La llamada Tercera Vía es un conjunto de ideas pobre, superficial, patético y deplorable.
¿Cómo es posible que ideas de ese corte hayan podido suscitar tanto interés en tantos líderes mundiales? Sería casi que tautológico decir que esos líderes son pobres (de ideas, no de dinero), superficiales, patéticos y deplorables. Sí, casi tautológico, pero no sería falso. Más allá de las redundancias, ¿dónde está pues la causa de tan inmerecido éxito? Indudablemente, en el fracaso de las grandes ideologías.
En 1989 el fracaso del comunismo fue evidente. El fracaso del neoliberalismo vino un poco después, pero en el entretanto un sociólogo británico, Anthony Giddens, pudo hacer carrera soplándole al oído al primer ministro de su país, Tony Blair, que con una postura ecléctica podría obtener crecimiento económico, cohesión social y democracia.
Si uno se fija bien, los “tres huevitos” de Uribe son la versión hipersimplificada del eclecticismo de Tony Blair. Son pues la copia de la copia de la copia. El problema con la Tercera Vía es que ella misma es una copia, igualmente mala, hipersimplificada y no menos dogmática. ¿No es acaso la Tercera Vía la versión aguada, repintada y adaptada a las nuevas circunstancias de la vieja idea de la “economía social de mercado”? La respuesta es “sí, pero no” o “no, pero sí”, o cualquiera de las anteriores.
Diez años después de que Giddens publicara su manifiesto, La Tercera Vía, la crisis financiera del 2008 le mostró al mundo que la desregulación y la privatización a toda costa no son buenos principios de organización de la sociedad. Sin embargo, a nadie se le ocurrió desempolvar el libro de Giddens para comprender las causas de esa crisis o para buscar remedios para superarla. No obstante, para hacer amagos de gran política, uno si puede exhumar el título y darle vida nueva a la etiqueta con cumbres de brisa, playa y mar. Nada menos, pero nada más.
No voy a dedicarle mucho esfuerzo a la superficialidad de la Tercera Vía. Baste decir que es una colcha de retazos con la cual se quiere resolver la cuadratura del círculo de la política moderna: cómo tener al mismo tiempo igualdad política y desigualdad económica. En efecto, sus proponentes plantean que sin diferencias económicas, no habría modo de realizar las expectativas de progreso y de bienestar. Pero ellos mismos admiten que demasiada desigualdad haría nugatoria la igualdad política y daría paso fácilmente a la tiranía. Ninguno, sin embargo, se atreve a tocar la tiranía de nuestros deseos ni el imperio de la diversión y del consumo.