La Unión Europa enfrenta en la actualidad dos grandes desafíos: uno es la masiva oleada de inmigración que ha puesto a prueba su capacidad de amortiguar y superar desastres humanitarios de grandísimas proporciones; otro es el desafío terrorista a las políticas de algunos de sus estados miembros en el Cercano Oriente. Con los atentados de París, ocurridos el pasado 13 de noviembre, el Estado Islámico ha jugado la carta de confundir estos dos problemas con el fin de acelerar la polarización política de la cual espera beneficiarse. ¿Caerá la Unión Europea en este juego?
Como Europa no es Europa sino la suma de varios estados europeos, lo que hagan los líderes nacionales va a determinar la forma en la cual se resuelva el desafío humanitario y el desafío terrorista. Puesto que cada líder responde a audiencias distintas, incluida la audiencia particular de quienes los eligieron, y como cada país experimenta esos desafíos de distinto modo, la Unión Europea encontrará difícil dar una respuesta que supere la miopía y mezquindad que ha mostrado hasta ahora.
De acuerdo con un estereotipo que ideólogos conservadores estadounidenses han contribuido a propagar, Europa encarna la voluntad de encontrar soluciones a los problemas globales mediante la diplomacia y el derecho, mientras que los Estados Unidos, atrincherados en su capacidad militar, lo hace de forma agresiva y egoísta.1 Supuestamente, Europa practica hacia afuera lo que practica hacia adentro. La verdad, como sucede con muchos estereotipos, es que las cosas son muchísimo más complicadas.
Aunque la gran mayoría de los europeos considera que su conciencia moral es mucho más refinada y juiciosa que la de los estadounidenses, de quienes además se burlan por su aparente ingenuidad, esa misma mayoría no tiene escrúpulo ninguno para defender tratados de comercio desiguales y políticas proteccionistas que mantienen a mucha gente en la pobreza. De ese proteccionismo hacen gala países como España y Polonia, quienes con ferocidad defienden los privilegios económicos que han podido extraer de sus demás socios europeos, sin mucha consideración acerca de lo que pueda ser el interés general del continente y mucho menos de la humanidad.
A la hora de responder al problema de la masiva oleada de inmigración causada por crisis políticas y penurias económicas, el acuerdo entre los europeos se ha dado por lo bajo. En efecto, la Unión Europea procura llegar a un acuerdo con Turquía, así como con los países del norte de África para contener el flujo de inmigrantes. A cambio de bloquearles el paso, Turquía espera recibir 3 mil millones de euros en los próximos dos años, además de otros beneficios como el ablandamiento de los requisitos exigidos a sus nacionales para obtener visas. Aunque la oferta a los países africanos es menor, la idea es sustancialmente la misma: impedir que más personas que huyen de la miseria o de regímenes opresivos o de ambas cosas lleguen a suelo europeo, a cambio de beneficios tales como ayuda económica y visas para empresarios, turistas y estudiantes.
Mientras tanto, ha quedado al descubierto que el mecanismo de toma de decisiones de la Unión Europea es tan ineficiente que países pequeños, con una población también pequeña, han podido rebelarse y negarse al cumplimiento de decisiones relativas a la acogida de los refugiados sin que hasta ahora haya habido mayores consecuencias. En efecto, los países bálticos, Estonia, Letonia y Lituania, así como los países centro-europeos que hacen parte del Grupo Visegrád, la República Checa, Eslovaquia, Hungría y Polonia, se han opuesto una y otra vez al sistema de cuotas impulsado por Alemania, Francia e Italia. Lo hicieron en la reunión de primeros ministros en junio, julio y septiembre.
La respuesta a la crisis humanitaria causada por la oleada de inmigración, ya deficiente, se verá aun más entorpecida y enredada por cuenta del desafío terrorista del Estado Islámico. De acuerdo con archivos que fueron encontrados en la casa de Samir Abd Muhammad al-Khlifawi, luego de que éste fuera asesinado, hemos podido saber que los líderes de esa oscura entidad política no son fanáticos religiosos sino fríos estrategas que han identificado y explotado las debilidades de los regímenes sirio e iraquí para el logro de sus objetivos. Esa frialdad calculadora es también la que ha quedado manifiesta en en la manera en la cual el Estado Islámico difunde sus mensajes: mientras que para la audiencia occidental son fríos y coherentes, para la audiencia de los territorios que aspiran controlar son sangrientos y brutales.
Por esta razón, no deberíamos equivocarnos acerca del significado de los atentados cometidos en París: son parte de una estrategia destinada a aterrorizar a la población, movilizar adherentes y dividir y polarizar a las sociedades europeas con una proporción significativa de habitantes musulmanes. En un juicioso análisis, Kenan Malik ha destacado dos hechos que deberíamos tener muy en cuenta. El primero es que los terroristas no escogieron objetivos directamente asociados con el estado francés, responsable de una campaña de bombardeos contra el Estado Islámico. En vez de atacar instalaciones militares o edificios del gobierno, los terroristas hicieron sus atentados contra lugares que práctica y simbólicamente están asociados con la vida multicultural francesa: por un lado, un teatro, cafés, bares y restaurantes caracterizados por la diversidad étnica y cultural; por el otro, el Estadio de Francia, donde una selección multiétnica le dio a Francia la victoria en una copa mundo de fútbol.
El segundo hecho a tener en cuenta es que los terroristas involucrados en estos atentados son ciudadanos europeos, de ascendencia árabe, no inmigrantes en busca de refugio. El primero de los atacantes en haber sido identificado después de muerto ha sido Ismaïl Mostefai, un hombre de 29 años, de la población de Courcouronnes, al sur de París. Salah Abdesalam, de 26 años, nacido en Bruselas, ha sido otro de los atacantes identificados. Un tercer atacante ha sido el hermano de este último, Ibrahim Abdesalam.
Todavía no se ha establecido si el pasaporte sirio de un hombre que entró como refugiado a Grecia y luego pasó por Serbia pertenecía o no a uno de los atacantes. Patrick Kingsley, en un artículo publicado por el periódico The Guardian, ha dado dos razones por las cuales deberíamos ser escépticos acerca de la asociación entre refugiados y terroristas. La primera es que el Estado Islámico desprecia a los refugiados pues estos desacreditan la idea de que el califato que pretenden establecer es la mejor protección que podría obtener la población siria. La segunda razón es que hay un mercado de pasaportes sirios en Europa luego de que se ablandaran los requisitos para obtener asilo a las personas provenientes de Siria. El artículo de Kingsley contiene un enlace a un tuit que muestra como un periodista holandés logró obtener uno para su primer ministro.
Para la extrema derecha europea, estos matices le tienen sin cuidado. Al día siguiente de los atentados terroristas en París, el Ministro de Asuntos Europeos de Polonia dijo que, luego de estos hechos, no veía “la posibilidad política de respetar el plan [de cuotas establecido por la Unión Europea].” El Frente Nacional en Francia aún no se ha pronunciado sobre los atentados. Madani Cheurfa, citado por Kim Willsher, conjetura que lo haga después de que hayan pasado los tres días de duelo y que interpele a los ciudadanos con su mensaje xenofóbico en los términos de, “se los dije”. A diferencia del ataque al semanario Charlie Hebdo, en el cual los símbolos comprometidos fueron la libertad de prensa y la secularidad de la república, los ataques del 13 de noviembre afectaron a ciudadanos ordinarios, quienes podrán encontrar esta vez más atractivo el mensaje del Frente Nacional.
