11.047 días han pasado desde que la revista institucional del Cinep/Programa por la Paz, Cien Días, ha visto desde sus letras la situación social, económica y política de Colombia. No obstante, más allá de sus artículos, esta publicación ha puesto en el centro del debate una multiplicidad de factores que hacen parte del día a día del Estado. La violación a los derechos humanos, crisis económicas y sociales, reivindicación de las luchas campesinas, movimientos populares, entre otros, han sido temas de esa mirada trimestral desde 1988 hasta nuestros días.
Gustavo Gallón, director y fundador de la Comisión Colombiana de Juristas; Francisco de Roux S.J., hoy presidente de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No repetición; y María Teresa Herrán, abogada y periodista de trayectoria son solo algunos de los personajes que comenzaron este proyecto. Alejandro Angulo, S.J., otro de los investigadores que dio el primer paso para construir y publicar esta revista, habló sobre el nacimiento de Cien Días. Sus retos, objetivos y ‘lecturas’ que hacían (y hacen) del Estado y la sociedad colombiana fueron algunas de sus reflexiones.

Pregunta: ¿Cómo veían a Colombia en 1988?
Alejandro Angulo, S.J.: La veíamos como una premonición de lo que ahora se ha formulado, y es que se mira a los movimientos sociales y la protesta social como algo ilegal, inmoral y poco patriótico. Para nosotros era claro que la desigualdad colombiana producía una población muy grande con necesidades básicas insatisfechas y que, por consiguiente, esa población tenía el derecho de manifestar su descontento y pedir el remedio a esa situación.
La idea de Cien Días era ofrecer a esas poblaciones elementos suficientes y apropiados para sustentar sus propuestas y protestas, de tal manera que no solamente se manifestara la indignación, sino que al mismo tiempo se pudieran proponer sus funciones creativas. Era un periodo que había sufrido la reacción de lo que se llamó la Seguridad Nacional y que fue patrocinada por el presidente Turbay Ayala y promovida, sobre todo, por los altos mandos militares.
P: ¿Cómo ‘leían’ al Estado en ese entonces?
A.A., S.J.: El Estado se leía como una oligocracia o una plutocracia… o la mezcla de las dos. Por consiguiente, se veía una necesidad urgente de la participación política de toda la población en las decisiones que le concernían. Desde ese momento, se veía al país gobernado por personas que no conocían su país, a su población y que, por lo tanto, no estaban atentas a sus necesidades, y no entendían sus protestas.
P: Además de esas luchas reivindicativas, ¿qué otras cosas buscaban con Cien Días?
A.A., S.J.: El dar a conocer, fuera del país, la situación real de política oligárquica, economía de explotación esclavista y sociedad exclusiva, clasista y racista con las que coexistían las minorías indígenas y campesinas… que en realidad son mayorías, pero políticamente no tienen ni voz ni voto. Veíamos que había un racismo cultural que mostraba que los ‘hermanitos menores’, como definen los indígenas a la oligarquía, no entendían absolutamente las necesidades de los ‘hermanos mayores’, que son quienes conocen su tierra, conocen cómo explotarla sin dañarla, cómo aprovechar la riqueza del país sin despilfarrarlo y sin arrasarlo como lo hace la economía capitalista.
P: ¿Hubo obstáculos?
A.A., S.J.: Hubo obstáculos… incluso la forma típica colombiana de hacer una censura indirecta, que no se proclamaba por los medios de comunicación. Se hacía sentir que tal artículo o tal afirmación no eran del gusto del Palacio de Nariño y, también, tuvimos problemas con el Palacio Arzobispal. De modo que, realmente, Cien Días tuvo varios enemigos en la Plaza de Bolívar por los cuatro costados.
