Calicanto

Publicado el Hernando Llano Ángel

!NO MÁS CAMPAÑAS ELECTORALES Y PATRAÑAS POLÍTICAS!

¡NO MÁS CAMPAÑAS ELECTORALES Y PATRAÑAS POLÍTICAS!

Hernando Llano Ángel

Con la irrupción en las redes sociales de las distintas estratagemas electorales, las actuales campañas aparecen como auténticas patrañas políticas. Patraña, según la RAE, es una “invención urdida con propósito de engañar”. Sin duda, en esta campaña presidencial, la política se ha convertido en el arte de quién miente y engaña mejor con el propósito de obtener votos y llegar a la Casa de Nariño. Pero no debemos confundirnos. Ello ha sucedido en todas las anteriores campañas, variando solo en la dimensión, cantidad y gravedad de las mentiras. Mentiras que luego se nos revelan durante los cuatro años de gobierno del respectivo ganador y nos producen frustración e indignación. Y cada cuatro años reincidimos porque tenemos una prodigiosa capacidad para olvidar. Esa amnesia colectiva nos salva de la locura, pero nos condena a malvivir. Ya olvidamos que Gaviria nos anunció un “Bienvenidos al futuro” y nos dejó peor que en el pasado. Y así sucesivamente. Cada gobierno tuvo la inverosímil competencia de continuar mintiendo mejor y nosotros de seguir creyendo en tanta fantasía.

Consumación perfecta del Ducado

Hasta que Duque, con su reino encantado de alfombra roja y “paz con letalidad”, perdón, “paz con legalidad”, rompió el hechizo de la mentira como fórmula consuetudinaria de gobernar. Hay que reconocer que enfrentó desafíos como la pandemia y desató, con su indolente proyecto de reforma tributaria, el estallido social. De nada le sirvieron las destrezas de bailarín que exhibió durante su campaña electoral, el dominio del balón de futbol sobre su cabeza, lo único que tuvo bajo control, y sus acordes de guitarrista. Pese a todas esas cualidades de estadista, el baile terminó en un violento estallido social, la Selección no clasificó al mundial de Catar y los acordes de guitarra fueron ahogados con metralla. Claro que también su modestia y autismo narcisista, sumado al de sus amigos de la universidad Sergio Arboleda –los más preparados, competentes, brillantes y honestos funcionarios que hayamos tenido— le ayudaron a perfeccionar su inolvidable gobierno. Pero como nada es eterno en el mundo, todo es efímero, apenas le quedan tres meses para entregar tan excelsa obra a su sucesor. Todo está consumado, salvo sus viajes al exterior para divulgar al mundo su magnífico Ducado.

¿Comienzo o fin de otra pesadilla?

