Calicanto

Publicado el Hernando Llano Ángel

¿Votaremos para que la democracia sea un juego de suma positiva?

                ¿Votaremos para que la democracia sea un juego de suma positiva?

Hernando Llano Ángel.

Tal es la pregunta que todos los colombianos debemos responder entre el 29 de mayo y el 18 de junio. Una respuesta que, si bien es personal, tiene un alcance de carácter colectivo, público e histórico, pues terminará afectando la vida de todos en todas sus dimensiones, desde la sostenibilidad ambiental hasta la intimidad familiar y el futuro de muchas generaciones. Por lo tanto, no es simplemente un juego. Es una cuestión, aunque suene exagerado, de vida o muerte, prosperidad y equidad o mayor inequidad y violencia social. Por eso es válida la analogía de la democracia con la teoría de los juegos. Un juego de suma positiva es aquel en el que todos los jugadores, cumpliendo con las reglas del juego, siempre ganan algo significativo, por pequeño que parezca, y ello los impulsa a seguir jugando leal y legalmente. Es un juego en donde el resultado final es gratificante para todos, aunque obviamente no en las mismas proporciones e intensidad para cada uno de ellos. Tal es el mayor desafío para la democracia. Garantizar que todos los ciudadanos y ciudadanas ganan en su calidad de vida porque les brinda mayor margen de autodeterminación personal y colectiva, gracias a la satisfacción de sus necesidades básicas fundamentales. Por eso, el primer derecho que debe garantizar la democracia es la vida de todos, sin excepción alguna, excluyendo totalmente a la violencia de la disputa por el poder político estatal, así como de su uso frecuente para el ejercicio y la conservación del “orden público”. Para ello, precisamente, surge el Estado de derecho, en históricas y heroicas luchas contra el despotismo, el autoritarismo, el totalitarismo y las dictaduras, aunque estas formas de gobierno frecuentemente invoquen la salvación de la “democracia popular” o de las “libertades individuales y la propiedad privada”, como suelen hacerlo desde la extrema izquierda y la extrema derecha respectivamente. Ejemplos en nuestra Latinoamérica sobran, siendo sus máximos exponentes en el pasado Fidel Castro y Augusto Pinochet y hoy Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Jair M Bolsonaro. Más allá de sus doctrinas, que siempre agitan consignas heroicas y letales como la defensa y el fomento de Libertad,  la Patria, la Propiedad, la Seguridad y el Socialismo, sus resultados terminan siendo un juego de suma nula o cero, donde solo ganan los de su bando y pierden casi todo los del bando contrario, o, peor aún, culmina brutalmente en un juego de suma negativa, donde el conjunto de la sociedad pierde y la calidad de vida empeora gravemente para todos, como sucede en  los conflictos armados internos y los golpes de Estado. En nuestro caso, habría que reconocer que la democracia nunca ha sido un juego de suma positiva, pues sus reglas y sobre todo su funcionamiento real siempre ha terminado favoreciendo a unas minorías –los mismos con las mismas— negando a las mayorías sus derechos para una vida digna: empleo formal y productivo, propiedad privada o comunitaria, educación, salud, vivienda y convivencia social. En el pasado ese juego ha sido ganado por los mismos con ingeniosas fórmulas y reglas como las del Frente Nacional que, si bien cesó el enfrentamiento mortal entre liberales y conservadores con sus respectivas huestes de intolerantes y delincuentes, determinó que el Estado se repartiera “miti-miti” entre sus dirigentes y leales servidores durante 16 años. Supuestamente una fórmula democrática de estadistas y caballeros como Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez Castro, que terminó siendo acompañada con una frondosa red de clientelismo y “autoritarismo legal” del “estado de sitio” durante 15 años, coronada con el fraude electoral de 1970, auspiciado por otro gran estadista del establecimiento, Carlos Lleras Restrepo