P: El enfoque de la Teología de la Liberación influyó ahí…
A.A S.J.: Sin duda alguna… precisamente uno de los números de Cien Días fue la explicación y justificación de la huelga bancaria que hubo en esa época y que se apoyó con una misa campal en la Plaza de Santander… esas eran manifestaciones de la Teología de la Liberación. Los temas que se barajaron tanto en la homilía de esa misa, como en la publicación, eran justamente la necesidad de la liberación del pueblo que está esclavizado por unos grupos oligárquicos que los desprecian. La palabra ‘campesino’, en esa época, era un insulto en Colombia. Lo mismo que la palabra ‘indio’ o ‘negro’. Hoy aun manifiestan el racismo, pero ya no tienen la carga de desprecio hacia alguien que tenía que trabajar con sus propias manos, o alguien que no tenía el color de la burguesía bogotana.

P: ¿Para quiénes se pensó esta revista?
A.A S.J.: Los comunicadores nos critican que no teníamos bien determinado el objetivo y, por consiguiente, los destinatarios de la publicación. Eso dentro de la ciencia de la comunicación es un error fundamental. Entonces, la revista tenía un estilo que, como era hecho por académicos, estaba más bien comprensible para académicos y dirigido hacia ellos, con la pretensión de que los sectores populares, que no hablan ese lenguaje, también comprendieran.
Entonces esa fue una crítica y no creo que la hayamos remediado (risas). A pesar de que se usaron muchos números de Cien Días como textos para talleres con grupos de trabajadores agrarios, industriales o grupos juveniles barriales…en esos momentos se notó ese desfase del lenguaje y de la intención. La denuncia no era muy comprensible… pero el pueblo encuentra la forma de traducir esas cosas.
P: ¿Cómo percibían la situación internacional, sobre todo, la relación con Estados Unidos?
A.A S.J.: Con la crítica que hizo la Teología de la Liberación, se incidió en ese aspecto de la relación entre Colombia y USA. La revista lo decía con los mismos términos: “la dirigencia colombiana está arrodillada ante los Estados Unidos… cumplen sus condiciones y se ven manifiestos en la insistencia de los tratados de libre comercio… ¡en un mundo en el cual ningún comercio es libre!, sino que es absolutamente hegemonizado por los que tienen más dinero y más recursos”.
Ya en ese momento apareció que uno de los temas neurálgicos en esa relación iba a ser el cultivo de la coca. Aunque en esa época el problema era todavía peruano y boliviano, no colombiano. En la actualidad se volvió colombiano.
P: ¿Cómo se percibió el asesinato de Elsa Alvarado, Mario Calderón y Carlos Alvarado?
A.A S.J.: La primera reacción fue un choque brutal… Entonces la idea fue que tocaba bajarle el tono a la denuncia y, también, cuidar un poco más los términos de tal manera que se hiciera un estudio más científico de los defectos que señalaban al sistema. Y en ese momento se reaccionó con el silencio y con la moderación. Pero, posteriormente, ya pasado el momento más trágico y doloroso, Cien Días recuperó su posición crítica. Aunque creo que también cambió el lenguaje a uno más moderado.
P: Entonces hubo autocensura…
A.A S.J.: Sí… diría que sí… la primera reacción fue de autocensura.

P: ¿Qué continuidades de la situación colombiana identifica desde 1988 hasta hoy?
A.A S.J.: La primera es la importancia de la defensa de los DD.HH. Desde el primer número concebimos que un artículo sobre la situación de los DD.HH., en ese momento, era imprescindible. Se mantuvo esa convicción. Y si se mira la colección de la revista se puede hacer un seguimiento de la situación de DD.HH. El otro tema continuo ha sido el de las luchas sociales…
Se ve que son dos temas que no se tocan, o se tocan de manera inadecuada en la comunicación porque, al fin y al cabo, ahí se juega también la política. Los DD.HH. evidentemente son antigobiernistas porque así nacieron: como una protesta de las clases populares y también de los inconformes de la clase media.
P: ¿Qué discontinuidades se han presentado desde que se publicó esta revista hasta hoy?, ¿ha cambiado el panorama?
A.A S.J.: Ya la lucha campesina no tiene la fuerza que tenía en sus comienzos donde estaba la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC). Cuando la desbarataron, las luchas campesinas quedaron reducidas a estas protestas puntuales, pero ya no una protesta nacional que tenga el peso que tenía en ese momento.
