentos tendientes a desarrollar la capacidad para tener armas nucleares. Incluso Brazil, India y Suráfrica lo firmaron.

Este régimen ha negado rotundamente que tenga intenciones de construir bombas atómicas. Pocos países, entre los que se cuentan Cuba y Ecuador, le creen. Entre el 2006 y el 2010, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha proferido 5 resoluciones imponiendo sanciones a Irán en relación con el desarrollo de su programa nuclear. Por primera vez en muchos años, en noviembre del 2011, la Agencia Internacional de Energía Atómica emitió un reporte con un amplio respaldo de los países miembros en el que se indica que Irán ha llevado a cabo investigaciones y experimentos tendientes a desarrollar la capacidad para tener armas nucleares. Incluso Brazil, India y Suráfrica lo firmaron.

La consecuencia de este reporte no ha sido el endurecimiento de las sanciones contra Irán por parte del Consejo de Seguridad. Como en el caso de Siria, China y Rusia han frenado la acción de los regímenes occidentales. Europa, sin embargo, se ha puesto de acuerdo en no comprarle más petróleo, una decisión que se añade a la de otros países de ponerle un cerco al régimen iraní.

Para Israel, el programa nuclear de Irán es una amenaza a su existencia. Para Irán es la consecuencia de su esfuerzo por tener acceso a nuevas fuentes de energía dentro del marco del derecho internacional, en particular, del Tratado de No Proliferación Nuclear. Israel quiere descabezar ese programa nuclear cuanto antes. Irán naturalmente se opone. Como Irán e Israel no tienen relaciones diplomáticas, no ha sido posible una solución diplomática que involucre a ambas naciones. Israel, sin embargo, “negocia” de forma interpuesta a través de los Estados Unidos, otro país con el cual Irán no tiene relaciones diplomáticas, pero que participa en las rondas de conversaciones acerca de su programa nuclear.

De esas conversaciones no ha salido ninguna solución y quizá no salga ninguna (una ronda tuvo lugar en abril de este año en Estambul, Turquía. Una nueva comenzó el 3 de julio en la misma ciudad). El fondo del asunto tiene que ver con el hecho de que Irán parece decidido a modificar el equilibrio regional de poder, el statu quo nuclear que ya había alterado Israel en el pasado.

En 1986, Mordejái Vanunu, un técnico nuclear israelí, filtró a la prensa británica información acerca de la capacidad de Israel de construir bombas nucleares. Hasta la fecha, sin embargo, Israel no ha admitido nada de ese orden y mantiene una política de ambigüedad deliberada. Israel tampoco es parte del Tratado de No Proliferación Nuclear por lo cual no se considera obligado a cumplir con ningún requerimiento internacional con respecto a la fabricación y posesión de armas nucleares.

Sólo tres países se han negado a firmar ese tratado: India y Pakistán, trabados en un conflicto territorial desde el inicio de su vida independiente, e Israel. Corea del Norte, firmante del tratado, ha renegado de sus obligaciones.

El estado de Israel ha sacado mucho partido de su no adhesión al Tratado. Como no se ha comprometido con la comunidad internacional a no desarrollar armas nucleares, no está obligado a recibir inspectores internacionales. No le rinde cuentas a nadie de tener armas de destrucción masiva. Sin embargo, como Irán si lo ha hecho, Israel no cesa de presionar a la comunidad internacional para que sancione a Irán y detenga su programa nuclear. Lo verdaderamente grave es que el actual gobierno de Benjamin Netanyahu nos quiere convencer de que la inacción ante Irán es comparable con la inacción de las potencias occidentales ante el Holocausto perpetrado por los Nazis. Si uno llegara a aceptar esta tesis, casi que quedaría obligado a aceptar otra: cualquier medio, incluido el uso de armas nucleares, está justificado para detener las ambiciones nucleares de Irán.

La alternativa a la tesis del gobierno de Israel es aceptar que Irán tenga la bomba y que se modifique el balance regional de poder. El último en proponer esta tesis ha sido un importante estudioso de las relaciones internacionales, Kenneth W. Waltz.