Por razones distintas, la extrema derecha polaca y francesa cosechan apoyos para una política que confunde la respuesta a la crisis humanitaria desatada por la oleada de refugiados y la respuesta a la amenaza terrorista del Estado Islámico. Polonia no parece haber llevado a cabo una revisión histórica de sus prejuicios nacionales. El imaginario de una nación víctima de sus poderosos vecinos, Rusia y Alemania, parece conspirar contra la admisión de su responsabilidad en una muestra de inhumanidad a gran escala como lo fue la expulsión de millones de alemanes al final de la Segunda Guerra Mundial. Aunque no hay un número preciso, se estima que el número de expulsados puede estar entre 8 y 10 millones. Durante la expulsión, se estima que murieron entre 600.000 y 1.2 millones de alemanes. Si bien las autoridades polacas admitieron la responsabilidad de su país por esos hechos en 1995, en una encuesta realizada en 1996 la mayoría de la población polaca se mostró reticente a cualquier muestra de arrepentimiento por lo hecho por sus antecesores. Por esta razón, cuando intelectuales polacos justifican la negativa de los gobiernos de Europa del Este a recibir refugiados con argumentos tales como que esos países son étnicamente homogéneos y no tienen una tradición ocupación colonial, uno debe sospechar: la racionalidad de la argumentación puede ser una mera racionalización defensiva de una mezquindad y un resentimiento bastante profundos.
En Francia, donde ocurren exactamente las condiciones opuestas, esto es, pasado colonial y heterogeneidad étnica, la extrema derecha puede cosechar los beneficios políticos de una política anti-inmigrante por causa del fracaso del modelo de integración del estado francés. A diferencia de muchos otros estados europeos, Francia se ha preciado de tener un modelo de ciudadanía muy cercano al que tenemos en el continente americano y muy diferente al que tuvo Alemania hasta finales del siglo pasado: en Francia la ciudadanía se adquiere por referencia al suelo, no a la sangre. Sin embargo, Francia nunca logró corregir la rigidez de su estructura social y política. Como lo admitió su Primer Ministro luego del atentado contra el semanario Charlie Hebdo, en Francia el estigma hacia personas con nombres distintos y con color de piel diferente han creado una división tal que se ha configurado un “apartheid territorial, social y étnico.”
Alemania, por su parte, se debate entre la respuesta xenofóbica, que prevalece en la antigua Alemania Oriental, donde como en Polonia tampoco parece que haya habido una revisión histórica de los prejuicios nacionales, y la respuesta humanitaria que de forma espontánea han dado miles de ciudadanos. Por esta razón, en un artículo publicado por el seminario Der Spiegel, varios autores se han preguntado, qué lado de Alemania prevalecerá en la crisis de los refugiados: el oscuro o el brillante.
De este lado brillante hay numerosos testimonios. Uno es el de una pareja gay que hospedó en su apartamento a 24 refugiados provenientes de Siria, Irak y Afganistán, tan elocuente que lo voy a citar aquí.
“Es especialmente en los malos momentos cuando se debe hacer balance. El mío luce así: desde el mes de julio, 24 personas de Siria, Afganistán e Irak se han alojado con nosotros.
“Los cuchillos siguen ahí, justo donde los dejé sobre la tabla de cortar, antes de que invitados de Siria o Irak llegaran.
“Las llaves de nuestro dormitorio nunca se han usado, a excepción de la vez que un querido invitado de Afganistán las usó como juguete para los gatos. Nuestros cuatro gatos, viejos y gordos, se lo pasaron tan bien como él.
“Pero, volviendo a los cuchillos: lo único que se ha “matado” con ellos ha sido un par de cebollas, mucho ajo y todavía más carne.
“Mario y yo todavía vivimos. Quizás incluso de un modo más intenso que antes. Sí regresaremos a nuestra “vida normal”.
“Por favor, ¿Qué está pasando? Ningún musulmán de los que se quedó aquí intento matarnos mientras dormíamos. Ninguno nos insultó porque fuéramos dos hombres compartiendo una cama a medias. Nadie en ningún caso dijo que prefiriera la ley Sharia sobre la Constitución alemana. Ninguno hasta ahora no ha lamentado haber dejado su país.
“Si tuviéramos que contar alguna mala experiencia, solo diría que nuestros nuevos amigos usan demasiada sal y azúcar. Nada que no se pueda solucionar con una compra en el supermercado.