Igualmente, se desbarató el sindicalismo no solo por problemas internos, sino por estrategias de la clase dirigente de dividir al enemigo, y entonces no hay en este momento un movimiento sindical tan fuerte como había al principio de Cien Días. Sí hay luchas pero son más ineficaces y menos fuertes que antes. Ahí cambia el estilo del estudio, porque ya no se analiza la organización sino simplemente se registran las luchas y se mira qué significado tienen esas manifestaciones de descontento.
P: ¿Pareciera que Colombia está destinada a continuar con políticas de violencia y exterminio del “otro”?
A.A S.J.: Si uno mira la historia, sí… porque realmente no ha habido una variación en ese campo. Hemos encontrado que la violencia sigue repuntando y que la distribución de la tierra sigue siendo el motivo por el cual aquí nos matamos para quitarles la tierra a los pobres y para implantar un modelo terrateniente.
P: ¿Sobre qué trabajar entonces?
A.A S.J.: Llevo varios años repitiendo que debemos trabajar sobre la organización de la población en todos sus niveles pero, sobre todo, en los niveles de las minorías étnicas y los trabajadores del agro y la industria. Habría que recuperar la fuerza del sindicalismo, que es lo que, evidentemente, está combatiendo el gobierno actual; y la fuerza de las ligas campesinas. A estas últimas lograron mostrarlas como insurgentes… entonces, el trabajo consiste en hacer esa organización de tal manera que se pueda probar que ahí no hay insurgencia, pero tampoco hay felicidad y contentamiento con las relaciones sociales tal como están.
Para qué hablar de República si el bien no es público, para qué hablar de democracia si el pueblo no puede participar…

P: Para usted, ¿qué claves editoriales debe considerar Cien Días para la situación actual de Colombia?
A.A S.J.: Insisto en que el capítulo de los DD.HH., que no se ha perdido nunca, se mantenga pero que se amplíe a la creación de un sistema de derechos. Tenemos una Constitución que dice que Colombia es un Estado de Derecho, pero no va más allá del papel o si no, no se haría toda esta crítica que hemos hecho hasta el momento sobre el rechazo a la participación popular en la toma de decisiones… así se maneja la política. La base de la democracia es que se participe en la toma de decisiones pero, además, en el control de los controladores. Eso lo tiene que hacer la población y esa parte es inevitable, eso no lo va a organizar el gobierno, lo tiene que inventar la población, además, cada uno en su propio territorio. Hay que aprender a hacerlo de una forma en la que no provoque la violencia. Despertará la hostilidad, el disgusto, pero que se aprenda a gestionar ese disgusto de una manera civilizada que es hablando y no matando.
P: En las primeras ediciones, las caricaturas hacían parte de la revista, ¿por qué hoy están ausentes?
A.A S.J.: Porque no tenemos caricaturistas (risas). Y porque creo que no ha habido la preocupación de conseguirlos. Porque los caricaturistas existen… y muy buenos… creo que ahí habría la posibilidad de buscar caricaturistas jóvenes y colaborar con esa producción que es muy importante en la crítica social. Pero no es por falta de artistas, sino por falta de iniciativa nuestra.
P: ¿Cómo ‘leen’, después de 30 años, al Estado?
A.A S.J.: La Constitución del 91 es un cambio claro y distinto. El haber logrado eso sin que mataran a ninguno de los constituyentes, ya es mucho. Ahora, de que del papel pase a la práctica, creo que tendremos muchos años porque es una idea muy distinta de la que tienen los dueños del poder y los dueños de la plata. Afortunadamente son pocos.
P: ¿Habrá Cien Días vistos por Cinep para rato?
A.A S.J.: Yo espero que sí… porque esas corrientes de izquierda civilizada que están apareciendo van a ser la fuente de inspiración de esta mirada trimestral que llamamos Cien Días.
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Por: Sergio Mahecha Jaimes / Oficina de Comunicaciones Cinep/PPP.