En la última edición de Foreign Affairs, Waltz afirma no hay buenas razones para oponerse a que Irán tenga la bomba. En primer lugar, Irán tiene líderes cuya racionalidad no debería ser puesta en duda. Uno no tendría que aferrarse al decreto religioso, la Fatwa, del Ayatolá Sayyid Ali Jamenei según la cual “la producción, proliferación y el uso de bombas nucleares y de destrucción masiva” está prohibida (el mismo Ayatolá podría cambiar de parecer u otro Ayatolá podría emitir otro decreto religioso en sentido contrario). Es suficiente atenerse al hecho de que la política internacional impone sobre quienes intervienen en ella su propia lógica. No hay chance de tener éxito desviándose de un curso de acción racional. En el caso del régimen iraní, cualquier intento de usar la bomba contra sus enemigos resultaría en una represalia que destruiría completamente incluso al pueblo al cual sirve.

El argumento de Waltz está dirigido sobre todo a aquellos que temen que las tendencias milenaristas dentro del régimen iraní sean muy poderosas. De manera análoga a lo que sucede con algunas iglesias evangélicas que anuncian la inminencia del Apocalipsis, entre los musulmanes shiítas hay quienes esperan al Mahdi, “el Guiado”, un profeta que gobernará el mundo, dependiendo de la interpretación, por siete, nueve o diecinueve años, justo antes del Juicio Final, tiempo durante el cual librará al mundo de la injusticia. Como en el caso de los evangélicos, los seguidores del culto del Mahdi, entre quienes se incluye el presidente Ahmedineyad, creen que el caos y el desorden, incluída la guerra, precederán su llegada. Con creencia en la inminencia del Mahdi o sin ella, la racionalidad de la política internacional es una. Según Waltz, el régimen iraní no propiciará su autodestrucción.

Un asunto como éste no requiere autos de fe. El compromiso con una forma de analizar la política internacional, el realismo, y su aplicación al caso iraní aparentemente estarían validados por la observación empírica. A pesar de la ferocidad de su retórica, arguye Waltz, el régimen iraní no ha bloqueado el Estrecho de Ormuz para impedir el paso de barcos petroleros provenientes de los países árabes, que abastecen a Europa y Estados Unidos. Hacerlo habría provocado una reacción muy fuerte en su contra, lo cual es una manifestación de la racionalidad con la que operan los tomadores de decisiones en Teherán. Si Irán quiere tener armas nucleares es para procurarse mejores medios de defensa, no para atacar a otros, es la conclusión de Waltz.

Waltz también ha puesto en cuestión la tesis de que Irán pondría armas de destrucción masiva a disposición de grupos terroristas. En su opinión, las armas nucleares no se pueden mover sin dejar rastro. La capacidad de vigilancia de Estados Unidos con respecto al movimiento de materiales fisibles como el uranio y el plutonio es tal que Irán no podría nunca evadir su responsabilidad. Antes bien, dice Waltz, la posesión de armas nucleares hace a los países que las tienen bastante celosos de su arsenal. Siempre quieren tenerlas bien guardadas. No habría razón para pensar que Irán se comportara de forma diferente.

No habría razón tampoco para creer que se produciría un fenómeno de proliferación nuclear en el Oriente Medio. Proliferación, observa Waltz, hace referencia a un proceso de difusión rápida e incontrolada. Puesto que no hubo proliferación cuando Israel decidió tener la bomba, no la habría ahora. Es decir, no tenemos que preocuparnos pensando que el régimen saudí o cualquier otro régimen sunita se empeñará en tener acceso a armas nucleares.

Palabras más, palabras menos, el punto de Waltz es que la posesión de esas armas hace a los estados que las tienen más, no menos responsables. La mejor prueba de ello es que nunca ha habido un conflicto nuclear entre países que tienen un arsenal nuclear. Según Waltz, el conflicto entre India y Pakistán es una buena prueba de ello.

