“(…) Historiadores como Marco Palacios y Gonzalo Sánchez, en desarrollo de sus actividades académicas ubican el periodo denominado La Violencia entre los años 1930 y 1960. No obstante, parece que en Colombia se ha prolongado de manera consensuada este ciclo de guerra hasta la actualidad, dejando evidencia de un relato cruento y difícil de asimilar.”
Por: Germán Andrés González Cabarcas
En varias ocasiones, cuando caminábamos por la carrera Séptima en el centro de la ciudad de Bogotá, mi papá intentaba comentarme un hecho histórico o recapitular una situación de violencia del siglo XX en Colombia, partiendo siempre, de la narrativa que con seguridad había heredado de mis abuelos. Desde su postura liberal, uno de esos días me narró cómo los conservadores, en cabeza del expresidente Mariano Ospina Pérez, decidieron financiar de manera “indirecta” las ideas godas y autoritarias de un grupo de personas de la vereda Chulavita, en el departamento de Boyacá.
Tratando de recodar los detalles de esta historia, no tuve otro remedio que releer algunos apuntes académicos en donde encontré que, Historiadores como Marco Palacios y Gonzalo Sánchez, ubican el periodo denominado La Violencia entre los años 1930 y 1960. No obstante, parece que en Colombia se ha prolongado de manera consensuada este ciclo de guerra hasta la actualidad, dejando evidencia de un relato cruento y difícil de asimilar. Uno de los protagonistas de esa historia son los grupos paramilitares, pero para entender su evolución, transformación e incidencia en nuestro país, es necesario reconocer su origen como bien ilustraba mi papá.
Es innegable que, desde finales del siglo XIX, se intensificó una serie de conflictos por la propiedad de la tierra en Colombia. Ante este hecho, los latifundistas y oligarcas decidieron fundar grupos privados armados para la protección de sus parcelas por las posibles amenazas de colonos y campesinos sin tierra. Lo anterior, dio origen a la primera línea alterna al monopolio de las armas del Estado, siendo este un abrebocas del paramilitarismo en el territorio nacional.
Como lo mencionan Orlando Fals Borda, Germán Guzmán Campos y Eduardo Umaña Luna en su libro La Violencia en Colombia, nuestro territorio ha venido sufriendo el impacto de una dura prueba desde 1930, sin embargo, esta se agudizó en el año 1948, cuando tres disparos dirigidos a la espalda de Jorge Eliecer Gaitán provocaron que en la historia de Colombia se confirmara una división corrupta de intereses políticos individuales e ilegítimos por la obtención de la tierra y el control del poder estatal.
El gobierno conservador del presidente Mariano Ospina Pérez, con el alma intacta ante este magnicidio, decidió que la mejor manera de recomponer el orden democrático y contener a la población liberal era reclutando a una estirpe conservadora informal que se rezagaba en las periferias de Boyacá. Como consecuencia, el Gobernador de este departamento llamó a las armas a un grupo de ciudadanos oriundos de la vereda Chulavita con el único fin de armarlos y comandarlos por una carretera sin regreso, mediando como bandera el temperamento autoritario y nacionalista del Partido Conservador. Fue así, que, llegada la noche del 9 de abril, en la radio se anunciaba la muerte de alrededor de 3.000 personas en lo que se denominó en los libros de historia: El Bogotazo.
A partir de ese momento, los hostigamientos, abusos, homicidios y torturas fueron la rutina característica y constitutiva de Los Chulavitas, primer grupo paramilitar en Colombia que, sin mediar afecto, obligaba a sus víctimas – campesinos limpios y comunes – a desprenderse de las posturas liberales, comunistas o ajenas al movimiento político conservador.
Dentro de las prácticas más frecuentes de este colectivo paramilitar, se encontraban las humillaciones constantes a los campesinos liberales, obligándolos a sentarse desnudos sobre superficies de hielo o simplemente hacinándolos por docenas en lugares con una cabida no mayor a los tres metros cuadrados. Si lo anterior resultaba inútil, los desmembraban con machetes o apagaban sus vidas con disparos a quema ropa bajo una doctrina conservadora que buscaba segregar cualquier indicio de comunismo que atentara contra la democracia, la libertad y el cristianismo. Práctica que sin duda suena familiar en la actualidad.
Estos antecedentes premeditados, sin duda lograron que el movimiento paramilitar evolucionara en Colombia y pasará a ser la base de Los Pájaros (1952), las Autodefensas Unidas de Colombia – AUC (1997) y, actualmente, el Clan del Golfo (2006), quienes desde entonces utilizan estrategias similares a las desarrolladas por Los Chulavitas para intensificar un odio en las cordilleras de nuestro país y luchar contra las guerrillas por el control del narcotráfico y desestabilizar La Paz territorial.
Es aquí, en este quiebre de la historia, donde se empezó a ofrecer un concepto de guerra déspota y tradicionalista para en el futuro brindar de manera hipócrita una sensación de seguridad por parte del Estado. Pensar distinto en Colombia, ha sido desde entonces, sentenciarse a leer un panfleto amenazante, donde se encuentra estipulada la fecha de caducidad de las ideas por culpa de la presunta complicidad estatal y el pensamiento irracional de unos cuantos políticos ligados a sus intereses individuales. Bien hacía Eduardo Umaña Luna al mencionar que, estos grupos eran como un “Ku Klux Klan” criollo de fichas intercambiables que van siempre “volando” de un lugar a otro, utilizando funcionarios públicos y personas vulnerables fácilmente adiestradas para la comisión de sus conductas ilegales en favor del poder estatal.
Con todo esto, no mentía mi papá al afirmar, que querer la paz en Colombia es sin duda el deseo de morirse por la ausencia o por la violencia suspicaz, sin embargo, no debemos olvidar que la mayoría de personas que habitamos este territorio estamos agotados de este discurso asesino e invasor, y, les aseguro, que en los años venideros no se permitirá que se difundan los vicios de poder y el odio reiterativo hacia la construcción de la reconciliación porque nuestro país más que Café y Cocaína, es Paz y ruralidad.
Observatorio de Tierras
El Observatorio de Tierras es una iniciativa académica que reúne grupos de investigación de la Universidad Nacional de Colombia (IEPRI), el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (Facultad de Jurisprudencia) y la Pontificia Universidad Javeriana sede Cali (investigador asociado Carlos Duarte) y sede Bogotá (facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales).