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Publicado el Hernando Llano Ángel

LO QUE ESTÁ EN JUEGO EN ESTAS ELECCIONES PRESIDENCIALES (2022-2026)

LO QUE ESTÁ EN JUEGO EN ESTAS ELECCIONES PRESIDENCIALES

(2022-2026)

Hernando Llano Ángel.

La política debe ser realista; la política debe ser idealista: Dos principios que son ciertos cuando se complementan y falsos cuando se mantienen separados.Johann Caspar Bluntschli (1808-1881).

En víspera de la primera vuelta de esta elección presidencial resulta que todos los candidatos terminaron abanderados del cambio. Incluso en los debates coinciden en algunas de sus propuestas, como en el caso de la reforma pensional entre Petro y Fajardo. Hasta el mismo Fico se presenta ahora como un reformista y progresista social, que dará oportunidades a todos los colombianos para salir de la pobreza, acabará con la corrupción y hará brillar la verdad en todo el territorio nacional. Cada uno trata de magnificar sus éxitos y competencia profesional, como también de ocultar sus errores y corruptos aliados, como quedó patente en el cruce de acusaciones entre Petro y Fico en el debate final televisado por Caracol, siendo Fajardo el único libre de sospechas por no contar entre sus filas con personajes relacionados directa o indirectamente con el crimen y la corrupción. Tal es el primer asunto que está en juego en estas elecciones. Nada menos que liberarse los candidatos de la presencia y la influencia de los poderes de facto, tanto legales como ilegales, para llegar a la Presidencia. Porque siempre esos poderes han estado presentes y han sido determinantes en el triunfo de todos los presidentes, desde Gaviria hasta Duque. Basta repetir y recordar que Gaviria fue presidente porque Pablo Escobar no permitió que fuera electo Luis Carlos Galán (1989), como también sucedió con los asesinatos de Jaime Pardo Leal (1987), Bernardo Jaramillo Ossa (1990), Carlos Pizarro Leongómez (1990) y Álvaro Gómez Hurtado (1995). Luego Samper contó con la generosa ayuda del narcotráfico; Andrés Pastrana intercambió con las Farc votos por la zona de distensión del Caguán; Álvaro Uribe recibió el apoyo de las Autodefensas Unidas de Colombia en su primera elección y su reelección fue posible gracias al cohecho de la Yidispolítica para cambiar un “articulito” de la Constitución. Y, recientemente, Santos y Duque aparecen envueltos en los escándalos de Odebrecht y la Ñeñepolítica en sus respectivas campañas. En ultimas, sin esos poderes de facto tras bambalinas, luego legitimados por una votación ciudadana desinformada o complaciente con este régimen electofáctico, ninguno de ellos hubiera alcanzado la Presidencia de la República. De allí, que lo primero que está en juego es romper esa simbiosis fatal y corruptora del crimen y la ilegalidad con la política, para poder avanzar hacia una transición democrática donde seamos los ciudadanos los que decidamos libre y conscientemente quién llega a la Presidencia de la República y cómo nos va a gobernar. Porque el lastre de esos poderes de facto determinará el tipo de gobernabilidad que tengamos. Si el peso de los compromisos con sectores y personajes que medran en la ilegalidad es significativo, posteriormente se expresará en la contratación ilegal de obras públicas (Reficar, Odebrecht, Ruta del Sol, Unión Temporal Centro Poblados, etcétera) o si cuenta con la generosa financiación de redes clientelistas y criminales para la compraventa de votos, como el Ñeñe Hernández, procedentes de clanes dispersos en toda la geografía nacional, entonces tendremos seguramente una gobernabilidad cacocrática e ilegal. Es decir, la gobernabilidad de los más habilidosos para burlar la ley y la Constitución, como la modificación de la Ley de Garantías Electorales por este gobierno, para depredar el presupuesto y los bienes públicos con sutileza, como lo ha realizado el perfeccionista Duque, sumando la imposibilidad para controlar la violencia de todos los grupos relacionados con economías ilegales por su capacidad de corrupción y cooptación de miembros de la Fuerza Pública. Por el contrario, si elegimos a un candidato libre de dicho lastre, las posibilidades de tener una gobernabilidad democrática serán mayores. Una gobernabilidad en función de la vida y el bienestar de todos, legitimada por el ejercicio legal del poder ejecutivo, sin abusar de sus facultades y vulnerar violentamente los derechos de la ciudadanía, como ha sucedido en todos los últimos gobiernos con mayor o menor frecuencia e intensidad.  Dicha gobernabilidad democrática requiere contar con el apoyo de las mayorías en el Congreso para concertar leyes y políticas públicas en función del bienestar general y no para la protección y el estímulo de intereses de minorías voraces y corruptas. Requiere reformas estructurales realistas que estimulen la producción y la generación de prosperidad con equidad, especialmente en el campo, reconociendo a los campesinos y comunidades étnicas plenamente sus derechos como ciudadanos y no como siervos con subsidios para paliar su hambre y exclusión social. Un rasgo esencial de dicha gobernabilidad es su responsabilidad fiscal y su capacidad para impulsar un modelo de desarrollo económico sostenible, más allá de la inmediatez de las ganancias proporcionadas por nuestros recursos naturales no renovables, garantizando así la vida de las futuras generaciones y conservando el equilibrio ecológico demandado por la Pachamama, que bien conocen y protegen los pueblos originarios. Una gobernabilidad telúrica y no solo mercadocéntrica. Una gobernabilidad más cosmocéntrica que antropocéntrica. Para ello se precisa tener en cuenta el epígrafe de Johann Caspar Bluntschli: “La política debe ser realista; la política debe ser idealista: Dos imperativos que son ciertos cuando se complementan y falsos cuando se mantienen separados”. Para lograrlo, quien sea electo como Presidente, deberá despojarse de todo mesianismo y mucho más de no procrastinar y aplazar el cambio histórico que exige la mayoría de colombianos que somos parte del País Nacional. Ha llegado la hora de gobernar para el País Nacional y de no continuar haciéndolo para ese País Político indolente, que fustigaba con razón y vehemencia Gaitán: “Sabemos que hay un país político y hay un país nacional; hemos visto cómo se ha ido formando el primero; conocemos su proceso y sus huellas históricas. Para el país político la política es mecánica, es juego… y no un lugar de trabajo para contribuir a la grandeza nacional […] Pero una nación no se salva con simple verbalismo, ni con jugadas habilidosas, ni con silencios calculados, sino con obras. Nuestro criterio es el de tener como objetivo máximo de la actividad del Estado el servicio al hombre colombiano. Cómo va su salud, cómo su educación, cómo su agricultura, cómo su comercio; cómo va su industria, sus transportes y su sanidad. Eso es lo que queremos”. (“Los mejores discursos de Gaitán, 1968, pp. 428-429”, editorial Jorvi.). Pero también convendría que quien llegué a la Casa de Nariño tenga muy presente un sabio aforismo, alejado totalmente de cualquier ensoñación poética y utópica, expresado por el lirico y romántico Johann Christian Friedrich Hölderlin: “Lo que ha hecho siempre del Estado un infierno en la tierra ha sido precisamente el intento del hombre de convertirlo en su cielo”. Desde luego, el infierno en la política es una obra conjunta del gobierno, que propone y lidera un cambio en beneficio del País Nacional y de la oposición del País Político que se interpone y sabotea ese empeño, como le sucedió a Gaitán en su intento de llegar a la Presidencia de la República y lo pagó cruelmente el pueblo colombiano durante la Violencia y luego con el prolongado Frente Nacional, esa fórmula perfecta de un gobierno de coalición al servicio de oligarquías liberales y conservadores. ¿Será que repetiremos semejante infierno o habrá llegado la hora simplemente de avanzar por el camino terrenal, nada celestial ni armonioso, de una ardua transición hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos y no como la actual solo en beneficio de políticos corruptos y elites económicas codiciosas? ¿Dejaremos atrás este régimen electofáctico con su Estado cacocrático? La respuesta está en nuestras manos cuando, con responsabilidad y lucidez, marquemos nuestra preferencia mañana 29 de mayo o el próximo domingo 19 de junio, sin dejarnos arrastrar por emociones dañinas y pueriles como el odio y la revancha o esperanzas irrealizables e ilusiones infundadas. En democracia no hay salvadores, ni mandatarios providenciales y perfectos, mucho menos víctimas irredentas o victimarios impunes. Así lo demuestran Petro, Fico, Fajardo y Hernández al ser incapaces de reconocer sus errores y limitaciones al frente de sus respectivas alcaldías. Ahora resulta que todos son adalides de la lucha contra la corrupción, la injusticia social, defensores incondicionales de la verdad, del Acuerdo de Paz y la reconciliación política. En fin, nos prometen que convertirán a Colombia en una democracia plena y justa, donde todos tendremos iguales oportunidades para prosperar y ser felices.

Rodolfo Hernández, el Trump tropical

Incluso tenemos un candidato, como Rodolfo Hernández, cuya señal de identidad es declararse antipolítico y se proyecta como el Trump tropical. ¡Cómo si hubiera algo digno de emular en semejante esperpento político e inescrupuloso empresario norteamericano! Un antipolítico que alentó la toma del Capitolio en Washington y casi lleva al colapso esa decadente “democracia imperial”, incapaz de regular el mercado de la muerte de las armas, promotor incansable de la industria militar y defensor desvergonzado de la Asociación Nacional del Rifle en la actual convención nacional que se está celebrando en Houston. Semejante impostor político fue electo por una mayoría de ciudadanos norteamericanos que lo respaldaron porque Trump les decía lo que querían escuchar y anhelaban dejar atrás sus penurias económicas, confiados en su éxito empresarial. Algo semejante parece suceder con los millones de ingenuos seguidores que tiene el ingenioso Rodolfo Hernández. Piensan, equivocadamente, como los electores de Trump, que siendo Hernández un buen ingeniero y próspero negociante también será un excelente Presidente. Y Trump no solo defraudó a la mayoría de sus votantes, sino que culminó su mandato elevando a Norteamérica al vergonzoso primer puesto planetario de víctimas mortales causadas por la pandemia del Sars-Cov-2. Así cumplió con su programa “America First”. Casi un millón de norteamericanos sepultados por la incompetencia y la ignorancia del ejemplar empresario político. Como digno representante de su gremio, demostró estar más preocupado por el mercado que por la salud y la vida de sus compatriotas. La paradoja no puede ser mayor: la primera potencia militar y económica se convirtió también en la primera potencia tanática del mundo, aun contando con las compañías farmacéuticas que más ganancias han obtenido exportando vacunas contra la pandemia. Algo similar a la hecatombe petrolera de Venezuela con Maduro y el colapso de su economía a pesar de tener las mayores reservas de crudo del planeta. Cabe, entonces, cambiar de consigna en ambos casos y en el nuestro, ya no vale decir: ¡Es la economía, estúpido!, sino que es la política en manos de estúpidos lo que genera semejantes desastres. Por lo general, los empresarios exitosos que incursionan en la política dejan a sus países al borde de la quiebra, pues confunden la legitimidad política con la rentabilidad económica a favor de unos pocos. Basta mirar el ejemplo del “próspero” Chile que le dejó el ingeniero Sebastián Piñera a Gabriel Boric. Todavía peor será el legado que nos deja el perfeccionista Duque, cuyo autismo narcisista lo llevó incluso a decir en una reciente entrevista en Inglaterra que: «Si pudiera presentarme, estaría en la pelea y sería reelegido«. Lo que puede parecer inverosímil y hasta una ocurrencia para Sábados Felices. Pero no lo es, pues Fico tiene fuertes aspiraciones presidenciales para continuar su obra inconclusa y perfeccionarla, acompañado por todos los sectores y líderes políticos que han gobernado este país impunemente y lo que más temen es el cambio, perder el control de “su ubérrima hacienda estatal”. Con Fico están César Gaviria, Andrés Pastrana, el Centro Democrático, tras el cual se esconde Álvaro Uribe, el partido Conservador y los mejores representantes de la cacocracia política empresarial y clientelista, como Alex Char y la habilidosa Dilian Francisca Toro. Le temen a ese cambio que está en las calles y las plazas públicas desde 2019 y estalló violentamente el año pasado, afectando los negocios, la seguridad y la vida pública. Un estallido social que tanto Duque como el Centro Democrático atribuyeron en forma ligera y maniquea a Petro. Lo catapultaron así a la categoría de caudillo popular y le entregaron en bandeja el liderazgo político del País Nacional. Un País Nacional que hoy representa, acompañado de Francia Márquez, una auténtica nadie, que tiene temblando al País Político. Un País Político que Fico se esfuerza por ocultar con su greñas juveniles y parla de bacán, pregonando que es el “presidente de la gente”. Un candidato que ni siquiera aspira a ser el presidente de Colombia, sino de la gente, un colectivo indefinido imposible de identificar. Probablemente sus asesores se cuidaron de no utilizar el calificativo y decir que alude a la “gente de bien”, que lo acompaña hoy en forma entusiasta en muchas ciudades, exhibiendo calcomanías y pendones de Fico en sus lujosas camionetas 4X4 y en automóviles de alta gama. Ahora, en una maniobra desesperada, se presenta como el candidato del cambio y, sin sonrojarse, afirma con su fórmula vicepresidencial, Rodrigo Lara, que van a cambiar la corrupción por la transparencia, la mentira por la verdad y la destrucción por la construcción. Lo inverosímil es que millones de personas crean semejante impostura, al igual que acontece con la bandera de la anticorrupción que se la ha apropiado el ingenioso ingeniero Hernández, no obstante haber sido sancionado por la Procuraduría y estar subjudice e investigado por la Fiscalía por supuestas irregularidades en el otorgamiento de un contrato donde aparece su hijo como uno de los principales beneficiarios. Parece que nos ha llegado la hora de las verdades históricas. Verdades que revelarán la JEP y la Comisión de la Verdad, las cuales se comprometieron a respaldar todos los candidatos de ser alguno de ellos electo presidente, excepto el ingeniero Hernández que no asistió, probablemente por no ser  un político de verdad. Lo más importante sería que ese presidente se comprometiera a evitar la repetición de verdades tan dolorosas y atroces como las que vivimos, para así empezar a construir colectivamente, sin exclusión alguna, una auténtica democracia ciudadana, donde la vida, la justicia, la seguridad y la libertad sean una realidad y no solo artículos de la Constitución Política.

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