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Publicado el Hernando Llano Ángel

2022, UNA CAMPAÑA PRESIDENCIAL ENTRE VALLAS DE FICCIÓN, FACCIÓN E INDIGNACIÓN

2022, UNA CAMPAÑA PRESIDENCIAL ENTRE VALLAS DE FICCIÓN, FACCIÓN E INDIGNACIÓN

Hernando Llano Ángel

Proliferan las vallas de Fico en ciudades y carreteras con la consigna “Yo me identifico Presidente, escrita sobre una fotografía de quien parece ser el único sobreviviente del naufragio del gobierno de Duque, posando con su greñas de medusa, sonrisa retocada y mirada de picardía. También abundan las vallas de Petro y Francia Márquez, muy formales y optimistas, con el lema: “Cambio por la vida”. Fuera de estas vallas oficiales de sus respectivas campañas, en las redes sociales circulan imágenes oprobiosas llenas de odio, prejuicios raciales y de clase contra Francia Márquez.  En respuesta, Fico también ha recibido un tratamiento injurioso y estigmatizador. Así las cosas, ambas campañas se han dejado arrastrar por el espíritu de facción, apelando a las dos estrategias más eficaces, mendaces y extendidas que los fabricantes de presidentes –llamados expertos en marketing— utilizan: el miedo y el escándalo para deslegitimar a su adversario. Fico agita miedos imaginarios y prejuicios viscerales contra la izquierda y una supuesta expropiación indiscriminada, además del pasado de Petro como guerrillero del M-19, para proyectar una imagen de su competidor como un criminal despiadado, enemigo implacable de los empresarios y la iniciativa privada. Por su parte, Petro endilga a Fico las relaciones de su exsecretario de seguridad, Gustavo Villegas, con miembros de la criminal oficina de Envigado, por las cuales fue investigado y posteriormente condenado, para concluir que se trata de un candidato complaciente con el crimen y el narcotráfico. El resultado de estas campañas es que ambos candidatos han terminado siendo sospechosos ante millones de potenciales electores que los consideran indignos para ejercer la Presidencia de la Nación. Excepto, claro está, sus incondicionales seguidores que jamás ponen en duda la superioridad ética e intelectual de su candidato frente al adversario, estigmatizado y descalificado como un ambicioso y peligroso delincuente. Seguramente por ello en todas las encuestas de opinión repunta el ingeniero Rodolfo Hernández, con su ingenioso y ficticio perfil de antipolítico moralizante, que retoma como un Moisés tropical los diez mandamientos, presentes en el alma de todos los colombianos y frecuentemente olvidados por renombrados políticos: “No matar, no robar y no traicionar”. Se apropia, así, en forma creíble de la bandera contra la corrupción y la convierte en su único programa gubernamental. Reedita la exitosa primera campaña de Álvaro Uribe, que tuvo como enseña la “lucha contra la corrupción y la politiquería”, aunque el saldo de sus 8 años en la presidencia haya sido el de mayor corrupción, politiquería y crímenes de lesa humanidad, como los “falsos positivos”, desde la horrible noche del Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala. Pero, siendo objetivos, hay que reconocer que Uribe lo superó con creces, pues no acató su consejo de “reducir la corrupción a sus justas proporciones”, sino que la aumentó al nivel de las ambiciones de sus inmediatos colaboradores. Los negociados de  Agro Ingreso Seguro en 2009 y Reficar en 2016, cuyo origen data del 2007, cuando el entonces presidente Uribe le “entrega a Glencore su construcción a pesar de que la empresa nunca había construido una refinería”, son los más conocidos y cuantiosos en perjuicio de la mayoría de colombianos y en beneficio de tecnócratas y plutócratas privilegiados. Sin duda, agitar la bandera contra la corrupción siempre resulta políticamente rentable, porque además de conferirle superioridad moral a quien la exhibe, lo libera de hacer propuestas políticas viables con un preciso contenido social y económico. Es una bandera que estimula la emoción de la indignación y el sentimiento personal de buena conciencia, sin que necesariamente se exprese en una política social acertada. Tal puede ser el espejismo que proyecta el ingenioso Rodolfo Hernández que, con su figura de abuelo bonachón y expresiones cantinflescas, está canalizando la indignación generada por las campañas de Fico y Petro, contaminadas por exponentes insuperables de la corrupción y la politiquería a la derecha como Alex Char y Dilian Francisca Toro y a la izquierda con el dúo dinámico de Roy Barreras y Armando Benedetti. Llegaremos, pues, a la primera vuelta el próximo domingo 29 de mayo y todo parece indicar que nos vamos a la segunda, el 19 de junio, donde definiremos con nuestro voto si avanzamos, por fin, hacia una democracia como juego de suma positiva o seguiremos profundizando este régimen electofáctico con su Estado cacocrático, que es el mejor ejemplo de un juego de suma negativa, donde todos corremos el riesgo de perder nuestra vida, libertad, seguridad y dignidad. No hay que olvidar la sentencia atribuida al papa Pio XII: “La seguridad de los ricos es la tranquilidad de los pobres”. Una tranquilidad inexistente para 5.65 millones de colombianos que malviven en la economía informal y cerca del 54.2% que, según la Encuesta Nacional de Situación Nutricional, (ENSIN), sufre de inseguridad alimentaria desde el 2015. Recordemos el estallido social del 2021, votemos racionalmente, no solo con emociones negativas como el odio y el resentimiento, mucho menos con esperanzas y expectativas irrealizables. La democracia es un ejercicio permanente de autonomía ciudadana que va más allá del día de las elecciones y los gobernantes electos no son taumaturgos y menos Mesías que hacen milagros.

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