“¿Dónde esta entonces el proceso de “islamización” de Alemania? Quizá se quedó en algún lugar de la ruta de los Balcanes -el camino que recorren muchos refugiados hasta llegar a Europa a través de Hungría-. Para los “alemanes preocupados” esa «islamización» llegará, sin duda. Si no ahora, será en 2016, 2017, 2018…
“La verdadera decepción para nosotros llega en forma de un SMS cualquiera, de amenazas de muerte en la calle o de cartas insultantes dejadas en la puerta de casa.
“O simplemente de los amigos de la escuela, que prefieren citar a Alternativa por Alemania (AfD) -partido euroescéptico y conservador- y quejarse. En vez de enfrentarse a la crisis, es preferible llorar como si no hubiera un mañana. ¡Despertad de una vez!
“Como si se pudieran parar los movimientos migratorios. Como si se tuviera alguna influencia sobre la guerra. Como si no tuviéramos todos responsabilidad del horror y el dolor que ocurre en el mundo.
“Puede ser el que Islam no pertenezca a Alemania. También pude ser que el diablo esté en todas las religiones. Quizá tenga que seguir luchando los próximos diez años por mis derechos como homosexual. Puede ser también que, en algún momento, caiga en la cuenta de que también he cometido errores.
“Todo es posible, nada es obligatorio. ¿Quién sabe lo que ocurrirá algún día? Lo que sí sé con certeza es que este verano y este otoño han cambiado nuestras vidas. Podéis estar ahí para otros. O simplemente podéis seguir teniendo miedo. En ese caso lo lamento. Siento pena por aquellos que viven instalados en el miedo.”
Testimonios como éste permiten comprender que el liderazgo de Angela Merkel en relación con el tema de los refugiados no es un acto aislado. Merkel ha ganado una inusitada estatura moral gracias a de declaraciones tales como, “Wir schaffen das” (Saldremos adelante), hechas para apaciguar la ansiedad de quienes no creen que Alemania pueda absorber el shock de la oleada de refugiados, así como a declaraciones en las cuales ha dejado entrever que los alemanes tendrían que buscar otra canciller si no la respaldan. Como lo destaca un observador de la política alemana, Christian Schnee, Merkel es una política calculadora y astuta, que nunca ha dejado de mirar las encuestas comisionadas quincenalmente.
Mezquindad en Hungría (la periodista Petra Lázló le puso zancadilla a un refugiado sirio que huía de la policía con su hijo en brazos), magnanimidad en Austria (miles de voluntarios recibieron a los refugiados provenientes de Hungría), uno podría seguir país por país con el fin de ver el clima moral en relación con los inmigrantes para ver qué tipo de respuesta darán sus líderes a los desafíos actuales. Sin duda, la variedad de las respuestas nacionales complicarán todos los intentos por llegar a un acuerdo acerca de la crisis humanitaria causado por la oleada de refugiados. En el entretanto, la idea de una Europa construida sobre ideales humanistas, la misma que adoptó la Oda a la Alegría de Beethoven como su himno, se desvanece en la realidad cotidiana del estancamiento económico, la austeridad fiscal, el déficit democrático y la xenofobia. El riesgo de que en estas condiciones la Unión Europea caiga en el juego del Estado Islámico es bastante alto.
Y nosotros, en Colombia, con millones de refugiados en el interior y de exiliados en el exterior, ¿en qué juego ya hemos caído?
1El más destacado proponente de este prejuicio en los Estados Unidos es Robert Kagan en su libro, publicado en el 2004, Paradise and Power: America and Europe in the New World Order. Kagan defendió la política de George W. Bush de invadir Irak y se expresó con mucho desprecio respecto de la actitud de varios estados europeos que se negaron a unirse a la empresa económico-militar de los Estados Unidos. En la siguiente década, su esposa, Victoria Nuland, hizo comentarios de un tono mucho más despreciativo hacia los europeos por su aparente falta de resolución en la crisis política en Ucrania. Al mencionar su preferencia por una mediación de las Naciones Unidas y no por la Unión Europea, Nuland agregó, “Fuck the EU.”