Con los pies en la tierra

Publicado el Observatorio de Tierras

La tragedia de quienes producen

Por: Alfonso Javier Lozano Valcárcel

Hay ideas que se hacen famosas. Nadie sabe por qué ni cómo, pero de alguna manera existe una serie de creencias que se niegan a desaparecer en el tiempo. Estas ideas se usan de múltiples maneras, desde jóvenes con crestas tratando de tramar a alguien hablando de anarquía hasta “coaches” (lo que sea que sea eso) hablando de la importancia de la resiliencia como el atributo fundamental para triunfar en el emprendimiento. Claro, unas viven más que otras, pero algo que siempre me ha sorprendido es cómo a una idea se le puede dar usos tan distintos en contextos tan variados. Es casi como si las disciplinas que estudiamos fueran tan imaginarias como las fronteras que dividen nuestros países.

Pues bien, la idea que quiero explorar en este espacio es famosa dentro de algunos círculos: la tragedia de los comunes. Yo la he encontrado en más de una ocasión como un argumento a favor de la propiedad privada, pero también se utiliza para la gestión de recursos naturales. Según esta idea, un bien comunal está condenado a no ser sostenible en el tiempo, porque cada persona con acceso a este bien obtendrá tanto beneficio como le sea posible y esto termina socavando este bien y fregando a las demás personas.

Ahora, y sin el permiso de quienes se dedican a esto, le voy a proponer la siguiente blasfemia económica: imaginemos que la demanda es un bien comunal para quienes producen. Es decir, para la mayoría de los productos la demanda cumple con características que se le atribuyen a los bienes comunes: no es privada, dado que nadie puede excluir a otras personas de suplirla, y tampoco es pública porque sólo un grupo de personas están en la capacidad de atenderla.

Pero bueno, muy bonita la analogía y todo, pero ¿y eso qué? No sé si acuerden del final del año pasado (2020) cuando productores de papa llevaban bultos a las carreteras para poder venderlas debido a una baja absurda en los precios. Yo sé que ahí la importación tuvo algo que ver, pero los precios también se vieron afectados por un exceso de producción.

Y es que cada productor busca producir tanto como puede. Cada hectárea que se prometa ser rentable sembrada con papa va a ser sembrada con papa y cada productor va a intentar vender tanta papa como le sea posible. El problema radica en que si a todos les va bien cosechando, la cantidad de papa lleva a que los precios se desplomen y lleguen a ser incluso inferiores al costo de producir ese alimento.

Ahí es donde creo que se puede mirar como una tragedia similar a la de los bienes comunes. Cada persona produce tanto como puede, pero la suma de la producción de cada persona termina haciendo insostenible todo el proceso. Acá las soluciones que se suelen dar para la tragedia de los comunes parecen ridículas: no tiene sentido pensar en la privatización de la demanda y el control por parte de un gobierno centralizado de la producción simplemente no va a pasar.

Afortunadamente, ya sabemos que existe una tercera opción para lidiar con la tragedia de los comunes. Elinor Ostrom mostró en 1990 cómo en múltiples lugares del mundo las comunidades han logrado regular el uso de recursos comunales de manera exitosa. Es más, ella incluso dio una serie de pautas que las comunidades que han administrado exitosamente este tipo de recursos tienen en común.

Si no estoy profundamente equivocado, esto es lo que hacen las asociaciones de productores en otros lados del mundo. Es decir, las granjas estadounidenses y europeas no botan leche porque sí. Tienen sistemas y reglas que les permiten a sus asociados mantener ingresos incluso cuando nadie les compra su producto. Y la comparación no puede ser más esclarecedora: mientras los campesinos y campesinas de Boyacá quedaron a su suerte vendiendo bultos en la carretera en plena pandemia, los granjeros y granjeras de Nueva York y Wisconsin botaban la leche que no podían vender con la tranquilidad que sus cooperativas les pagarían.

Ah, si la política pública para el campo abandonara ese socialismo bancario, en el que lleva por lo menos desde que tengo memoria, y se concentrara en mejorar las condiciones para las comunidades; o si por lo menos el gobierno se esforzara en proteger los procesos organizativos del campesinado, en lugar de tratar de redefinir qué es una masacre e inventar cuentos sobre el genocidio de los y las líderes del campo, de pronto así lograríamos aplicar esas cosas que se saben desde hace treinta años y evitaríamos tanta tragedia.

 

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