Todo depende, desde luego, de cómo uno interprete las cosas. India y Pakistán han estado muy cerca de trabarse en un conflicto nuclear. A este respecto, en “Nuclear Instability in South Asia”, Scott D. Sagan ha propocionado evidencia que contradice totalmente la tesis de Waltz. En efecto, se trata de una tesis que depende demasiado de sus propios supuestos (como sucede con muchos modelos formales en los análisis económicos, un tema que ha dado lugar a muy buenos chistes).

En el mundo según Waltz, los estados no cometen errores. El cálculo siempre es racional –lo cual es en realidad una redundancia– y las señales son siempre interpretadas racionalmente. Pero los hechos contradicen estos supuestos. El mundo ha estado varias veces cerca de una hecatombe nuclear a cuenta de los errores producidos en la interpretación de eventos que en su momento fueron percibidos como amenazas. La historia del teniente coronel Stanislav Petrov, jefe del sistema de radares de la fuerza aérea soviética en 1983, contiene a este respecto muchas lecciones.

Incluso si la tesis de Waltz fuera cierta, las razones para preocuparse persistirían, sobre todo del lado de Israel. Natasha Mosgovaya lo ha expresado bien. No hay que imaginarse ninguno de los escenarios que Waltz se ha esforzado juiciosamente en descartar. Las consecuencias de que Irán tenga la bomba son variadas: disminuiría la inmigración judía a Israel (olim) y aumentaría la emigración (de lo que se seguiría un cambio en el equilibrio demográfico entre judíos y palestinos); envalentonaría a Hezbolá y a Hamás y forzaría a los estados arabes a abandonar la Iniciativa Árabe de Paz. En suma, lejos de hacer más estable la región, significaría aceptar un factor que comprometería la paz y, por lo tanto, la seguridad del estado de Israel.

Desafortunadamente, en el análisis de Mosgovaya no hay una sola indicación acerca del carácter inaceptable del statu quo regional. Mientras Israel continúe con su política de negación de responsabilidad en relación con las armas nucleares, el incentivo para que sus vecinos busquen modificar la situación seguirá siendo muy fuerte. En el pasado fue Irak y luego Siria. Hoy es Irán.

Hasta ahora, Estados Unidos se ha negado a considerar una opción distinta a la de alinearse con Israel: la de procurar que el Medio Oriente sea una región libre de armas nucleares. La Agencia Internacional de Energía Atómica formuló la propuesta. Su implementación requeriría, sin embargo, que Israel se hiciera parte del Tratado de No Proliferación Nuclear. Israel se ha negado con el argumento de que dicha accesión debería ser el resultado de un acuerdo global de paz en la región.

De nuevo, todo depende de cómo se miren las cosas. Tal parece que el poder de disuasión nuclear es parte de la caja de herramientas con la cual Israel se ha atrincherado en su posición de no hacer ninguna concesión sustancial en relación con la ocupación de Palestina, incluido el aumento dramático de los asentamientos en Cisjordania. ¿Podría Israel mantener una posición desafiante ante otra potencia nuclear en la región, en particular, una que se ha tomado a pecho la humillación del pueblo palestino? Ciertamente, no. Por eso es que los esfuerzos de las potencias occidentales de detener el programa nuclear de Irán son vistos por la mayoría de los árabes como actos supremos de condescencia hacia Israel y, por lo tanto, como manifestaciones de doble moral. No hay que ser árabe para llegar también a esa conclusión.

La retórica guerrerista sigue en aumento por todos lados. En la edición de marzo de este año, el semanario Der Spiegel se preguntaba si Obama definiría claramente el punto a partir del cual los Estados Unidos estaría resuelto a atacar a Irán. Si hemos de creer las declaraciones del Comandante de las Fuerzas de Defensa Israelíes, quien es ahora vice-primer ministro, Moshe Ya’alon, Obama trazó esa raya en la decisión del Ayatolá Jamenei de construir la bomba. El día en que esa orden se diera, Estados Unidos atacaría a Irán.

Para Ya’alon eso no es garantía y ello por tres razones. La primera es que para Israel eso significaría aceptar que Irán tenga la capacidad de producir armas nucleares. La segunda que el tiempo entre la orden del Ayatolá Jamenei y su ejecución puede ser tan breve que la seguridad de Israel quedaría comprometida. La tercera que, por obvias razones, el sentido de urgencia que hay en Jerusalem no es el mismo que en Washington.

