Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Ciencia e ideología en el estudio de la política

Quisiera compartir en esta entrada la lección final de mi curso sobre Métodos de Investigación en la Maestría de Estudios Políticos de la Universidad Nacional.

En cualquier área de estudio de la política hay una imbricación y una tensión continua entre la ciencia y la ideología. Teorías que procuran explicar un determinado conjunto de fenómenos (por ejemplo, la ocurrencia de guerras entre estados y, de modo correspondiente, el mantenimiento de la paz) pueden ofuscar nuestra atención al desviarla de eventos que la contradicen y, al mismo tiempo, servir de justificación para cursos de acción mediante los cuales un estado o grupo de estados procuran mantener una posición dominante. En un caso como este, podríamos decir que la ciencia ha quedado subordinada o por lo menos sirve a una ideología que justifica la preeminencia de unos y la subordinación de otros. Hay otros casos en los cuales la actividad de descripción y explicación está puesta al servicio de una estrategia de lucha de los dominados. Vista de este modo, la teoría del imperio de Michael Hardt y Antonio Negri (2000) constituiría otro ejemplo de la mencionada subordinación de la ciencia a la ideología1.

Quienes estudian la política pueden identificarse con diversas posiciones que van desde el deseo de mantener el statu quo hasta el de llevar a cabo su transformación radical. Cualquier toma de partido sea o no explícita, deliberada y consciente es meramente la expresión de la doble condición de participantes y de observadores de quienes son a la vez sujeto y objeto de la actividad teórica. Pero no sólo eso. Esa toma de partido es también el presupuesto de la propia actividad de teorización. En efecto, desde el momento mismo en el cual una estudiosa escoge como relevante una pregunta, es claro que su indagación está dirigida por sus prejuicios, esto es, por la forma como está inserta en el mundo y dirige selectivamente su atención hacia él. No hay, por tanto, una separación radical entre ciencia e ideología.

No obstante, los fines perseguidos por la actividad teórica ponen límites a la forma como interviene la ideología en la ciencia. Tales límites dotan a la ciencia de una cierta autonomía frente a la ideología. De otro modo, la actividad teórica podría quedar reducida a la continuación de la lucha ideológica por otros medios. Puesto que la ciencia procura explicar fenómenos y hacerlo mediante la formulación de proposiciones que sean falseables, la actividad teórica proporciona raseros para evaluarse a sí misma. Estos raseros están en consonancia con los fines que ella persigue. La exposición pública de los resultados y la replicabilidad de los análisis son la principal barrera contra la recolección y evaluación sesgada de la evidencia. Además de estas salvaguardas, la formulación clara de conceptos y relaciones causales, así como la especificación de sus implicaciones observables, sirven de freno a los ajustes ad hoc de los datos a las preconcepciones de los investigadores.

Gracias a estos seguros la ciencia puede cumplir una función crítica respecto de las distorsiones ideológicas de la realidad. Esto no significa, sin embargo, que la actividad teórico crítica quede desatada de la política y la ideología. En tanto sean utilizados como guía de la actividad práctica, los estudios acerca de la política devienen absorbidos por la política misma y, por lo tanto, corren siempre la suerte de convertirse en ideología. Si la producción científica puede ser de alguna ayuda, es la de dotar a quien la use de una barrera contra el auto-engaño: se trata de una barrera consistente en disciplinar su pensamiento con arreglo a una forma metódica de evaluar las propias conjeturas y la escogencia de los medios más apropiados para el logro de los propios fines.

Mi propuesta es muy diferente de la del estudioso de la retórica y la argumentación en el discurso público, Edward Schiappa. Si entiendo bien el planteamiento de este autor en su libro Defining Reality: Definitions and the Politics of Meaning, todo concepto incluido en una teoría acerca de un fenómeno político debe construirse como respuesta a la siguiente pregunta: «¿Cuáles son los valores que queremos que sean «esenciales» a ciertas definiciones?» Comparto con Schiappa la idea de que en toda definición hay un componente político y de que nuestros debates serían más «honestos, directos y productivos si nuestros valores fueran discutidos más abiertamente y no fueran oscurecidos por poses metafísicas.» (2003, 169) Sin embargo, difiero de su creencia según la cual, en tanto remiten a cuestiones de poder e influencia, todas las definiciones están de suyo ligadas a intereses particulares y de que carecemos de raseros para realizar evaluaciones imparciales de esas definiciones.

Quisiera poner en cuestión la propuesta de Schiappa apelando a la siguiente metáfora de la actividad teórica: la de resolver rompecabezas. En efecto, procuramos identificar patrones y relaciones entre fenómenos de forma similar al modo en que reconstruimos una figura por la vía de encajar distintas piezas en un tablero. Se trata, sin embargo, de una metáfora de alcance limitado. La razón es que no podemos apelar a imágenes externas que sirvan de punto de referencia para evaluar qué tan conclusiva es la solución de nuestros problemas de investigación. Carecemos de un rasero fuera de nuestra misma práctica que sirva para determinar si las características del patrón que hemos identificado han sido adecuadamente delimitadas.

No obstante, la metáfora del rompecabezas nos dice muchas más cosas. Puede haber muchas otras piezas en el tablero que, si las encajáramos, le darían a la figura previamente construida una forma distinta. Si un modelo de descripción y explicación deja muchas piezas fuera del patrón, tenemos buenas razones para sospechar de que la teoría en cuestión es inadecuada, no importa cuán parsimoniosa sea. La alternativa es construir una teoría que sustituya la anterior de modo que logre encajar en una nueva figura muchas más piezas y que lo haga de forma tal que cada estudioso que la inspeccione llegue a la misma solución. Si posteriormente más estudiosos agregan piezas a la figura, la contundencia de la teoría radicará en que completen el cuadro sin tener que reordenar las demás piezas.

1Estoy seguro de que estos autores rechazarían la descripción que he dado del sentido de su trabajo. Su actividad teórica la describen no como ciencia sino como un reconocimiento conceptual de la producción y reproducción del ser social y político. Sin embargo, uno podría afirmar que tal ontología tiene el status de un nuevo logos hermenéutico que se opone a la doxa de saberes instrumentalizados todas las referencias que Hardt y Negri hacen a la ciencia política serían demostrativas del carácter ideológico de este saber. Puesto que su logos está al servicio de una lucha emancipatoria, uno podría encuadrar su trabajo en el par ciencia e ideología de la forma como lo he propuesto.

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