Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Desde la Puerta del Sol: las demandas del movimiento 15 de Mayo

Una amiga que vive en Cataluña me ha enviado la lista de reivindicaciones de los ciudadanos reunidos en la Puerta del Sol. Me ha dado también un enlace a la página con esas reivindicaciones. Yo los invito a que se pasen por esa página y le den una lectura a lo que piden los indignados del movimiento 15 de Mayo.


Pueden hacer click aquí para ir al sitio.


Aquí van unos comentarios sumarios.


La lectura de las reivindicaciones le permite a uno extraer la conclusión de que el modo de gestión política y económica de los llamados países desarrollados está en crisis.


Que en los Estados Unidos no haya un movimiento semejante al del 15 de Mayo no quiere decir que allá las cosas están bien. Hay otro movimiento, desafortunadamente, uno populista disfrazado de defensor de los derechos de los ciudadanos: el Tea Party. Este movimiento promueve con una plataforma anti-inmigrante y unas propuestas de desmantelamiento del ya menguado gasto social, propuestas que solamente agravarían la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran muchas personas.


El Tea Party es una especie de revanchismo social a escala nacional que oculta la verdadera causa de la crisis. Quien haya visto el documental Trabajo Confidencial (Inside Job) podrá darse cuenta de cómo en los Estados Unidos hubo una captura legal del estado: numerosas entidades financieras lograron influir en el gobierno y en el congreso de ese país para deshacerse de las regulaciones que protegían al público, todo con el fin de extraer jugosas ganancias ¡a expensas del público!. Gracias a esa captura del estado y a la desregulación que se produjo a cuenta de esa captura, tuvo lugar la crisis financiera en la que muchos pobres han salido pagando los platos rotos.


Esta captura legal del estado está haciendo agua por todas partes. La crisis financiera y los dolorosos remedios prescritos para salir de ella son su manifestación más visible. Aunque parezca un asunto coyuntural, esta crisis política (para no referirme aquí a las causas económicas) tiene unas raíces mucho más profundas. Atañe a las bases mismas de un régimen que por mucho tiempo hemos llamado democracia, un régimen que en realidad merecería ser llamado de modo diferente.


En teoría, en los regímenes en los cuales los gobernantes son elegidos por el pueblo, esos gobernantes tienen que rendir cuentas de su gestión. En la práctica las cosas distan mucho de la realidad. Lo anterior no quiere decir que todos los gobiernos sean iguales. En otras palabras, no nos debería dar lo mismo vivir en una autocracia que en un gobierno representativo. De ninguna manera. Si los indignados del 15 de Mayo estuvieran en Kazajistán, una antigua república soviética del Asia central, probablemente los habrían sacado a tiros de la Puerta del Sol. Kazajistán es un país que tiene elecciones pero que no tiene libertades políticas ni civiles y donde, por lo tanto, la palabra gobierno responsable no tiene ningún significado.


Sin embargo, aunque se llamen a sí mismos democracias, la verdad es que los gobiernos de los países desarrollados parecen responder más a intereses de grupos poderosos que a los intereses de los ciudadanos. La captura legal del estado por parte de los grandes conglomerados económicos, especialmente los financieros, ha contribuido a que se desavenezca la diferencia entre países como Kazajistán y como España.


Esta es una situación de la que somos responsables los ciudadanos. Nos hemos dormido a la hora de demandar una rendición de cuentas efectiva a nuestros gobernantes. Pero la cosa no para aquí. El problema no es solamente de actitud ciudadana. Es también de diseño institucional. Más aún: tiene que ver con las bases mismas del funcionamiento de esto que llamamos democracia pero que ya deberíamos empezar a llamar con otro nombre: plutocracia (gobierno de los ricos) o bonapartismo soft.


Este último concepto fue acuñado por el filósofo Domenico Losurdo para referirse a regímenes en los cuales las elecciones sirven para escoger líderes políticos que gobiernan a nombre del pueblo, pero que no gobiernan con el pueblo ni para el pueblo. Bonapartismo porque fue un Bonaparte, Luis Napoleón, elegido presidente en Francia a mediados del siglo XIX, quien logró manipular la expresión de la voluntad popular en las elecciones para usar el poder político en beneficio de una clase. Y es un bonapartismo soft, suave, porque coexiste con el ejercicio tenue de las libertades civiles y políticas. Cuando las libertades se ejercen de verdad, cuando mediante esas libertades se pone en aprietos a gobernantes abusivos, ese bonapartismo se hace hard, duro, se torna más abusivo y autoritario.