Creo que cualquier persona razonable que estuviera en su lugar pensaría de modo similar. La tensión que se percibe en las palabras de Ya’alon me recuerda la experiencia de Isaac Rabin en los días que precedieron a la Guerra de los Seis Días: sufrió una crisis nerviosa. Motivado por informes de inteligencia soviéticos, Nasser creyó que Egipto sería atacado por Israel. Rabin, a su turno, creyó que Egipto atacaría y que la inacción de parte suya podría costarle a Israel su existencia. Israel ganó esa guerra, pero aparentemente perdió la paz. Este juicio retrospectivo puede obnubilarlo a uno. Habría sido difícil aconsejarle a Rabin no atacar si el costo de la inacción fuese percibido como mortal.

Pareciera que las cosas no hubiesen cambiado. Si usted fuese ciudadano de Israel, ¿podría encontrar tranquilidad en el razonamiento de Waltz? Pareciera, sin embargo, que no hubiésemos aprendido nada de la historia todavía y que el costo de nuestra ignorancia se hiciera cada vez más grande.

No quiero dejar la impresión de que Ya’alon está justificado en sus planes de guerra pero tampoco de que es un paranoico. Con respecto a esto último quisiera destacar que las señales que llegan desde Irán son alarmantes.

Hace unos años una declaración del presidente Ahmadineyad ocupó los titulares de prensa de casi todo el mundo. De acuerdo con la traducción al inglés de un discurso pronunciado en farsi, Ahmadineyad habría dicho que Israel debería ser borrado del mapa. Esta declaración suscitó primero una controversia acerca de las intenciones del régimen iraní y luego acerca de la calidad de las traducciones hechas por los oficiales de ese régimen. Según la opinión de varios lingüistas expertos en farsi, Ahmadineyad dijo que “el régimen que ocupa Jerusalem debe desvanecerse de las páginas del tiempo.” Poco tiempo después, el Ministro de Relaciones Exteriores, Manouchehr Mottaki afirmó que las declaraciones de Ahmadineyad se referían al régimen, no al país.

Aunque uno podría encontrar cierto confort en los esfuerzos hechos por los traductores, la verdad es que Ahmadineyad se ha empeñado en poner en cuestión la existencia de Israel en muchos otros pronunciamientos. A lo anterior hay que agregar que hace un poco más de un mes el general Sayed Hassan Firouzabadi, jefe de las Fuerzas Armadas Iraníes, no ha tenido ningún empacho en declarar que la nación iraní seguirá comprometida con la aniquilación total del régimen zionista de Israel. En reacción a los pogroms que tuvieron lugar a comienzos del Siglo XX en Rusia, Ze’ev Jabotinsky acuñó la frase, “Mejor tener una pistola y no necesitarla que necesitarla y no tenerla.” ¿Qué podría decir cualquier israelí ante las declaraciones de Firouzabadi? “Si quieres paz, prepárate para la guerra.”

Nosotros, que podemos ver a distancia la posición de todos los involucrados en ese conflicto, no estamos atados a ninguna perspectiva. Tenemos una libertad para ver de la cual podemos extraer conclusiones prácticas. Podemos destacar con todos los colores que la guerra no es la única opción. El análisis de Robert Grenier acerca de la posibilidad de convertir al Oriente Medio en una zona libre de armas nucleares sigue vigente. La propuesta que formuló en su momento la Agencia Internacional de Energía Atómica podría ser retomada, pero ello requeriría una profunda revisión de la posición que ha tomado los Estados Unidos así como la de sus aliados que afinan sus instrumentos con los tonos de la primera potencia.

Esa revisión no vendrá sola. Aunque se conforma a la política de Obama de avanzar hacia un mundo sin armas nucleares, su gobierno todavía no se despega de la opción militar como el último disuasivo. La invitación que le hizo a Irán de encontrar una solución diplomática deja sin tocar la renuencia de Israel a unirse al Tratado de No Proliferación Nuclear.