Independientemente de quien gane la Presidencia el próximo domingo 19 de junio y suceda a Duque, debe saber que ya se terminó ese reino de mentiras de la “democracia más estable y profunda de América Latina” y que no podrá continuar gobernando solo a punta de subsidios, asistencialismo estatal, gestos pintorescos y promesas incumplibles. Ni la corrupción política, savia de este régimen electofáctico y su Estado cacocrático se eliminará en cuatro años, ni mucho menos se alcanzará la paz con justicia social en un periodo presidencial. No se puede seguir creyendo y viviendo de esos cuentos. Unos cuentos que no solo los creemos, sino que más bien los creamos. Los creamos entre todos, cuando nos ilusionamos y delegamos en los candidatos la realización de nuestros sueños, necesidades, intereses, ambiciones, fin de los temores y corremos a depositarlos en las urnas. Como si bastará con marcar sobre un tarjetón nuestro candidato para acabar con la corrupción o tener una digna pensión. Si no superamos esa suerte de fetichismo electoral, las urnas seguirán siendo como la Caja de Pandora, que al abrirlas dejan escapar todos los males y solo queda refundida en el fondo la esperanza. Y a los cuatro años siguientes volvemos a repetir ese sempiterno ritual de la fiesta electoral y su posterior frustración popular. No confundamos el tarjetón con el baloto y menos a una endeble caja de cartón con la caja mágica de la prosperidad y la felicidad. Pero, sobre todo, no creamos que el ganador será un Savonarola incorruptible o un Moisés de la justicia y la redención social. Ni el ingenioso Hernández, ni el justiciero Petro son taumaturgos dotados de superpoderes como para eliminar la corrupción y la injusticia social durante su gobierno. Quienes van a las urnas con semejantes ilusiones pueriles no son engañados por sus candidatos. Más bien ellos mismos se engañan y autodefraudan, pues delegan en los candidatos su propia suerte y no se comportan como ciudadanos responsables sino como electores cautivos que esperan favores, subsidios, becas o puestos por sus votos. Parafraseando a José María Vargas Vila y su lapidaria frase “Quien vota, elije un amo”, aquí más bien diríamos “Quien vota, elije un patrón” y benefactor que, una vez en el gobierno, se convierte en un vector del virus contagioso y persistente de la corrupción endémica que aqueja la administración pública y nunca se superará insultando, dando cachetadas a sus críticos o golpeando la mesa. Pero también los hay quienes votan o financian las campañas porque se comportan como socios del futuro gobernante y esperan de él recibir favorabilidad en sus contratos, como al parecer fue el frustrado caso de Vitalogic, que compromete gravemente a Rodolfo Hernández y por el cual deberá responder el próximo 21 de julio ante el juzgado décimo penal del circuito de Bucaramanga. Corrupción sistémica a través de negociados como Odebrecht; o zonas francas como las de Mosquera, o mediante el uso intensivo de la puerta giratoria para transitar de las empresas privadas al sector público y viceversa, como es usual entre tecnócratas como Alberto Carrasquilla e inescrupulosos abogados como Néstor Humberto Martínez, ejemplos nefastos del Ducado. Todo lo anterior, claro, sin violar la ley y dentro del orden establecido. Tal es la esencia de la corrupción del régimen político que Gaitán llamaba el País Político, sustentado en la celebración periódica de negocios impunes entre empresarios y políticos profesionales en beneficio propio y perjuicio público, del cual Vitalogic parece ser un ejemplo más que no alcanzó a perfeccionarse. Todo este entramado con su parafernalia de instituciones corruptas es lo que permite la perpetuación, elección tras elección, de la patraña política que estamos viviendo. Para salir de esta patraña y su régimen de mentiras y corrupción no basta con votar, es imprescindible deliberar, concertar y actuar como ciudadanos, en forma organizada y convergente. Una deliberación que comienza por decirnos las verdades, desde nuestras necesidades, intereses, miedos, prevenciones y aspiraciones, porque solo así podremos recobrar la confianza pública, sin la cual no saldremos de este pestilente lodazal de campañas electorales y patrañas políticas. Una oportunidad excepcional nos la brindará el informe final de la Comisión de la Verdad, cuyo componente más importante no es tanto la comprensión de lo sucedido durante el conflicto armado interno y las responsabilidades de todas las partes, sino la identificación de los factores y las dinámicas causantes del mismo para poner así fin a su repetición. El informe será divulgado el próximo 28 de junio y quien resulte electo como Presidente este domingo 19 será el primer interpelado para poner fin al conflicto armado y evitar la repetición de sus barbaridades. Pero él solo no podrá asumirlo, puesto que es una responsabilidad de todos como ciudadanía. Para hacerlo existen en la actualidad varias y valiosas iniciativas, entre las que cabe destacar la promovida nacionalmente por La Paz Querida con la formulación de una Agenda Ciudadana de Coexistencia Pacífica para Colombia. También, la más académica sobre la crisis de la democracia y la emergencia de una ciudadanía activa, impulsada por Valiente es Dialogar. Y el proyecto Tenemos que Hablar Colombia cuyos enlaces les invito a consultar y leer. Cada una de estas iniciativas ciudadanas nos brindan valiosos espacios y relaciones sociales para avanzar por la senda de la construcción de una auténtica democracia. Una democracia que vaya superando esa nefasta dicotomía entre el País Político y el País Nacional que nos ha impedido convivir responsablemente en forma justa, digna y en paz, reconociéndonos en nuestra valiosa pluralidad cultural, política y étnica, conservando, protegiendo y amando nuestra portentosa biodiversidad. Solo así podremos rescatar del fondo de las urnas la esperanza extraviada y convertirla en una democracia vital y socialmente incluyente, como normativamente lo establece la Constitución Política del 91, pero no rige en nuestra cotidianidad. La democracia nunca se agota en las urnas, apenas comienza, pero una de las formas más imperceptible de ponerle fin es delegando totalmente nuestra responsabilidad ciudadana en alguien, solo porque gana una elección para presidir la Nación. Tengámoslo presente al votar el próximo domingo 19 de junio. No botemos nuestro voto una vez más en la Caja de Pandora electoral.

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