El “Estado Excepcional” del País Político

Sin duda, hemos tenido un Estado Excepcional para simular la democracia y convertirla en un juego de suma nula, donde solo ganan quienes gobiernan y sus patrocinadores, elites financieras agiotistas AVALadas por empresarios codiciosos tomados de la mano con latifundistas, que son el “País Político”, mientras el restante “País Nacional”, la mayoría de colombianos, siempre pierde e incluso sus líderes, 1.327 han sido asesinados hasta el 17 de marzo y la lista continúa aumentando, ante la sospechosa incompetencia de la Fuerza Pública para contener la sangría. Fue lo que le costó la vida a Gaitán y hoy sigue sucediendo con miles de líderes sociales y defensores de derechos humanos. Seguramente por ello otro gran estadista del establecimiento, Alfonso López Pumarejo, ya en 1935 escribió proféticamente: “Me inclino a creer que la historia de Colombia podría interpretarse como un proceso contra sus clases dirigentes, las cuales se han sentido en todo tiempo dueñas de preparación y de capacidades superiores a las que han demostrado tener en el manejo de los negocios públicos; y pienso, además, que si se engañan sobre su propio valor, atribuyéndose virtudes que no poseen en el grado que ellas pretenden, su equivocación reviste trágicos caracteres cuando desconocen que muchos de los defectos que esas clases atribuyen al pueblo colombiano son producto del abandono implacable a que éste ha vivido sometido”. Y concluía en su última entrevista, publicada en el diario El Tiempo en 1959, sobre su obra de gobierno: “Si la obra quedo trunca, el edificio inconcluso y frustradas muchas esperanzas, la culpa fue de quienes no seguimos avanzando y no de las masas, que instintivamente nos reclamaban nuevas reformas”.  

 Entre el miedo del País Político y la esperanza del País Nacional

Hoy ese “País Político” y el “País Nacional” se lo disputan Fico y Petro respectivamente, pues ninguno de los restantes candidatos: Sergio Fajardo, Rodolfo Hernández, Ingrid Betancourt y John Milton, con sus respectivas fórmulas vicepresidenciales, han logrado concitar el apoyo mayoritario del “País Nacional”, aunque todos ellos agiten la bandera de la lucha contra la corrupción y se presenten como sus auténticos voceros contra el “País Político”. Lo grave es que esa disputa está planteada de manera totalmente equivocada y malintencionada, en clave de suma nula, apelando al miedo, los prejuicios y hasta el odio, proyectando escenarios apocalípticos donde el triunfo de uno significa la pérdida total del otro. Ello sucede porque se ha sembrado en la mente de los colombianos una imagen falsa de la democracia, como si ella fuera un antagonismo excluyente para beneficio exclusivo del triunfador y sus prosélitos, en lugar de pensarla y vivirla como un juego de suma positiva para beneficio de todos y especialmente de aquellos que precariamente ejercen su ciudadanía porque carecen de los derechos fundamentales para decidir libremente y vivir dignamente. Así las cosas, el “País Político”, con los pelos de punta de Fico y su acento arrabalero, anuncia el fin de la democracia y agita el miedo a la expropiación de un “País Nacional” que malvive en un 60% en la informalidad económica y padece hambre en más del 40%. De otra parte, Petro, que tiene en su fórmula vicepresidencial a la más auténtica exponente del “País Nacional”, Francia Márquez, levanta la esperanza de los derechos para las mayorías excluidas, pero también lo hace en compañía de cuestionados tránsfugas del “País Político” como Armando Benedetti y Roy Barreras, que le resta coherencia y credibilidad a su “Pacto Histórico”. Pero también su personalidad y pose de prepotencia, aunada a su arrolladora convicción de tener siempre la razón, le dificulta al máximo un ejercicio de liderazgo colectivo para la concertación social, dimensiones imprescindibles en una democracia de suma positiva, generadora de empatía y confianza colectiva. Sin duda, tenemos un panorama complejo para tomar una decisión responsable y consciente el próximo domingo 29 de mayo. De un lado, esta la indolencia del  «País Político», muy bien representado por Fico y,  del otro, la impaciencia de un cambio urgente que encarna Petro con el riesgo de desatar expectativas imposibles de cumplir en forma inmediata, pues desataría la confrontación con sectores reacios a dichas reformas estructurales. Nos queda la empatía, representada por Fajardo, que se proyecta como el hombre para una transición tranquila y responsable, pero carece de la simpatía de la mayoría de electores para lograrla y avanzar así por la senda de la democracia como un juego de suma positiva,  dejando atrás este juego de suma nula. Un juego que este gobierno ha llevado a los límites de la suma negativa por la muerte, la inseguridad y la violencia que predomina en vastas regiones del Caribe y el Pacífico colombiano, donde todos corren el riesgo inminente de perder la vida, su seguridad y bienes bajo el imperio de numerosos grupos ilegales como el Clan del Golfo, las atomizadas disidencias de las FARC y el ELN, en nombre de una política letal que Duque, el presidente más perfeccionista y narcisista que hemos conocido, llama “Paz con legalidad”.

 

 

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