Si algún cambio es posible, ese cambio tendría que venir desde fuera, desde los márgenes de un conflicto en el cual los interesados no estamos ni tenemos que estar directamente involucrados. Me temo que en Estados Unidos e Israel la dinámica electoral sigue premiando las opciones guerreristas.

En Israel, según una encuesta del diario Ha’aretz, un poco más de la mitad de la población cuestiona la solución militar. Sin embargo, Likud, el partido que abandera esta solución, sigue siendo el que más simpatías despierta. En Estados Unidos, con una extrema derecha vociferante, el punto mediano está tan lejos del justo medio que es difícil que Obama pueda proponer una opción distinta de lo que ya ha planteado. En ese país las cosas están tan feas que Obama ha creído que para ganar puntos en las encuestas tiene que revelar que periódicamente firma una condena de muerte, impuesta sin juicio alguno, sin garantías de ninguna clase, y ejecutada mediante vehículos operados a control remoto (drones) contra los enemigos de los Estados Unidos.

Quién sabe cómo estén las cosas en Irán. Un signo alentador es el resultado de una encuesta en el sitio en internet de la Cadena de Noticias de la República Islámica de Irán, la cual pertenece al estado. La amplia mayoría de quienes emitieron una opinión, 78%, cuestionaron la iniciativa discutida en el Parlamento de cerrar el Estrecho de Ormuz a los buques y tanques petroleros de los países que apoyan las sanciones a ese país. El aparente divorcio entre la opinión y los políticos hace difícil pensar que en el corto plazo el régimen iraní cambiará de posición.

Si no es de los involucrados, que la iniciativa provenga de otros más de los interesados. Parto de la premisa de que incluso en estas tierras tenemos interés en este asunto. Una confrontación entre Irán e Israel podría desatar un verdadero Armagedón. Los efectos nocivos de una guerra de proporciones nucleares tarde que temprano se harían sentir en estas latitudes. Pero no es sólo un interés egoísta el que nos ha de motivar a tomar cartas en el asunto. Es también la más básica solidaridad con los pueblos iraní, israelí y palestino, así como con todas las demás naciones del Medio Oriente. Es preciso evitar a toda costa otra guerra –las gentes de Irak y Afganistán han sido víctimas de un incalculable sufrimiento, más aún si uno considera que las consecuencias de esta nueva guerra serían devastadoras para el conjunto de la humanidad.

Algún optimista podría destacar el papel que podría jugar la representación diplomática colombiana ahora que recae sobre ella la presidencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Mi tono reservado acerca de ese papel no proviene del desprestigio de nuestro gobierno. Éste es un fenómeno interno. El titular “Monkey Business” (Asunto de Micos) de The Economist no compromete demasiado la gestión diplomática del país. Antes bien, en el Consejo de Seguridad, esa gestión saca la cara por Colombia. Es la naturaleza misma del papel, combinada con el hecho de que un país como Colombia no tiene suficiente peso ni económico ni militar… ni moral.

A lo sumo, Colombia podría poner en la agenda el tema de una posible guerra en el Medio Oriente. Con mucha suerte, podría procurar que se discuta acerca de la validez moral y la legitimidad política de que algunos estados fabriquen y posean armas de destrucción masiva (algo que comprometería directamente a su primer aliado, Estados Unidos, y a su segundo socio comercial, China). Vuelvo a releer lo que escribo y me doy cuenta que he pensado con el deseo, y casi que me dan ganas de borrarlo todo si no fuera porque aquí describo un curso posible que podría servir para una evaluación futura de lo que pudo haber sido y no fue.

Hay un tema acerca del cual no pienso meramente con el deseo sino también con el más despierto pensamiento: el papel que personas como usted y yo podríamos jugar en todo este proceso. Este no es un ejercicio de paraprosdokia, una manera de enunciar las cosas que en la segunda parte de la oración defrauda la expectativa generada en la primera. Por el contrario, es la conclusión que surge de considerar la responsabilidad que tenemos con respecto a la vida en el planeta y los cursos de acción a nuestro alcance.

