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Publicado el Hernando Llano Ángel

Ya llegó el 20 de enero: ¿Corralejas en Washington?

Ya llegó el 20 de enero: ¿Corralejas en Washington?

Hernando Llano Ángel

La posesión de Joe Biden parece estar más cerca de las corralejas de Sincelejo o de Sampués que a la ceremonia de investidura del mandatario más poderoso del planeta. Para evitar que tan trascendental acto se convierta en un show tragicómico, como el estimulado por Trump en el reciente asalto circense al Congreso, la explanada del Capitolio ya está militar y policivamente asegurada. El escenario hoy tiene más aspecto de campo de batalla que de transición democrática. Y así es, ya que no habrá realmente un relevo público en la presidencia, pues Trump no estará presente. Además, algunos de sus furibundos seguidores amenazan con un segundo round y culminar con éxito su reciente asalto y profanación fascista del Capitolio. La ausencia de Trump en la ceremonia de relevo es expresión no solo de su incapacidad para reconocer que fue derrotado, sino que es desde ya el comienzo de su feroz oposición antidemocrática. Porque la presidencia de Trump y su ruptura con las reglas del ritual democrático al no estar presente en la hollywoodense investidura pública de Biden, demuestra algo mucho más grave que su megalomanía patológica. Demuestra que la realidad y profundidad de las heridas sangrantes que aquejan a Norteamérica desde su nacimiento son hoy más graves y llevará generaciones sanarlas: la segregación racial, los prejuicios de la supremacía blanca, su nacionalismo imperial en decadencia desde Vietnam y la desigualdad social creciente, son lastres históricos que tienen desmantelada su agónica democracia y constituyen el mayor desafío para el Estado norteamericano, superior incluso al coronavirus. Un desafío que los cerca de 75 millones de votantes de Trump parecen incapaces de reconocer y mucho menos estar dispuestos a superar. Sus consignas irrealizables en la vida política mundial contemporánea como America First y el revival nostálgico de Make America Great Again, se convirtieron bajo la pandemia en una realidad tanática inimaginable. Hoy su chovinismo imperial se expresa en el mayor número de contagios del Sars-coV2 y de víctimas mortales que tenga país alguno. Cruel ironía. Su lema de America First se cumplió en forma siniestra enarbolando las banderas más queridas por la extrema derecha y el fascismo: autoridad, orden y defensa del mercado sobre las libertades públicas, la vida y la igualdad, valores propios de toda auténtica democracia. La incongruencia de ese credo de ultraderecha está a la vista de todos, aunque algunos ingeniosos se sitúan en el extremo centro, para ocultar así su verdadera identidad. Y si no logran persuadir a la mayoría, por lo menos promueven el desmantelamiento de lo poco que queda del Estado de derecho y lo convierten en un Estado de derecha, eso sí con “paz y legalidad”.

Trump ha sido despedido, pero el Aprendiz continúa su show

Sus delirios de estadista megalómano terminaron devastando la salud y la vida de sus conciudadanos, reavivando el fantasma del racismo y el ascenso del tribalismo político por las paredes del Capitolio, escenas apenas comparables a una corraleja. Este es el más peligroso legado que recibe Biden, la ruptura del consenso democrático entre los dos partidos históricos, expresado por el desconocimiento de Trump de la legitimidad y legalidad de los resultados electorales. A ello se suma la estela de cadáveres y de sufrimiento humano que supera las bajas de las fuerzas militares de Norteamérica en todos sus conflictos y guerras internacionales. Es probable que el 20 de enero dicha cifra alcance las 400.000 víctimas mortales o quizá la sobrepase. Tal es el “hecho alternativo” o la “realidad paralela” más significativa y deplorable que deja su mitomanía presidencial. Convirtió el sueño americano en una auténtica pesadilla mortal, superando incluso el thriller de Michael Jackson, con cientos de miles de zombis deambulando, ya no por las calles, sino por los centros hospitalarios de America First. Hoy Estados Unidos es la mayor morgue del planeta. Y, aun así, millones de norteamericanos parecen estar dispuestos a seguir a su rubicundo sepulturero hasta la tumba. Tienen la certeza que les robaron su triunfo, que se fraguó una conspiración para cometer un fraude electoral inocultable y que todo se debe a la existencia de un “Estado profundo” que gobierna tras bambalinas. Incluso muchos de esos seguidores todavía no llevan tapabocas, como afirmación de su identidad Trumpista y no reconocen la potencial mortalidad del virus, pues su héroe sobrevivió al mismo y lo derrotó, como un auténtico Superman. Y quizá esta capacidad de Trump de encarnar los héroes de celuloide norteamericanos explique en gran parte su liderazgo carismático. Especialmente cuando lo exhibe sin pudor como seductor irresistible y magnate exitoso, aspiraciones inocultables del norteamericano típico y de su sueño de felicidad, que Trump convirtió en inalcanzable por el aumento creciente de la desigualdad social y la disminución de impuestos a las grandes fortunas. A fin de cuentas, es cierto que redujo el desempleo como nadie lo había hecho antes, reactivó la economía interna, enfrentó a la China y hasta a la Unión Europea por su escasa financiación de la OTAN, y proyectó así el espejismo de que América era grande otra vez, pues nadie estaba por encima de ella. Ni siquiera el Acuerdo de Paris para contener la crisis climática, ya que el calentamiento global no existe, igual que el coronavirus es una gripa insignificante que la OMS, una costosa burocracia incompetente, aliada con la China, fue incapaz de alertar y contener oportunamente, según su relato. En fin, esa mezcla habilidosa de medias verdades y grandes mentiras, propaladas y sobredimensionadas por las redes sociales, terminaron convirtiendo en “hechos alternativos” puras ficciones, prejuicios, odios y fantasías que inextricablemente confieren identidad y sentido de vivir a millones de norteamericanos. Por no poder cumplir todo ello, el Aprendiz de estadista de Trump ha sido despedido del show de la democracia, pero está muy lejos de ser derrotado. Todavía se considera invencible y será muy difícil de controlar y expulsar de los escombros en que convirtió el campo de juego democrático.

Primero la familia y su patrimonio

Trump es un rival que se comportará como un vengador implacable, un enemigo mortal con una multitudinaria horda de seguidores. Todo un desafío para Biden, su partido y especialmente para sus copartidarios, los republicanos, que lo conocen y saben que están frente a un timador inescrupuloso, un tramposo inigualable e impune, como tantos otros que abundan en el mundo de la política y en nuestro ubérrimo terruño, que se precian de burlar los impuestos, cambiar a su favor las reglas del juego político y conservar casi intacta su imagen de salvadores y líderes insuperables. Incluso, se sienten capaces, cual monarcas de otrora, de postular a sus leales e incompetentes sucesores al “trono presidencial” o, en el remoto evento de ser expulsados del juego político, de instaurar una familia real, como parece que hará Trump con su hijo mayor, el exitoso empresario Donald Trump Jr y con su hermosa hija Ivanka, si es inhabilitado de por vida para postularse a cargos públicos. Como bien lo canta Rubén Blades, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida ¡ay Dios¡”. Cualquier parecido con nuestra realidad política no es coincidencia. Entre nosotros abundan las familias presidenciales con sus destacados delfines, que suelen confundir la patria con la fratría y sus prósperos negocios empresariales, agroindustriales, equinos y ganaderos.

 

 

 

 

 

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