Plutocracia o bonapartismo soft, pero no democracia. Por eso es que los indignados del 15 de Mayo piden ¡Democracia Real YA!


La verdad es que el gobierno representativo que llamamos democracia tiene muchos elementos plutocrácticos. Todavía no nos hemos inventado ningún sustituto adecuado que corrija su persistencia.


El problema es el siguiente: Si los cargos públicos no fueran remunerados, los únicos que podrían desempeñarlos serían personas ricas. Solamente los ricos tendrían los recursos que les permitirían ocuparse de los asuntos públicos sin tener que dedicarse a otra cosa para ganarse la vida. Por el contrario, si los cargos son remunerados, esa remuneración le permite a todo el mundo, incluso a aquellos que no son ricos, dedicarse a la política. Sin embargo, esa remuneración también le da un incentivo a las personas interesadas en la política a vivir de la política. La remuneración del ejercicio político crea la clase política, esto es, gente cuya profesión es hacer política.


Para vivir de la política, un político necesita que lo elijan. De lo contrario no podría obtener ninguna remuneración por su trabajo. Tendría que hacer algo diferente para poder ganarse la vida, además de trabajar propagando sus ideas. Por esa razón, cuando un político tiene que escoger entre su curul y sus propuestas, casi que invariablemente la balanza se inclina del lado de su curul. De las propuestas no come (casi) nadie. Se podría vivir de otro modo, desde luego, pero su oficio de político sería mucho más difícil.


Para adquirir su curul y para conservarla, un político usualmente está dispuesto a realizar muchos compromisos. Muchas veces, particularmente en medios como el nuestro, parece estar dispuesto a hacer compromisos entre su curul y sus principios, subordinando los segundos a la primera.


Todo este problema está agravado por el hecho de que los ciudadanos tenemos un problema de coordinación que los grandes conglomerados económicos usualmente no tienen. Un grupo de empresas pueden ponerse de acuerdo para promover una política pública que los favorezca, para impulsar una regulación que les permita extraer rentas de los ciudadanos o para promover la derogación de una regulación que protege al público pero que les limita sus ganancias. Los ciudadanos, en cambio, estamos mucho más dispersos y carecemos de la oportunidad de dedicar buena parte de nuestro tiempo al seguimiento de las políticas y regulaciones que protegen o desmojoran nuestros intereses.


Los ciudadanos también carecemos de los medios económicos con los cuales podemos dar una financiación efectiva a las causas y partidos que nos parecen dignos de apoyo. En teoría, nuevamente en teoría, somos muchos y podemos inclinar la balanza a nuestro favor. Si todos los ciudadanos que apoyan a un partido político contribuyeran con cuotas para financiar sus campañas, ningún partido tendría que pedir apoyo de grandes conglomerados económicos. Pero la realidad es distinta. La mayoría de ciudadanos quiere tener representantes que defiendan sus intereses sin tener que comprometer recursos de su bolsillo para apoyar esa actividad. Por eso el político no deja pasar la oportunidad de que un conglomerado o empresa apoye su campaña: porque a la hora de las elecciones ese apoyo concentrado pesa más que el apoyo difuso de los ciudadanos. Eso para no hablar de los recursos ilegales de financiación como los que provienen de la contratación pública o de actividades en sí mismas ilegales como el narcotráfico.


Desde luego, entre Estados Unidos, España y Colombia hay numerosas diferencias culturales e institucionales que hacen que la vida política tenga un cariz distinto. Aquí la intolerancia política ha alcanzado grados mortíferos; la deslegitimación de la oposición y el uso de recursos públicos para hostigarla durante el anterior gobierno fue un fenómeno casi que rutinario. En Estados Unidos, Watergate le costó la permanencia en el cargo al entonces presidente Richard Nixon. No hay que soslayar estas diferencias.


Sin embargo, en Estados Unidos, en España y también en Colombia, el bonapartismo soft está mandado a recoger. Es la hora de demandar democracia de verdad o, si lo prefiere, de hacer más democrática a la democracia.


Es fácil identificar los síntomas. Puede uno también ponerse de acuerdo en un diagnóstico acerca de las causas del malestar de la democracia. Más difícil es encontrar un remedio para sus males.


Estos pensamientos es lo que me suscita la lectura de las demandas de los Indignados en la Puerta del Sol.


Comentarios