Según un reciente estudio acerca del efecto de la movilización ciudadana en la política nuclear de los Estados Unidos, Confronting the Bomb: A Short History of the World Nuclear Disarmament Movement (Confrontar la bomba: Una breve historia del movimiento mundial de desarme nuclear) de Lawrence Wittner, personas como usted y yo lograron cambiar la orientación de uno de los gobiernos más agresivos que haya tenido los Estados Unidos: el de Ronald Reagan.

Hace ya treinta años, el 12 de junio de 1982, tuvo lugar una de las protestas masivas más grandes en la historia política estadounidense: aproximadamente un millón de personas desfilaron en dirección al edificio de Naciones Unidas, en la Primera Avenida con calle 42 Este, para expresar su protesta contra las armas nucleares. En un principio, Reagan desestimó las protestas, pero luego tuvo que cambiar de opinión. La presión ciudadana puso un obstáculo insalvable a los planes más ambiciosos de Reagan de confrontar a la Unión Soviética en el plano nuclear. El cambio pudo percibirse en la retórica y en los hechos del segundo período de Reagan, tiempo durante el cual hubo una marcada distensión con la Unión Soviética.

De modo más general, del estudio de Wittner se concluye que sin la movilización ciudadana la tentación de usar armas nucleares habría sido mucho más grande. Esa tentación es la que es preciso remover y erradicar ahora. Pero, ¿cómo?

Muchos movimientos, como el movimiento mundial de desarme nuclear, requieren de un punto focal: una referencia común que sirve para que múltiples iniciativas converjan sin tener que someterse a una dirección centralizada. Ese punto focal puede ser la asociación mundial Alcaldes por la Paz.

Esta asociación fue fundada en 1982, justamente en uno de los años de mayor tensión acerca de la posible ocurrencia de un conflicto nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Takeshi Araki, entonces alcalde de Hiroshima, lideró el proceso. Sobreviviente al ataque nuclear, Araki fue testigo de un enorme sufrimiento. Esta condición hizo que su legitimidad para luchar contra las armas nucleares fuera incontestada. Los alcaldes que le sucedieron, Hiraoka, Akiba (un matemático como Antanas y como Fajardo) y el actual, Matsui, hijo de un sobreviviente, han mantenido prendida la lámpara de la paz.

Hoy por hoy, Alcaldes por la Paz agrupa a 5296 ciudades, de 153 países diferentes de todas las regiones del mundo. La lista incluye 15 municipios colombianos (Altamira, Caldono, Envigado, Filandia, Guamo, Madrid, Ocaña, Oporapa, San Sebastián de Buenavista, Sibundoy, Soacha, Socorro, Versalles y Villavieja).

Sería espléndido que esta lista llegara a incluir a todos los municipios de Colombia. Qué gran cosa sería que el 6 de agosto, cuando Bogotá celebre otro aniversario de su fundación e Hiroshima conmemore otro de la horrenda explosión atómica, el Alcalde Petro anunciara su adhesión a Alcaldes por la Paz.

La adhesión a esta asociación no tiene ningún costo. Implica, desde luego, algunas obligaciones y tareas. La más importante es luchar por la abolición de todas las armas nucleares para el año 2020. Lo que se busca es liberar a las generaciones futuras del miedo a la destrucción nuclear y del peligro de que esa destrucción ocurra.

La conciencia acerca del futuro también debe ir iluminada por la conciencia del pasado. Por ello Alcaldes por la Paz procura que todos los ciudadanos del mundo conozcamos el dolor de las víctimas de los ataques nucleares a Hiroshima y Nagasaki.

Lo único que se requiere es que el Alcalde o el Presidente del Concejo municipal envíe una carta al Secretariado de la Conferencia de Alcaldes por la Paz expresando su apoyo al Programa para Promover la Solidaridad de las Ciudades con respecto a la Total Abolición de las Armas Nucleares y su deseo de unirse a Alcaldes por la Paz.

No creo equivocarme al afirmar que cada carta de un alcalde colombiano expresando su voluntad de adherirse a Alcaldes por la Paz producirá una onda expansiva de fraternidad que se sentirá en todo el Medio Oriente y ayudará, no importa en qué grado, al logro de una solución pacífica de muchos conflictos en el mundo entero.

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