Ha sido un lugar común entre algunos de nosotros en la academia comparar a Chávez con Uribe en la escala de la personalidad autoritaria. El consenso ha sido que Chávez y Uribe podían mirarse el uno al otro como en un espejo invertido. Un resultado similar podría obtenerse si los comparáramos en la escala del imperio del derecho y el control de la corrupción.
Igual puede decirse de una comparación en la escala de favorabilidad política: con mucha comodidad Chávez y Uribe podían apelar al dicho según el cual “la voz del pueblo es la voz de Dios” (a este respecto es muy posible que el presidente Santos sufra del complejo de envidia de muchedumbre).
Desde luego, estas no son las únicas escalas que podríamos usar. Hay otras muy relevantes como la de la política exterior y la reducción de la desigualdad. En cada una de ellas el contraste es muy claro.
Colombia quizá no haya tenido nunca antes una política tan abyecta hacia los Estados Unidos como la que tuvo con el presidente Uribe. En cambio, es posible que en esta misma materia Venezuela no tenga nunca más una política tan beligerante como la del presidente Chávez. Desafortunadamente, su pomposa retórica oculta todo lo que Chávez hizo en materia de integración regional, cosas de mayor alcance y mayor significado como su iniciativa en relación con la creación de UNASUR. En materia de hechos y no de retórica, creo que al Presidente Uribe le va mucho peor. Alguna vez tendrá que responder por haber apoyado la infame guerra contra Irak.
Y, ¿qué decir de la desigualdad? Al poco tiempo de que Uribe dejara la presidencia, Colombia fue bautizada como uno de los países más desiguales del mundo. Por el contrario, la reducción de la desigualdad en Venezuela es una realidad. Es el país latinoamericano donde las políticas estatales de reducción de la desigualdad han tenido mayor impacto, más que en Brasil (los cuadros incluidos al final del artículo Manufacturing Contempt de Keane Bhatt hablan por sí solos). No debería pues sorprendernos que el gobierno venezolano se ufane de que los resultados del Latinobarómetro indiquen que la mayoría de los habitantes del vecino país lo perciban como el mejor en términos de distribución de la riqueza.
La conclusión que cualquiera podría sacar es la siguiente: si usted es pobre, le iría mejor si viviera en Venezuela con un presidente como Chávez que si lo hiciera en Colombia con un presidente como Uribe (o como Santos).
Pero, ¿por qué Uribe siendo presidente fue tan popular? Abraham Manslow postuló un sistema de jerarquía de necesidades para entender el desarrollo individual. No conozco ninguna jerarquía del mismo tipo en relación con el desarrollo político, pero si la hubiese quizá el nivel más básico sería el de la seguridad frente a enemigos externos o internos.
Hace ya bastante tiempo, Carl Schmitt planteó muy bien la cosa en su libro El Concepto de lo Político:
“El protego ergo obligo es el cogito ergo sum del Estado y una teoría del Estado que no sea sistemáticamente conciente de esta frase permanecerá siendo un fragmento insuficiente. Hobbes (al final de la edición inglesa de 1651, pág. 396) indica que el verdadero objetivo de su «Leviathan» es el de hacerle ver a los hombres esa «mutual relation between Protection and Obedience» (relación mutua entre la Protección y la Obediencia) cuya observancia inquebrantable es exigida tanto por la naturaleza humana como por el Derecho Divino.
“Hobbes comprobó esta verdad en las peores épocas de la guerra civil porque en una situación como ésa desaparecen todas la ilusiones legitimistas y normativistas con las cuales a las personas, durante las épocas de seguridad estable, les place autoengañarse en materia de realidades políticas. Cuando en el interior de un Estado hay partidos organizados que pueden brindarle a sus miembros una protección mayor que la brindada por el Estado, aún en el mejor de los casos el Estado queda convertido en un anexo de estos partidos y el ciudadano individual sabe a quién tiene que obedecer.”
Muchos de los detractores de Uribe, que nunca entendieron su popularidad, parecen no haber entendido todavía esta verdad de la política. Ingrid Betancour, luego de su largo cautiverio, dijo algo acerca de lo cual deberían meditar todos los políticos de corta estatura política: “Sin FARC no hay Uribe.”
Son muy comprensibles los ataques del expresidente Uribe contra el proceso de paz. Como el Inspector Javert, uno de los personajes de la novela Los Miserables, el expresidente Uribe vive de y para el odio. Si su enemigo desapareciera, toda su vida perdería sentido. Por el contrario, los lamentos de muchos venezolanos partidarios del expresidente Chávez lo hacen a uno pensar que su sentido de la vida –a pesar de su resentimiento, de su arrogancia, de su chabacanería– era bien distinto.