Por: María Camila García Tapias 

¿Cuántas personas viven en el campo? ¿Quiénes laboran en el sector agropecuario siendo este el segundo sector productivo con más valor nacional luego de la extracción de petróleo? ¿Quién cosechó la papa que compré en un mercado cerca a mi casa? Los campesinos, por supuesto; población donde se concentraba para 2020 el 24,2% de los ciudadanos según cifras del DANE.

A pesar de ser un porcentaje relevante de los habitantes colombianos, no hay una representación adecuada de los mismos. Lo anterior, sumado a que es una población vulnerable. De hecho, según Luz Elena Santacoloma en la revista Entramado, “hay una gran población de productores campesinos que afrontan situaciones de pobreza y marginamiento, como resultado del desamparo Estatal, expresado en el bajo acceso a mercados, escasa asistencia técnica, altos costos de transacción y acceso reducido a salud y educación”.

Adicionalmente están los impedimentos para laborar la tierra como el vivir en un territorio en medio de conflicto, el desplazamiento forzado y el trabajo mal remunerado. Esto último se ve en el hecho de que en ocasiones los costos superan las ganancias, pues resulta más barato dejar que se pierda un producto a pagar el transporte e intermediarios para que se pueda vender. Entonces, es claro que en el territorio hay una comprensión limitada acerca de cuáles son los roles de aquellas personas que no viven en zonas urbanas. No obstante, hay una población en el campo que es incluso más vulnerable y estas son las mujeres, que representan el 48.3% de la población rural según el DANE.

Según el Instituto Colombiano Agropecuario, la principal dificultad que debe enfrentar esta población es el aislamiento y desprotección pues hay una falta de acceso a servicios de salud y seguridad en regiones más apartadas. Adicionalmente, se perpetúan ciertos estereotipos y roles establecidos pues hay expectativas y normas sociales que se consideran como los apropiados para mujeres y hombres, que solo logran promover la desigualdad de género. Por ejemplo, según el Resumen ejecutivo de la Situación de las mujeres rurales de Colombia publicado en 2021 por el DANE, hay ciertas creencias por parte de la mayoría de los hombres rurales que está de acuerdo o muy de acuerdo con que la cabeza del hogar debe ser el hombre. En el mismo informe se registró que el 46,1% de los hombres y el 35,7% de las mujeres están de acuerdo o muy de acuerdo con que la meta principal de una mujer debería ser casarse y tener hijos/as.

Estas creencias, adicional a una tradición que las une al hogar, generan que el espacio donde más se desempeñe la mujer rural es el trabajo no remunerado pues según el ICA  “más de 5 millones 760 mil mujeres rurales que hay en Colombia desempeñan actividades del hogar y netamente agropecuarias. Son reconocidas por llevar las “riendas del hogar” y se caracterizan por su resiliencia. Un gran porcentaje de ellas, son víctimas de la violencia y el desplazamiento”. En las zonas rurales, según cifras del DANE, la Tasa Global de Participación de hombres en zonas rurales supera a la tasa de mujeres, esto pues la mayoría de las mujeres inactivas en el mercado laboral se dedican a actividades de trabajo no remunerado .

No obstante, estas labores que realiza la mujer rural están sujetas a no ser reconocidas al no traer un beneficio económico directo. A pesar de que trabajen más horas en el mantenimiento del hogar, la asistencia en la producción y las labores reproductivas que vienen sujetas a su género, su participación sólo es pensada como un apoyo a los hombres.

Como solución a esto el Estado propuso la instauración de la Ley de la Mujer Rural 731 de 2002, que busca mejorar la calidad de vida de la mujer rural y que haya una mayor equidad con los hombres, a la vez que se vinculan varias entidades para que estos objetivos se cumplan. Sin embargo, hace falta una transformación profunda de la definición de mujer en el campo y los roles que se supone que deben cumplir, así como una educación en zonas urbanas y rurales de este rol interseccional de ser mujer campesina. La baja representación de esta población también hace que sea más difícil reconocer el aporte que estas mujeres tienen como creadoras del espacio rural y la comunidad que está establecida en torno a este. Es necesario generar a su vez más espacios para el diálogo y la educación, así como instar a que se lleven a cabo propuestas para el problema de pobreza en el que se encuentra gran parte de esta población vulnerable.

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